HUGHES,
Veo dos noticias. La primera: Biden eleva los aranceles a bienes chinos. La segunda: la tasa de propiedad entre los menores de 35 años en España es de apenas un 31%, y era más del doble hace una década.
La primera noticia no genera polémica, pero recuerdo las cosas que se decían sobre Trump cuando se presentó a presidente. Iba a acabar con el comercio mundial; sobre el mundo se cernería una noche oscurísima de proteccionismo cuando no autarquía. Salieron grupos de liberales acreditados como latin kings a amedrentar con su alegre abuso de las palabras. «No-es-li-be-ral» (palabra mágica sobre la que ejercen, curiosamente, una especie de monopolio). Lo escuchábamos pero… ¿acaso la misma UE no discriminaba con aranceles y protecciones parciales del mercado interior?
En el público cundió esa palabrería que domina la peperosfera, el grupo de radios y periódicos con los que se organiza el pensamiento de la derechona española. Están ahí y no en ningún otro lugar, en manos de un par de grupos de comunicación, la Conferencia Episcopal y el PP.
Ahora leo la noticia sobre la propiedad inmobiliaria, que habla no solo de desigualdad por edades sino, sobre todo, de un empeoramiento de la situación de la gente joven y vuelvo a sentir algo parecido cuando García-Gallardo, de Vox, tuitea: «Hay que facilitar una distribución equitativa y lo más amplia posible de la propiedad» y despierta una polvareda crítica en Twitter. Más allá de la exacta elección de las palabras, los dueños de la terminología ya expanden un miedo absurdo porque en ningún sitio dice Gallardo que haya que «expropiar» (cómo se nota el que tiene del que no tiene, ¡qué miedo les entra!). Interpreto las palabras de Gallardo como unas palabras políticas, tuiteadas y espontáneas dirigidas a mostrar una preocupación social y, si molesta la palabra social, reveladoras de una aspiración a mejorar o extender la propiedad, no a reducirla. A que todos tengan, y no solo unos pocos.
Objetivamente es bueno para un país que esto suceda, y no entraremos en términos de justicia.
Que este hombre diga esto y se le considere un radical arcaico (doblemente radical) muestra cómo está el discurso en España. Estas décadas de radiofonismo vocinglero, lugarcomunismo, peperismo y liberalismo a cuenta del Estado han deparado un público temeroso, con un miedo atroz a que vengan expropiadores. Les han instalado un resorte y saltan (¡comunista, falangista!) como si les fueran a quitar la merienda. La simple mención de la palabra «social, justicia, distribución…» hace que les entre un miedo terminal. Tiemblan (por supuesto, con España, el país de todos, ya son mucho más tolerantes terminológicamente).
Algo de su miedo es legítimo y justificado, pero también hacen imposible el debate. ¿No hay instalado un miedo liberal prefabricado, un antiliberal preparado que es a la economía lo que el reproche de iliberal a la política, los derechos y las libertades?
Lo mejor es lo que responden a García-Gallardo, al que comunista no le pueden llamar: «Falangista, joseantoniano…». Con qué desprecio lo dicen… ¿Desde qué superioridad moral, intelectual, política o desde qué logros habla esta gente? Pero ¿cómo puede un pepero o centrista o liberal o lo que sea atreverse a hablar en esos términos de José Antonio?
Cuando apareció Trump, recibir con serenidad (como lo recibíamos las personas humildes, solitarias y formadas) sus opiniones arancelarias era ser ya un radical. Años después, ya vemos lo que sucede; lo que él dijo lo hace Biden, para escándalo de nadie (vete entonces a echar un galgo a esos «liberales» y moderados…).
Recibir las palabras de García-Gallardo con serenidad e incluso con cierta simpatía o novedad por lo que muestran de preocupación por la situación de quienes no pueden acceder a la propiedad (cosa que no importa en absoluto a los autoproclamados defensores de la propiedad privada) coloca en no sé qué radical esquina. «Joseantonianos, falangistas»… Que no sé si es mucho peor que ser llamado democristiano, liberal presupuestario, liberal de pisos o neocon normadrileño… Quizás en unos años ese miedo haya desaparecido y no haya que ser de Más Madrid para hablar de estos asuntos, que no son ninguna tontería.