Hugo Marcelo Balderrama,
Después del Golpe de Estado del año 2003, que los militantes del castrochavismo llaman: «Guerra del gas», las relaciones geopolíticas de Bolivia cambiaron en 180 grados, puesto que pasamos de ser un país aliado de las democracias de Occidente a un satélite de los regímenes dictatoriales (Rusia, China, Cuba e Irán).
Por obvias razones, nuestros gobernantes dejaron de interesarse en ampliar los mercados que los productos bolivianos tenían asegurados en Estados Unidos, por ejemplo, no renovando el ATPDEA, y, al mismo tiempo, vendieron la idea de integrarnos a los BRICS, que, en teoría, serían el nuevo motor de la economía del mundo.
Sin embargo, hay una pregunta que nadie hizo: ¿qué son los BRICS?
El año 2001, el economista de Goldman Sachs, Jim O’Neil, acuñó el acrónimo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) para clasificar a los países que, en ese momento, representaban grandes oportunidades de inversión.
Alrededor del 2006, es que los mencionados países empezaron a hablar de conformar un bloque, pero recién en el 2009, en la ciudad rusa de Ekaterimburgo, tuvieron su primera cumbre.
En 2010, Sudáfrica se unió al grupo añadiendo la S final a la sigla que lo define. De acuerdo con los datos oficiales, los BRICS representan más del 42% de la población mundial, cerca del 30%, y el 18% del comercio global.
Con los números citados líneas arriba parecería una buena idea integrarnos a ese bloque. No obstante, como afirma el viejo refrán: «No todo lo que brilla es oro», veamos.
Boris Yeltsin, durante su periodo a cargo del gobierno de Rusia, llevó a cabo reformas a favor del libre mercado, la iniciativa privada, la reducción de la burocracia estatal y el establecimiento del sistema democrático.
Obviamente, esas reformas significaban grandes ventajas para los primeros inversionistas en llegar a tierras rusas, por eso es por lo que Jim O’Neil incluyó a Rusia entre sus posibles opciones de inversión, pues las posibilidades de conseguir tasas de rendimiento elevadas, la TIR, en jerga financiera, eran altísimas.
Sin embargo, el espejismo democrático en Rusia comenzó a desmoronarse muy rápido. Vladimir Putin sucedió a Boris Yeltsin a finales del Siglo XX y su gobierno se extendió hasta ahora, 2024. De lograr terminar su quinto mandato en el 2030, Putin se convertiría en el segundo hombre que más tiempo ocupó el cargo, siendo superado, únicamente, por Iósif Stalin. Empero, al parecer, Putin planea romper el récord del dictador soviético,
Con su última aventura bélica, la invasión a Ucrania, el Kremlin avanzó con la nacionalización de los activos eléctricos de la empresa energética Fortum (53% en propiedad del Estado finlandés), y la expropiación de la mayor parte de los activos de la firma Unipro JSC (cuyo principal accionista era la empresa alemana EON).
Lo anterior se suma a las empresas extranjeras que decidieron suspender sus operaciones en el país, entre ellas, Ikea, Renault y McDonald’s. Hoy, a treinta años del inicio del proceso democrático, Putin, oficialmente, inauguró un segundo periodo soviético.
Por su parte, China, que muchos ingenuos todavía consideran que será la próxima gran potencia, lleva varios años desmoronándose producto de las políticas keynesianas que la dictadura aplicó en el gigante asiático. Al respecto, Mauricio Ríos, economista y asesor de inversiones, en su artículo: China reconfirma los problemas de estanflación global típicamente keynesiana, afirma lo siguiente:
China no ha crecido en este trimestre debido (primero del 2021), fundamentalmente, a los cuellos de botella que el intervencionismo ha creado por el lado de la oferta, es decir, por haber cerrado la economía y haber impedido a los empresarios que encontraran soluciones a los problemas que surgieran, y que todavía les siguen impidiendo encontrar, y más aún por haber cometido el error de pensar que para solucionar los problemas de oferta hay que estimular la demanda. En otras palabras, lo que está sucediendo -aunque nadie está dispuesto a reconocerlo- es que, así como en el pasado al menos desde los años 30, las políticas keynesianas han fracasado y han agravado la situación que desde un principio pretendieron solucionar.
A lo anterior hay que sumarle un agravante, China, en su afán de consolidar la ruta de la seda y su influencia geopolítica, ha cometido el grave error de prestar dinero a naciones quebradas, por ejemplo, mi natal Bolivia.
Es decir, que el Dragón Rojo no solamente tiene que arreglar su economía interna, sino intentar recuperar algo del capital que dilapidó en las dictaduras del Socialismo del Siglo XXI.
De india hay poco que hablar, pues, pese al crecimiento espectacular de su economía, el PIB per cápita se sitúa apenas en los 7.000 dólares estadounidenses (USD), frente a los 39.000 de la Unión Europea. Además, India sigue siendo el país con el mayor nivel de pobreza del mundo: el 30% de la población vive por debajo de los mínimos internacionalmente aceptados.
Brasil, en especial luego del retorno de Lula, agotó todo el superávit primario que había dejado Jair Bolsonaro. Al cabo de 15 meses, incluso con la promulgación de nuevos impuestos, el IBGE Brasil registró un déficit primario equivalente al 2,47% del PBI para finales de marzo de 2024. Hay una razón muy simple, ningún país soporta la agenda socialista de gastar lo que se tiene, y hasta lo que no se tiene.
En conclusión, si tuviera que usar un término para definir a los BRICS sería: Es más fácil pintar rosas que plantar un jardín.