CAMILO LORET DE MOLA,
“El viejo está chocho, perdió la cabeza”, asegura a viva voz un hombre de unos 40 años en la ventana del restaurante La Carreta, en la calle 40 de Miami, “¿cómo se le ocurre subirse al ring con Trump?, ¡se lo van a comer con papas!”, dice mientras imita los movimientos de un boxeador para deleite del grupo que, esa mañana, conforman la peña ocasional del lugar, considerado uno de los termómetros sociales del sur de la Florida.
El tema del día es que tendremos debates entre el presidente Joe Biden y el candidato republicano y favorito del sur de la Florida, Donald Trump.
La mayoría de los presentes creen que es una victoria cantada para Trump y que los demócratas han caído en una trampa. Un joven, colada en mano, lo explica para el resto del grupo: “Nunca pensaron que Trump aceptaría. Como no quiso debatir en las primarias pensaron que estaba huido pero el blanco les aceptó de inmediato, ahora se deben estar dando cabezazos en la Casablanca”.
Ramón, un hombre bajito y con evidente sobrepeso es el clásico “atravesao”: un habitual del lugar y todo un experto en llevar la contraria. “El debate puede reventarle en las manos a Trump, lo están pinchando para que se ponga petulante y asuste a los indecisos”, dice Ramón provocando risas e indignación a la vez, pero el tipo sigue, “fíjate que Biden lo quiere a puertas cerradas, sin público porque así Trump no tiene combustible”.
A nivel nacional la opinión es que hay un empate entre candidatos, pero en Miami no, la proporción es alrededor de doce contra uno, quizás dos, porque hay alguien que asiente con la cabeza cuando Ramón opina, pero sin comentar.
“Que le camine dos veces por detrás como le hizo a Hillary para que veas como el viejo se pierde y empieza a llamar a su mamá”, todos ríen y Ramón riposta, “Trump con sus perretas y prepotencias mueve los indecisos a las filas de Biden, no porque les guste, sino porque el otro viejo les espanta”.
“¡Ramón acaba de irte para Cuba!”, arremete uno del grupo que no consigue interrumpir la diatriba del hombrecito, “el que cayó en la Trampa fue Trump, los demócratas lo engoaron y como no se deja asesorar en vez de jugar al moderado, va a hacerle gracias a su base, a ustedes, los que ya son de su equipo”.
Alguien se impone con una voz de locutor de radio, “Ramón, esos pueden ser los mejores planes del mundo, pero con un hombre sin cabeza, no hay forma de que se ajuste al guion, en cuanto lo dejen solo Biden va a empezar a divagar y al carajo el plan”.
“No sean bobos, Biden no está tan mal como ustedes dicen y a Trump también le patina el coco, son un par de abuelos”, se defiende y se contradice Ramón.
Ahí mismo se desencadenó la debacle, todos hablan, más bien gritan a la vez. A duras penas alcanzo a distinguir al de la voz más potente que a pocos centímetros de la cara de Ramón le espeta, “¡le va a pasar por arriba y bien!, ¡le va a pasar por arriba!”, Ramón ríe y al mismo ritmo de sus carcajadas se mueve el vientre relleno de su guayabera.
El que habla como locutor hace un gesto de renuncia y junto conmigo emprende una tranquila retirada hacia el estacionamiento, por el camino me comenta, “de alquilar balcones periodista”, le pregunto si me habla de los debates presidenciales, “no”, me contesta rápido, “de alquilar balcones esto, La Carreta”.
Me voy convencido: esta mañana, sin proponérmelo, he tomado café en el ombligo del mundo.
Los gritos siguen mientras me alejo del lugar, rumbo al trabajo, a mi universo, mucho más real, pero menos divertido y ocurrente.