miércoles, noviembre 27, 2024
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En Argentina las aulas están llenas, pero las ideas están vacías

Escritor Invitado,

Hoy en Argentina, los estudiantes universitarios nos vemos en una especie de punto de inflexión donde el presupuesto universitario es el eje de un foco —bastante caliente— de discusión relacionado con la asignación anual del presupuesto para las universidades públicas, el cual el gobierno de Javier Milei requiere administrar minuciosamente para poner orden a los subsidios descontrolados que pasaron a ser parte de la cultura argentina.

Si bien este tema parece de carácter meramente académico-administrativo, quienes conocemos bien los ámbitos del submundo académico sabemos que todas estas decisiones tienen un desarrollo político que cada bando maneja para su propósito.

El punto de mi opinión como estudiante de una universidad pública de Buenos Aires no es defender las decisiones de Javier Milei o contrastar los daños que pueda llevar el congelamiento del presupuesto universitario, del cual, por cierto, no se ofrece una rendición de cuentas por parte de las casas de estudios en relación con estas asignaciones, que son sacadas del bolsillo de cada uno de los que pagamos impuestos.

La crítica que sale a partir de este artículo es la defensa vacía por parte de un conglomerado de estudiantes que hacen vida, o que fueron parte del ámbito académico universitario, con un presupuesto que nunca se vio —ni con peronismo, ni con macrismo— y que hoy este conglomerado es manejado por olas de movimientos estudiantiles con fines meramente políticos. Y es que para nadie es un secreto que la mayoría de dichas agrupaciones son organizadas por “estudiantes” que tardan el doble de tiempo para recibirse de lo que dura la devolución de un préstamo “Fondo Semilla Impacto”, ofrecido por el gobierno a emprendedores, con el fin de apoderarse políticamente de un espacio universitario.

Si revisamos los materiales de estudios que imparten estos núcleos académicos desde el primer semestre o en caso de la UBA, en su ciclo básico común, la mayoría de los filósofos en los cuales se apoyan los denominados pénsum de las carreras de sociales e incluso áreas ajenas como facultades de Ciencias, siguen siendo Karl Marx, John Keynes, Guillermo O’Donnell y otros autores del ala izquierdista sin importar la orientación de la materia. Como si fuera parte del dogma totalmente irrefutable para entender la sociedad.

Y es que no se enseña a cuestionar, a criticar o que el estudiante se pregunte: “¿Por qué debe ser así? o ¿por qué funciona de esa manera?”, sino que se les empuja a seguir una corriente ideológica que parece ser una verdad absoluta para la administración de las casas de estudios, más que formar profesionales críticos.

Parece que su interés es crear un centro de incubación universitaria perteneciente a una masa de ideas vacías donde se implementa consciente y subconscientemente la cultura del lenguaje inclusivo, políticas e ideologías de género y otros temas que nada aportan al desarrollo económico, social y urbanístico de un país.

“¡Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode!” era el grito de estudiantes y docentes de la Facultad de Psicología de la UBA el miércoles 18 de abril en una asamblea estudiantil. Sin embargo, ¿es que acaso la universidad pública no pertenece a quien quiera mejorar su nivel académico o es solo para los que simpaticen con el centro de estudiantes de turno?

Las incoherencias son la cátedra de cada facultad pública de la región. La prestigiosa Universidad de Buenos Aires declara en su misión:

“I.- La Universidad de Buenos Aires es una entidad de derecho público que tiene como fines la promoción, la difusión y la preservación de la cultura. Cumple este propósito en contacto directo permanente con el pensamiento universal y presta particular atención a los problemas argentinos.”

¿Pero a los problemas de quién presta atención? Las aulas colapsan de asistencia, pero en muchos casos los estudiantes abandonan la cursada unos meses después, las instalaciones parecen más de un centro de reclusión que una institución de prestigio, los insumos básicos escasean y los profesores van por “amor al arte”.

Plenamente creo que el problema no es cuánto asignan de presupuesto, sino qué se hace con este. Sin embargo, siempre es más cómodo culpar al otro, a pesar de declararse autónomos. Y en cuanto a nosotros, los estudiantes, tenemos la labor de defender nuestra universidad con pensamiento absolutamente crítico, pero no para nuestra ideología o para una organización, sino para que las futuras generaciones tengan mejores oportunidades que la nuestra.

Porque los gobiernos, las personas y las ideologías pasan con el tiempo, pero las instituciones y los países quedan para el futuro.

Fuente: Panampost

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