Antonio de la Cruz,
En un mundo cada vez más interconectado y complejo, estamos siendo testigos de una profunda transformación en la naturaleza de los conflictos y la seguridad global. La célebre máxima de Carl von Clausewitz, que ve la guerra como una extensión de la política por otros medios, nunca ha resultado tan pertinente como ahora. Esta perspectiva nos ofrece un lente crítico para analizar los desafíos contemporáneos, desde la encrucijada estratégica de Europa hasta la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China, marcando el comienzo de una era caracterizada por un nuevo conflicto bipolar y desafíos transnacionales múltiples.
Además, lo que se ha denominado «Guerra de Putin» representa un desafío directo al orden internacional basado en reglas. El empeño del Kremlin en mantener su dominio e influencia sobre las antiguas repúblicas soviéticas y los Estados que una vez estuvieron bajo su órbita refleja la ambición de Rusia de redefinir los principios que han regido las relaciones internacionales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, poniendo en riesgo la estabilidad global. Como se observó en la anexión de Crimea en 2014, la intervención militar en Siria desde 2015 para apoyar al régimen de Bashar al-Assad, y las sofisticadas operaciones cibernéticas dirigidas contra infraestructuras críticas y procesos electorales en países occidentales.
La seguridad de Europa se halla en un punto crítico, enfrentándose a cuestionamientos fundamentales sobre la capacidad que tienen de defensa sin el respaldo militar de Estados Unidos. La reciente muerte de Alexei Navalny, vista como un acto de desafío de Rusia a Occidente, y la retirada de Ucrania de la ciudad de Avdiivka han resaltado la urgencia de abordar estas cuestiones, en un contexto en el que el escepticismo de ciertos sectores del Partido Republicano, influenciados por Donald Trump, alimentan las dudas sobre el compromiso de Estados Unidos con la defensa europea. Esto plantea serias interrogantes sobre la vulnerabilidad de la eurozona.
Europa, por tanto, se encuentra en un momento decisivo, debatiendo entre su dependencia militar y nuclear de Estados Unidos y la búsqueda de un camino hacia una mayor autonomía defensiva. Este desafío no es solo militar, sino también estratégico y político, requiriendo una revisión exhaustiva de la arquitectura de seguridad continental.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha señalado que la Unión Europea, por sí sola, no puede defender a Europa actualmente. No obstante, la propuesta de establecer un «pilar europeo» dentro de la OTAN se perfila como una solución estratégica multifacética: reforzaría la alianza mientras Estados Unidos permanezca como miembro activo, demostraría el compromiso europeo con la defensa colectiva y, decisivamente, prepararía a Europa para cualquier eventualidad futura que pueda comprometer la seguridad proporcionada por la participación estadounidense.
Ante estos desafíos, Europa explora opciones anteriormente consideradas radicales, como la posibilidad de que la UE obtenga un asiento propio en el Consejo del Atlántico Norte, o incluso la integración de roles significativos dentro de la OTAN y la Comisión Europea. Estas propuestas, antes vistas como improbables, ahora se consideran cada vez más pertinentes en un mundo en constante cambio, subrayando el debate inevitable sobre la autonomía europea en defensa y seguridad. La creación de estructuras y estrategias que otorguen a Europa una mayor independencia defensiva no es solo una medida de precaución sensata, sino también un paso hacia una integración y cohesión continental más profunda en materia de seguridad colectiva.
Para ampliar su capacidad defensiva, Europa podría aprovechar mecanismos como la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO, por sus siglas en inglés), y la iniciativa del Fondo Europeo de Defensa. Es crucial, además, abordar los desafíos políticos, económicos y de interoperabilidad que supone la integración de las capacidades defensivas del continente, garantizando así que la autonomía de defensa de Europa se construya sobre cimientos sólidos y sostenibles.
La complejidad de los desafíos globales actuales, incluyendo el terrorismo, el narcotráfico, las migraciones ilegales, las pandemias, el cambio climático y los ciberataques, demanda una respuesta unificada y coordinada por parte de Occidente. El papel de las redes sociales en la polarización y la propagación de desinformación (posverdad) subrayan la necesidad de una gobernanza global efectiva y responsable. En este contexto, la cooperación internacional no es solo un imperativo estratégico, sino la única manera de enfrentar las amenazas multifacéticas a la seguridad global.
Con el anuncio de la era bipolar por Antony Blinken, el orden unipolar posguerra fría ha concluido, dando paso a una nueva era de competencia bipolar entre Washington y Beijing, como en la tecnología 5G, la inteligencia artificial, la influencia en instituciones internacionales, disputas territoriales en el Mar del Sur de China, y la iniciativa Belt and Road de China.
Este escenario destaca la formación de alianzas estratégicas entre potencias globales y subraya la creciente división entre regímenes autoritarios y democracias, planteando interrogantes sobre la supervivencia de la democracia en un contexto global hostil.
En el panorama global actual, la distinción entre democracias, vistas como bastiones de paz, y autocracias, frecuentemente consideradas instigadoras de conflictos, refleja no solo diferencias ideológicas profundas sino también patrones de guerra y paz observables en el mundo contemporáneo. Esta perspectiva se fortalece al considerar que la mayoría de las guerras y conflictos actuales involucran a naciones bajo regímenes autoritarios, destacando la conexión entre el tipo de régimen político y su inclinación hacia el conflicto.
Nos encontramos en un punto histórico que representa una oportunidad única para redefinir los fundamentos de la seguridad y cooperación internacional. La comprensión detallada de las dinámicas políticas subyacentes a los conflictos y el desarrollo de estrategias efectivas para la paz son esenciales para navegar la complejidad del siglo XXI.
Europa, en su esfuerzo por alcanzar la autonomía, junto con la iniciativa global para afrontar desafíos transnacionales, demuestra la urgencia de adoptar un nuevo paradigma de cooperación y liderazgo internacional. Este enfoque se materializa en iniciativas de cooperación exitosas que sirven de modelo para futuras colaboraciones. Entre estas, destacan los Acuerdos de París, centrados en la lucha contra el cambio climático y la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, la iniciativa COVAX, que ha desempeñado un papel crucial en la distribución equitativa de vacunas COVID-19 a nivel mundial, y los esfuerzos conjuntos de ciberseguridad coordinados tanto por la OTAN como por la Unión Europea.
La capacidad del mundo para asumir estas responsabilidades es crucial y definirá el futuro de nuestra coexistencia global, abriendo el camino hacia un orden mundial multipolar y multicivilizacional que incluya a las economías emergentes en la toma de decisiones globales.
La era actual exige una reflexión profunda sobre la estructura del nuevo orden internacional y la inclusión de más actores en el proceso de toma de decisiones. Mediante el ejemplo que establezcan y la firmeza en sus principios democráticos, las democracias del mundo, lideradas por Estados Unidos, tienen la oportunidad de guiar hacia un futuro más equitativo, estable y pacífico.