Edgar Cherubini Lecuna,
Mayo 68, la rebelión de los “bo-bos”
Los sucesos de mayo de 1968 desencadenaron un caos inesperado que paralizó Francia. Miles de estudiantes inundaron las calles de París protestando contra el orden establecido. Las barricadas y enfrentamientos con la policía perturbaron la ciudad que cada día amanecía estampada con grafitis espontáneos alusivos a las variopintas ideas y sentimientos de esos jóvenes sobre la política, la sociedad, la educación, la familia y el sexo: “La imaginación toma el poder”, “Seamos realistas, demandemos lo imposible”, “Desde ahora, la poesía está en las calles”, “Desabotona tu mente, tantas veces como desabotonas tu bragueta”, “Debajo de los adoquines está la playa”, “Prohibido prohibir”, entre otras tantas frases que brotaron compulsivamente de sus sprays. Una de ellas: “El futuro no tiene futuro”, podría haber sido pintada en cualquier muro de París tres años antes por Pierrot le fou, el personaje de Godard, del que hablaremos más adelante.
Los partidos políticos, desconectados de la realidad, no entendieron la rebelión juvenil. El Partido Comunista calificó a los estudiantes de “falsos revolucionarios”, acusándolos de “prestarse a intereses fascistas y ser agentes del gran capital”, denigrando y atacando a Daniel Cohn-Bendit, líder estrella de la revuelta. Los comunistas, que hasta esa fecha no se habían desprendido de su equipaje estalinista, adoptaron una posición reaccionaria ante esa expresión colectiva de libertad sin ideologías ni militancias. Los comunistas le tienen horror a lo espontáneo y al humor. Durante ese mes se comportaron como la inquisición que prohibió la risa por ser pecaminosa. Quizás les molestaron pintas como esta: “Yo soy marxista tendencia Groucho” o “Abajo el realismo socialista, viva el surrealismo”.
Para tratar de comprender los sucesos de mayo de 1968 en Francia, habría que repasar brevemente la historia de una sociedad surgida del siglo de las luces y de la revolución de 1789, que descabezó el absolutismo dando inicio a un régimen basado en el principio de la soberanía popular, germen de la democracia moderna, pero que durante los siglos XVIII y XIX basculó entre la revolución y el terror, la guillotina y la venganza social, el imperio napoleónico y la monarquía constitucional, para finalmente lograr la democracia republicana. Marchas y contramarchas donde lo único que prevaleció, desde que Francia entrara en la fase de industrialización, fue una burguesía rica y culta que se convirtió en la fuerza política dominante del país.
La educación en la Francia de los años sesenta, se destacaba por una gran rigidez enmarcada en un modelo cartesiano, encaminada a sostener los valores de una extendida clase media, así como los logros del desarrollo y la estabilidad económica que por primera vez disfrutaban los franceses después de las dos calamitosas guerras mundiales. Sin embargo, como sostiene Inglehart, “El crecimiento económico de un país trae consigo cambios en la escala de valores de los ciudadanos por la adopción de valores de autoexpresión (self-expression), que exigen mayores libertades democráticas”. El autor sostiene que el activismo de los años sesenta fue el inicio de una “revolución silenciosa” que comenzó a cambiar gradual, pero fundamentalmente, la vida política en todo el mundo occidental. Inglehart se centra en dos aspectos de esta revolución: “Un cambio con un énfasis abrumador en los valores materiales y la seguridad física hacia una mayor preocupación por la calidad de vida; y un aumento de las habilidades políticas de los públicos occidentales que les permitiera desempeñar un papel más relevante en la toma de decisiones políticas importantes”. (Ronald Inglehart, The Silent Revolution, 1977).
“El futuro no tiene futuro”
Sobre la crisis de mayo de 1968, pienso que son varias las circunstancias que inspiraron y encendieron las revueltas y que minaron esa aparente solidez de Francia, dando paso a los que Zygmunt Bauman denomina “la modernidad líquida”, signada por la inestabilidad y la desaparición de referentes, donde se pasa de la rigidez, la estabilidad y la repetición, a la liquidez, a la flexibilidad y a la incertidumbre. La Quinta República fundada por Charles de Gaulle en 1958, estaba por llegar a su fin.
La primera consideración tiene que ver con la incertidumbre y está reflejada en un film de Jean Luc Godard: Pierrot le fou o Pierrot el loco, realizado en 1965, tres años antes de la llamada revolución de mayo. Un verdadero curso de sociología en 105 minutos sobre la Francia de esa década. Es un film clásico – no hay trucaje – y a la vez moderno en su narrativa libre e intuitiva. Habría que agregar que fue un film premonitorio.
Como la mentalidad del francés se ha caracterizado siempre por una bipolaridad entre el cartesianismo y el surrealismo, la película se hizo viral. El personaje es un “bo-bo”, expresión popular que señala al bourgeois bohème, perteneciente a una clase social caracterizada por sus valores consumistas, comportamientos y gustos bohemios, actitudes hedonistas y pulsiones asociales inesperadas. Ferdinand Griffon o Pierrot, admirador de “un poeta llamado revólver” (en alusión al poeta Robert Browning) y del pintor español Velázquez “porque no buscaba pintar cosas precisas, sino lo que yace entre cosas precisas”, no soporta su incertidumbre existencial y escapa de la estabilidad de su matrimonio y entorno familiar, iniciando un aparatoso viaje sin retorno, porque para él, “el futuro no tiene futuro” (Pierrot dixit). Todo comienza la noche en que asiste con su esposa a una recepción familiar. Es genial la escena donde los invitados, altos ejecutivos con sus esposas, conversan animadamente entre ellos, pero poco a poco Pierrot se da cuenta que los parlamentos de los invitados son los mismos mensajes publicitarios de las marcas del momento. Pierrot abandona la fiesta y decide buscar Marianne, la baby-sitter de sus hijos y huye con ella, iniciando así una deriva hacia el Mediterráneo. Durante la travesía no cesa de leerle en voz alta los diálogos de los personajes de La bande des pieds nickelés (La pandilla de los holgazanes), publicadas en L’Epatant, un semanario de historietas que, según Sartre versaba sobre un “universo espinoso y mortal”. Es una aventura romántica plena de poesía, filosofía, extravagancias y riesgos, que culmina con un arrebato nihilista: “qué bella muerte, tan estúpida”, exclama Pierrot en la escena final, mientras enciende la mecha de decenas de cartuchos de dinamita atados alrededor de su cabeza (el filme fue prohibido a menores de 18 años).
“Hay que hacer más vergonzosa la vergüenza, denunciándola”
Otro evento anticipatorio lo produce el manifiesto publicado por la International Situationiste en septiembre de 1966, titulado Sobre la miseria en el medio estudiantil, panfleto que sembraría el germen de la revuelta juvenil en Francia y otros países. El primer párrafo del texto resume el contenido: “Hay que hacer más vergonzosa la vergüenza, denunciándola. Podemos afirmar, sin gran riesgo de equivocarnos, que en Francia el estudiante es, después del policía y el sacerdote, el ser más universalmente despreciable”. Le sigue una agresiva crítica a la izquierda, en especial al Partido Comunista, a la Unión de Estudiantes (UNEF), a los partidos del estatus, a los medios de comunicación y a la sociedad de consumo. Las exigencias de reformas estudiantiles y sociales no se hicieron esperar en las universidades de Estrasburgo, Nantes y Nanterre, con manifestaciones y barricadas. Entre otras demandas de ese momento, los jóvenes exigían: “Todo el poder para los consejos estudiantiles”, “Abolición de la sociedad de clases”, “Estamos contra el fetichismo y la mercancía”, entre otros eslóganes.
“Tu voluntad es un arma poderosa, manejada por otros se vuelve contra ti”
En 1967, se publican dos libros imprescindibles para entender la revuelta de mayo, se trata de “La sociedad del espectáculo” (La Société du Spectacle), de Guy Debord (1931-1994), quien fue el fundador de la Internacional Situacionista, y “El tratado de saber vivir” (Le Traité de savoir-vivre à l’usage des jeunes générations), del filósofo belga Raoul Vaneigem (1934). Ambos libros le dan un sustento conceptual a la protesta juvenil. En la introducción de La sociedad del espectáculo se lee: “Y sin duda nuestro tiempo, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada a través de imágenes”. Eso mismo es lo que había plasmado Godard en su film Pierrot le fou de 1965
Vaneigen, por su parte, se dirige sin ambages a los jóvenes, he aquí dos párrafos tomados al azar de su apasionante libro: “Tu voluntad es un arma poderosa, manejada por otros, se vuelve contra ti”; “Que coincidan diez hombres decididos a la violencia fulgurante antes que, a la larga agonía de la supervivencia, e inmediatamente acaba la desesperación y comienza la táctica. La desesperación es la enfermedad infantil de los revolucionarios de la vida cotidiana”.
Lo que sucedería en el mes de mayo, se podía respirar en el ambiente. El artículo de Pierre Viansson-Ponté publicado en Le Monde el 15 de marzo de 1968, es un retrato caustico de la vida del francés burgués promedio, del individualismo, del cinismo la indiferencia de los bo-bós en su mundo bien organizado y estable: “Lo que actualmente caracteriza nuestra vida pública es el aburrimiento. Los franceses están aburridos. No participan mayormente en las grandes convulsiones que sacuden al mundo (…) además la televisión repite al menos tres veces cada noche que Francia está en paz por primera vez hace casi treinta años (…) El joven francés está aburrido, mientras en España, Italia, Bélgica, Argelia, Japón, Estados Unidos, Egipto, Alemania y en la propia Polonia los estudiantes manifiestan, protestan, se mueven, pelean. Tienen la impresión de que tienen conquistas que emprender…”.
“Mientras ustedes duermen, nosotros soñamos”
Aquí comparto un breve recuento de los acontecimientos. El 3 de mayo, los estudiantes de La Sorbona apoyados por los de Nanterre toman las instalaciones de la universidad y ocupan el teatro Odeon. En el barrio latino, los estudiantes se enfrentan a la policía lanzando adoquines con el resultado de cientos de heridos. El 10 de mayo se conoció como la noche de las barricadas (La nuit des barricades). Durante una de las escaramuzas nocturnas, alguien pintó un enorme grafiti que decía: “Mientras ustedes duermen, nosotros soñamos”. El 13 de mayo, en La Sorbona, los estudiantes creían haber revivido la Comuna de París de 1871. A medida que se extendieron las manifestaciones y desórdenes, los sindicatos de izquierda y organizaciones extremistas, trataron de aprovecharse del momento. Durante la gran marcha por los bulevares, George Marchais, el secretario general del Partido Comunista francés intentó sumarse a la vanguardia de la manifestación, siendo rechazado por una multitud enardecida.
Ya para el 19 de mayo, Francia estaba paralizada, no había combustible, los bancos permanecían cerrados y los obreros de las fábricas de los suburbios estaban en los bulevares de París reclamando reivindicaciones laborales, entre ellas la de “trabajar menos horas”. Comenzaba a reinar la anarquía y el desabastecimiento. El 29 de mayo, el presidente de Gaulle toma un helicóptero y se dirige a la base francesa de Baden Baden en Alemania, para reunirse con militares leales para asegurarse así de un sostén a su gobierno. De regreso a Francia, pronuncia un vigoroso discurso utilizando la televisión como si fuera la radio. En pantalla solo se veía una foto fija de la bandera de Francia y la voz de Gaulle en “off”, para lograr un efecto subliminal al evocar su famoso discurso desde Londres en 1940 convocando a los franceses a la resistencia. Fue enfático al decir: “No me renunciaré”. Esa misma tarde, un millón de personas desfilaron desde la plaza Concorde a la plaza Etoile respaldando al presidente. A la cabeza de la multitud se vio marchar al escritor André Malraux, entre otras personalidades de la política y la cultura. Manifestaciones similares de apoyo a de Gaulle se dieron en las demás ciudades del país. Al día siguiente hubo transporte público, correos, bancos, croissants calientes en las panaderías, los trabajadores asistieron a las fábricas y oficinas. El 16 de junio, la policía termina de evacuar La Sorbona. Días más tarde, las legislativas son ganadas por los Gaullistas con una abrumadora mayoría. Volvió la calma. “Las gasolineras fueron surtidas, no para utilizar la gasolina para fabricar bombas molotov sino para que los estudiantes pudieran llenar el tanque y tomar carretera en el puente vacacional de Pentecostés (…) Fue una revolución hecha en nombre del pueblo por los hijos de la burguesía (Erick Zemmour, «Mai 68, la grande désintégration»). Según este pensador, mayo del 68 dio inicio a la fragmentación de Francia y sus valores tradicionales e identitarios.
Sumido en su individualismo, administrado cinismo y amargura cotidiana, el parisino, que siempre ha exigido un espacio vital y no rozar al otro, vio disueltas las distancias y diferencias en los tumultos de mayo. Sentirse estrujado por la masa era una sensación desconocida que recordaba la consigna, a veces olvidada, “Libertad, igualdad, fraternidad”. Los estudiantes marchaban abrazados con obreros de la Renault y de la Citroën, juntos se enfrentaban a la policía lanzando adoquines y cantaban a coro la Marsellesa. De allí la percepción, por demás irreal y efímera, de una revolución social que algunos creyeron realizar. Después de treinta días, todo retornó a la normalidad y a la cotidianidad. Una revuelta plena de creatividad y poesía, que murió de “una bella muerte” como el rebelde Pierrot. Si bien no hubo un cambio sustancial de paradigmas, aceleró transformaciones que cincuenta y seis años después aún vivimos, para bien o para mal.