MARÍA DURÁN,
Dice José María Contreras Espuny —uno de los hombres al que yo he leído de las cosas más bonitas sobre una mujer— que los hijos de madres guapas suelen ser melancólicos. Yo, que le tengo bastante envidia (sana) a su mujer por las cosas tan preciosas que él le ha dedicado tantas veces, pensé mucho tiempo que me conformaría con que alguien me dijera «qué hijos tan aparentemente melancólicos tienes» para ser muy feliz. Pero entonces leí a Hughes hace unos meses una columna maravillosa sobre la guerra y las mujeres. O más bien su ausencia en ella.
En La mujer en la guerra, escrita justo después de los crímenes de Hamás contra niños y mujeres israelíes, recuerda nuestro mejor columnista contemporáneo cómo en la Ilíada Héctor prefiere ir al infierno antes que ver a su mujer caer en manos del enemigo. También cita al historiador militar israelí Martin van Creveld, quien ha calificado a las mujeres como «sexo privilegiado» por haber estado exentas durante casi toda la Historia de tener que entregar su sangre por la patria.
Y ahonda en el sentimiento masculino, en el instinto de protección que durante miles de generaciones nos ha mantenido a nosotras, el sexo débil, y a nuestros hijos, a salvo. «Una de las razones por las que los hombres luchan (algunos dirían que la más importante) es precisamente proteger a las mujeres», recuerda acertadísimamente Hughes. Y desde que leí esas líneas supe que nada en esta vida me podría decir un hombre que me resultara tan perfecto como «eres una mujer por la que ir a la guerra».
Porque en una afirmación así está contenido todo lo que a una mujer puede prometerle un hombre que la quiera. Que está dispuesto a morir por ella y sus hijos. Que le importa más dejarla a salvo en el mundo que cualquier otra cosa. Que su lealtad y entrega es absoluta. Que la existencia de ella es digna de justificar la inexistencia de él.
También me planteo, ahora que la ministra de Defensa nos advierte de que podemos acabar en guerra y no nos damos ni cuenta, si estas palabras siguen siendo aplicables hoy en día. Y no porque sea Margarita ‘MacArthur’ Robles, que cuando se viste de militar parece Gila protagonizando el sketch de «¿es el enemigo?» la que nos avisa. Más bien porque ya no sé cuánto queda a nuestro alrededor por lo que debamos dar la vida. Yo a día de hoy tengo claro que sólo me dejaría matar por mis hijos. Viendo el panorama en España con tanto necio que prefiere delincuentes a demócratas porque «al menos no gobierna la derecha», me quedo incluso sin ganas de donar sangre al prójimo.
¿Tenemos derecho a pedirles las mujeres a los hombres españoles que vayan al frente, llegado el momento por protegernos? ¿Merece Robles, experta como todo el Gobierno ya no en no defender nuestros intereses sino en perjudicarlos sistemáticamente, que un español luche por ella? ¿Lo merece Yolanda Díaz? Que en el único día que tienen los hombres para celebrar algo suyo, y no todos, en San José, los insulta. ¿Lo merece Irene Montero? Que ha conseguido que violadores ricos como Dani Alves salgan de la cárcel pagando y ahora se queja. Creo que la respuesta es obvia: no.
Les hemos dicho a los hombres que no queremos que sean hombres. Que lo masculino es machista, heteropatriarcal y opresor. Que sus derechos y presunción de inocencia nos dan igual. Que no queremos que nos defiendan porque podemos apañarnos y llegar solas y borrachas. Que sus enfermedades no merecen nuestra atención. Que nuestro cuerpo es nuestro y a la hora de tomar decisiones sobre paternidad ellos no cuentan. Que si nos desean tal y como les dicta la naturaleza son malos y perpetúan la «cultura de la violación», y que si no lo hacen tienen fobias. Que aplaudimos a hombres blandengues. Y efectivamente, lo hemos conseguido. Chicos que no saben comportarse con mujeres a los veintimuchos años. A los que el compromiso les resulta totalmente ajeno.
Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Les pedimos a ellos que se dejen matar si los rusos pasan de Ucrania? ¿Les exigimos que nos protejan de las manadas de animales importadas de África por tantas feministas en muchos casos malas y en otros directamente gilipollas? Las mujeres occidentales tenemos un problema. Y muchas se darán cuenta cuando sea demasiado tarde. Mientras tanto unas pocas seguiremos intentando ser las honrosas excepciones. Las mujeres por las que les merezca la pena ir a la guerra.