Saúl Hernández Bolívar,
Se ha dicho que los hombres públicos pierden gran parte de su vida privada. Eso les pasa a la mayoría de los políticos. El affaire de Petro en Panamá es paradigmático. Si bien no debería importarnos su paseo de manito sudada con una mujer que no era su esposa legítima, Verónica Alcocer, sí hay elementos que nos permiten meternos en esa esfera íntima del presidente de los colombianos.
En primer lugar, Petro estaba en Panamá de visita oficial, por la posesión de José Raúl Mulino como presidente del país hermano. Ese viaje se hizo con dineros pagados por los contribuyentes, en un avión oficial de la República de Colombia. Por cierto, no fue en el avión presidencial FAC 0001, sino en otro Boeing 737 de la Fuerza Aérea; el FAC 1222, que el año anterior estuvo vinculado a un escándalo por supuestos viajes de la familia presidencial a Washington y Orlando. Faltaría por verificar si la noviecita de Petro también viajó con recursos públicos.
En segundo lugar, porque Petro se paseó con esa ‘dama’ por el espacio público de la Ciudad de Panamá, a la vista de todo el mundo. No lo hizo en un espacio privado, como el interior de un hotel o un restaurante, sino en plena calle, donde nadie tiene que pedir permiso para hacer registros fotográficos o de vídeo ni tiene porqué ignorar prudentemente lo que vio y callarlo. Nadie invadió sus espacios privados ni fue espiado. La calle es libre.
Tercero, porque siendo Petro un dirigente elegido de manera popular para encauzar los destinos de una nación, se espera de él un comportamiento decoroso, ajustado a la legalidad, tanto en público como en privado, máxime si es él mismo quien expone su vida íntima. Aquí de lo que se trata no es de ser homofóbico o no. Poco importa si su moza de turno era un travesti y si Petro es o no es heterosexual. El hecho es que a pesar de ser un hombre casado tiene encuentros románticos con otras personas, lo que implicaría que el hombre que dirige el país es un sujeto infiel que no respeta sus compromisos, su palabra, y engaña a sus más cercanos. ¿Será digno de confianza de sus gobernados si no puede serlo de su esposa?
No obstante, aceptemos, en gracia de discusión, que ese amorío es un problema personal suyo (y de su familia), que al resto de los colombianos no debe interesarnos siempre y cuando no interfiera en sus tareas de gobierno, las que mantiene muy afectadas por sus continuos retrasos y la cancelación de su agenda. Sin embargo, la inmoralidad de sus orgías homosexuales, sus borracheras y su consumo de drogas nos tiene sin cuidado. Su mala gestión de gobierno no tiene nada que ver con sus flaquezas.
Más bien, deberíamos preguntarnos por qué un personaje público de semejante importancia se pavonea en compañía de un travesti a la vista de todos. Es que llama la atención el hecho de que, a decir verdad, no pareciera que a Petro lo hubieran pillado en malos pasos sino que él mismo se mandó a grabar para fabricar una polémica que eclipse los temas de extrema gravedad que están transcurriendo en el país. Una extraña cortina de humo.
Tal vez creyó Petro que los medios se iban a sumergir en una discusión sin fin por sus correrías extramaritales, arrastrando las redes sociales y la opinión pública en general, mientras nos meten una constituyente con tanta vaselina que ya empezamos a no darnos cuenta. Inevitable imaginarse el costalado de plata que le dieron a Cristo (el malo) para que pasara de ser enemigo acérrimo de la idea de una constituyente a su principal bastonera.
Pero, ¿era solo eso lo que nos querían ocultar entreteniéndonos con las aventuras del presidente de la República? Algo huele mal en Dinamarca.