Andrés Villota Gómez,
El modelo de sociedad, impuesto por el nacional socialismo obrero argentino, desde hace casi ochenta años, se basa en la miseria y en la desgracia de los argentinos, como una condición necesaria para facilitar el dominio y el control sobre la sociedad, a través de la presencia del Estado en todos los ámbitos posibles.
Una sociedad Estado-dependiente que se niega a romper con esos lazos simbióticos artificiales, después de largos años de adoctrinamiento, en los que les vendieron a los argentinos que, ellos, no eran capaces de existir sin el papá Estado, aunque sea el Estado, el único incapaz de existir sin el trabajo y la producción de los argentinos.
Un Estado que los ha tratado de inútiles e incapaces, de incompetentes, de inhabilitados para poder subsistir sin ayuda estatal, sin subvenciones, sin subsidios, sin asistencia social, sin fondos fiduciarios, sin pauta publicitaria oficial, sin emisión de billetes sin respaldo, sin salud pública, sin transporte público, sin educación pública, perpetuando el modelo asistencialista en una lógica perversa en la que es mejor ser pobre y depender del Estado, que ser rico, libre e independiente. La dignificación de la miseria y la estigmatización de la riqueza.
Llevan 80 años creando pobreza, destruyendo valor para poder decir que ellos sí tienen la fórmula para acabar con la pobreza. Lo peor es, que todavía existen argentinos que se lo creen porque no se han dado cuenta que, si eventualmente acaban con la pobreza, se quedan sin discurso, sin nada más que ofrecer a sus votantes.
Esa dinámica de ofrecer la solución a la pobreza, pero, al mismo tiempo, hacer todo lo posible y necesario para aumentarla, es un ejercicio obsceno que se parece al de Amaranta Buendía cuando cosía su mortaja de día y la deshacía en horas de la noche porque, la muerte, ya le había advertido que se iba a morir dos días después de terminarla.
El discurso comunista de la plusvalía sirvió, perfecto, para echar culpas y salvar responsabilidades. Se inventaron que la pobreza y la miseria no la causaba el Estado con su intromisión indeseable y su gasto público inútil, sino que eran los ricos, los oligarcas, los que le robaban el ingreso a los trabajadores y, por eso, la gente se volvía pobre.
A los sindicatos, usados para mostrar a los trabajadores cómo víctimas de los empresarios, el Estado, los convirtió en sus idiotas útiles favoritos, haciéndolos intocables para promover huelgas y protestas, pisotear los derechos de los que sí trabajan, sabotear la actividad corporativa y hacer demandas laborales irracionales, que contribuyen a destruir el tejido empresarial y a precipitar la debacle económica, creando desempleo, hambre, desolación y muerte.
El Estado aparece, entonces, como la tabla de salvación de los pobres que el mismo Estado creó, convirtiéndolos en siervos de gleba de los señores feudales de turno. En nombre de la justicia social, de los marginados, de los menos favorecidos, de los descamisados, el Estado roba a los que trabajan y producen para, supuestamente, redistribuir la riqueza.
Contra toda evidencia, los sindicatos, le hacen repetir a sus miembros que el empresario los explota y los roba, aunque en el comprobante de pago que le entregan, cada mes, aparece que el empresario le entregó completo su salario al trabajador y que fue el Estado y el sindicato el que le robó una parte de su ingreso.
El Estado, ha sido el ladrón que le ha quitado el ingreso a los trabajadores a través de los impuestos, las multas, las licencias, las sobretasas, los peajes, los aranceles, las patentes, los permisos y todas las formas de expolio que han inventado y adaptado a los tiempos, los políticos y los burócratas, para saquear y quedarse con la riqueza de los argentinos.
Para tener muchos billetes que puedan pagarlo todo y aumentar el gasto sin límites, porque lo que recaudan en tributos se lo queda la minoría supremacista y lo guarda en sus cuentas personales en algún paraíso fiscal, le quitaron el respaldo en oro a las monedas nacionales que amarraba y limitaba, la emisión de moneda, a la existencia física de oro.
Con tozudez, se insiste en una fórmula anacrónica, fracasada, inservible, que pretende acabar con la pobreza, regalando billetes que se imprimen sin respaldo, creando hiperinflación, que son distribuidos por un aparato estatal paquidérmico, corrupto e ineficiente. La prueba reina del fracaso, es que la pobreza aumenta todo el tiempo y se convierte en el estado ideal de la sociedad porque el discurso del nacional socialismo obrero argentino solo es viable en medio del hambre y de la miseria.
Los que han tratado de hacer algo diferente, elegidos de manera democrática por los que creen que existe un mundo diferente al propuesto por el ultraperonismo, los han sacado, no los han dejado terminar con su periodo constitucional en la presidencia. Al único que dejaron terminar, fue al presidente Mauricio Macri, al que le perdonaron la vida porque no cambió nada ante la extorsión permanente de una minoría violenta que vive del saqueo sistemático al erario público.
Esa minoría fundamentalista, está desesperada con la llegada del presidente Javier Milei a la Casa Rosada. Uno de sus cabecillas, citó a una reunión de emergencia, convocando a La Liga del Mal, esa masa variopinta de políticos, burócratas, académicos, periodistas tradicionales, artistas, contratistas del Estado, líderes sociales y sindicalistas, que los une su militancia en el nacional socialismo obrero argentino y su amor incondicional por los Perón y por los Kirchner.
Se notaban desencajados, preocupados, erráticos, descompuestos. Apagaron la imprenta para hacer billetes y de eso vivían. Algunos sudaban, víctimas, tal vez, de algún síndrome de abstinencia ante la falta parcial o absoluta de recursos públicos en sus bolsillos. Su expresión, reflejaba la misma preocupación que podría tener Drácula al enterarse que cerraron, para siempre, el Banco de Sangre.
La preocupación mayor, para esta minoría corrupta, es la dolarización o la emisión en bajas denominaciones del Argentino Oro. Decisión lapidaria que acaba para siempre con la impresión de billetes sin respaldo que, antes, permitía pagarlo todo. Es la certeza de que jamás volverán porque los argentinos van a amar, poder recibir una moneda que no pierde valor en el tiempo.
Se acaba con los conciertos de música popular pagados con los recursos públicos. Se acaba el kínder exclusivo para los hijos de los burócratas provinciales. Se acaba el programa de viajero frecuente para los burócratas. Se acaba con los fondos fiduciarios administrados por los mercaderes de la indigencia.
La indignación de esta minoría aumenta porque se está llevando a cabo una gran auditoría a las cuentas del Estado argentino. Algo impensable en otras épocas, en las que todos sabían cómo y quién robaba, pero todos miraban para otro lado. Y el que se atrevía a denunciarlo o impedirlo, lo suicidaban. Esa auditoría ya arrojó las primeras capturas y el cierre de antros gubernamentales dedicados al saqueo y al pillaje.
El señor presidente Javier Milei es un outsider, no es un político, lo que lo hace inmune a las prácticas corruptas de la política tradicional argentina. No hay espacio para la extorsión, ni el clientelismo, ni exigencias de gasto público inútil y sus decisiones carecen del cálculo político de los votos en futuras elecciones.
Que Milei no haga parte de esa minoría corrupta, es una señal positiva para los inversionistas extranjeros que serán claves en la reconstrucción de la Argentina, porque ven con muy buenos ojos que los que expropian empresas, los que saquean el erario público, los que impusieron el cepo, los que no pagan las deudas, ya se fueron para nunca más volver.
Ojalá que los argentinos que, todavía, no ven bien, se encuentren y se pongan las gafas que se encontró el personaje del cuento de Ray Nelson titulado Eight O’Clock in the Morning (1963). Así van a poder ver, bien, la realidad y conocer la verdad sobre quién los esclavizó.