Marcelo Duclos,
Todo parece indicar que, en el marco de una reunión privada, el papa Francisco hizo referencia a la necesidad de evitar el supuesto “mariconeo” en los seminarios italianos. El término utilizado concretamente fue el de “frocciagine”, que, según los entendidos, hace referencia a los homosexuales de una forma despectiva. En las disculpas formales, se señaló que el religioso desconocía la connotación exacta de la palabra, más cercana al “lunfardo” italiano que a una palabra de diccionario tradicional.
La cuestión remite al eterno debate sobre si la Iglesia es o no prejuiciosa con los homosexuales. Desde el argumento que lo niega, se señala que la cuestión por la que se asocia a las relaciones de pareja del mismo sexo con el pecado, tiene que ver con una instancia previa al vínculo en sí. Se suele manifestar que las relaciones sexuales son exclusivas para el ámbito del matrimonio, por lo que cualquier pareja, homosexual o heterosexual, estaría incurriendo en el pecado si decide tener una vida sexual antes o fuera del legítimo casamiento. Por lo tanto, como el matrimonio es para la religión exclusivamente para un hombre y una mujer, los católicos homosexuales, para evitar el pecado, deberían vivir en castidad.
Muchos de los que no somos parte de la Iglesia, ni siquiera católicos, nos preguntamos si existía alguna especie de jerarquía (por así decirlo) en materia del pecado vinculado al sexo fuera de las uniones avaladas por la institución. ¿Era exactamente lo mismo una pareja de hombres o mujeres a una heterosexual que comenzaba su vida sexual antes del matrimonio, o que directamente decidía evitar la Iglesia y el registro civil? ¿O había como un nivel de distinta “gravedad” entre ambos pecados?
El debate sobre el prejuicio de la Iglesia con los homosexuales parece brindar una respuesta. Más allá de lo ofensivo del término y del pequeño escándalo que generaron las palabras de Francisco, todo parece indicar que la curia prefiere evitar el ingreso de homosexuales. ¿Esto quiere decir que están menos capacitadas para ejercer el voto de castidad, o que es preferible que, si se llega a incumplir, sea con un vínculo heterosexual?
Todas preguntas válidas que se puede hacer alguien que no pertenece a la Iglesia, que, lógicamente, tiene todo el derecho del mundo a plantear sus propias reglas. Claro que también debe hacerse cargo de las críticas que puede generar un doble discurso.
Lo que no deja lugar a dudas es la doble vara del progresismo que ataca o acusa según de quien se trate y no por las cuestiones en sí mismas. Si una persona del bando conservador dice que el término “matrimonio” hace referencia a una unión heterosexual (aunque acepte sin reparos todas las uniones civiles en el marco de contratos libres y voluntarios y no desee perseguir ni quitarle derechos a nadie), se lo acusa de “homofóbico”. Claro que, si el papa Francisco es “nacional y popular”, directamente se mira para otro lado. A Benedicto XVI no le hubieran aceptado mucho menos.