IVÁN VÉLEZ,
A mediados de noviembre, en el contexto de las protestas por las concesiones, ya ampliamente rebasadas, de Pedro Sánchez a sus socios secesionistas y golpistas, el presidente del Gobierno salió a la tribuna del Congreso de los Diputados para españolear… a su manera. Tirando del habitual discurso maniqueo ya puesto en práctica por Zapatero, hoy convertido en sentimental histrión para uso y disfrute de la parroquia de Ferraz, de la de la sede del PSOE, se entiende, Sánchez habló de «personas LGTBi» encerradas en armarios, de mujeres confinadas en cocinas y de inmigrantes reunidos en campos de concentración. Aplausos en la bancada socialista, añadiría, entre paréntesis, un cronista clásico. En su intervención, el presidente, que extendió su radio de acción a todo el orbe, afirmó que, ante tan apocalíptico panorama, se alzaba un muro: el gobierno de coalición progresista en España.
La metáfora, que remite a los tiempos de la Guerra Fría, de los que procede su actual partido, ofrece un amplio material de análisis. Es evidente que cuando el firmante del Manual de resistencia empleó esa imagen lo hacía para colocar al PP y a VOX extramuros de una estructura cuyos sillares los aportarían el PSOE y Sumar, una vez desechadas, por deleznables, las piezas podemitas, convertidas en material de derribo. Sin embargo, la estabilidad del muro está seriamente comprometida, no sólo por la inestabilidad del terreno en el que se cimenta, la España barrenada por el expropiador Estado autonómico que trocea el solar patrio, sino porque, además, parte de ese suelo está, en algunos casos, en manos de la sociedad PP-VOX o, como Galicia y Andalucía, únicamente en las de los de Génova. Por seguir con la imagen: partes de la parcela sobre la que construye Sánchez no son edificables para el Gobierno de coalición.
Asentado de una forma tan irregular, el muro dista mucho de ser ciclópeo. A su falta de potencia, que le convierte en poco menos que en un tabiquillo palomero, añade la necesidad de diferentes apeos, es decir, de estructuras secundarias que le permitan seguir en pie. Papel auxiliar que corresponde, nada menos, que a empresas de derribos como EHBildu, PNV, ERC, Junts, BNG y otros, cuyo interés en que el muro sanchista siga en pie se cifra únicamente en la necesidad de ganar tiempo para elevar muros propios. Paredes que en lenguaje político se llaman fronteras y que, por trazarse en el seno de la Unión Europea no dejan huella sobre el paisaje, pues interesa que el flujo de trabajadores y capitales no tenga trabas. Cuanto estas fronteras se alcen, intramuros de ellas nada quedará del PSOE. Mientras en Galicia y en las Vascongadas los de Ferraz se repliegan en favor de fuerzas locales que ofrecen un original indígena, en Cataluña, a despecho de su Feria de Abril, sencillamente, no hay PSOE.
Manteniendo, acaso abusando, de la metáfora, cabe preguntarse qué figura constructiva es hoy el partido de González, Zapatero y Sánchez, todos ellos militantes. Probablemente, en lugar de un muro, debiéramos pensar en una UTE, en una Unión Temporal de Empresas dominada por la radicada en Ferraz, especializada en coordinación de obras. De obras secesionistas.