viernes, noviembre 22, 2024
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Seducción dictatorial

IVÁN VÉLEZ,

Un reciente informe sobre valores en Cataluña, elaborado por el Centro de Estudios de Opinión, ha revelado un dato inquietante: los jóvenes de entre 16 y 24 años son los más dispuestos a renunciar a vivir en un país gobernado democráticamente si a cambio se les garantizase un nivel de vida capaz de colmar sus aspiraciones personales. La noticia, para más inri, la da una institución constituida en Cataluña, tierra que se precia de atesorar, como si de una dádiva divina se tratase, ese don llamado seny. Después de medio siglo echando en cara a los habitantes de Charnegania su falta de tolerancia, su grosera incomprensión para con los hechos diferenciales de Cataluña, huelga decir que caracterizados por el democratismo y el diálogo, resulta que los jóvenes catalanes serían capaces de prescindir de las urnas a cambio, pensará el fundamentalista democrático, de burdos bienes terrenales.

El dato cuestiona una de las muchas verdades oficiales asentadas en eso que se da en llamar Occidente. Una certidumbre que en España parecía imposible de erosionar, toda vez que durante el último medio siglo se recuerda con insistencia y autocomplacencia lo modélico de nuestra Transición, ese periodo en el cual los españoles «nos dimos», como si del Barón de Munchausen se tratase, la democracia coronada. Sin embargo, algo comienza a fallar en esta democracia cuya sola invocación evita el, a menudo, molesto trance de pronunciar la palabra «España».

A bote pronto, la renuncia democrática pudiera atribuirse al hecho de que el estrato consultado es consciente de las enormes dificultades que tendrá para acceder, por ejemplo, a una vivienda, a un pisito. Y esa evocación, la del pisito, hace volver la mirada hacia los padres, pero aún más, hacia los abuelos, a esos que, con relativa rapidez, se libraron de la «letra». Salvo contadas excepciones, aquella generación, la que sigue recomendando no significarse porque ella misma apenas se significó, transmite el recuerdo de un tiempo en el que el derecho a decidir iba por otros derroteros más vitales.

La tendencia, según parece, no se circunscribe a Cataluña. Tampoco a España. La desafección hacia una particular forma de democracia se extiende por otros lugares. Por aquellos en los cuales se implantó una democracia de mercado pletórico hoy vedado, en algunos de sus aspectos, para unos jóvenes que deben asumir las forzosas bondades de compartir, bajo alguna imaginativa fórmula enunciada en inglés, piso, o autoconvencerse de que la mascota es preferible al hijo. A estas limitaciones se añaden otras, las que tienen que ver con una sociedad estructurada en cuotas. Algunas de ellas tienen que ver con ese enigma llamado «género» —¿construcción social? ¿autodeterminación? ¿autopercepción?—, capaz de llevar a situaciones inauditas cargadas de discriminación y arbitrariedad. Otras, con una forzada y aritmética paridad que reserva espacios para unos sexos disueltos, precisamente, por la cuestión genérica. Cuotas, reservorios que cuestionan la misma idea de democracia en cuando a su dimensión igualitaria.

En estas circunstancias, no es de extrañar, y bien sé, parafraseando a Quevedo, a cuántos contradigo, la creciente reacción de los que buscan objetivos tan reconocibles como pragmáticos. De quienes reclaman autoritarismo por compasión seducidos por el hartazgo.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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