lunes, noviembre 25, 2024
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¿Sobrevivirá la OTAN a Trump?

FRANCISCO JOSÉ CONTRERAS,

El presidente norteamericano con un mayor impacto en la Historia mundial fue Harry Truman. Corrigió la estúpida ingenuidad de Roosevelt, que había creído en Yalta la promesa de Stalin de celebrar elecciones libres en los países de Europa oriental que un Ejército Rojo ya imparable iba ocupando en 1945. El mercero de Lamar, Missouri (único presidente del siglo XX sin título universitario) demostró mucha más agudeza geopolítica que el patricio neoyorquino, graduado por Harvard. En Potsdam Truman ya enseñó los dientes a los soviéticos, y su decisión de lanzar dos bombas atómicas buscó agitar el garrote ante Stalin tanto como arrancar la rendición japonesa. Un año después, Truman recibió el telegrama largo de George Kennan y decidió —contrariando a los aislacionistas y soberanistas de entonces— que las tropas norteamericanas permanecerían en Europa. La doctrina Truman, formulada en 1947, comprometió de manera indefinida el esfuerzo norteamericano para la protección de Europa occidental y el resto del mundo libre frente a la expansión del comunismo. Con el Plan Marshall contribuyó decisivamente a la reconstrucción: el valor de lo proporcionado entonces por los Estados Unidos (unos 20.000 millones de dólares de la época) equivalió aproximadamente al de las industrias robadas por Stalin en Polonia, Alemania oriental, etc. y trasladadas a la URSS. Si EEUU, agotado también por la Segunda Guerra Mundial, se hubiese replegado en 1945 tras sus fronteras, nada hubiese podido parar a Stalin en su paseo militar hasta el Atlántico. La Europa occidental devastada no estaba en condiciones de resistir. Si la libertad sobrevivió en el mundo, se debió a que EEUU contribuyó decisivamente primero a la derrota del fascismo, y a la contención e implosión final del comunismo durante los 45 años siguientes.

La alianza militar que canalizó esta defensa del mundo libre fue la OTAN. Su 75 aniversario, celebrado hace un par de semanas, ha pasado bastante desapercibido. Muchos dicen que la OTAN carece de sentido desde que terminó la Guerra Fría —que, por cierto, no habría tenido ese final feliz si la organización no hubiera existido—. Creo que se equivocan. La confesada ambición putiniana de reconstruir el viejo espacio soviético implica una amenaza directa para nuestros amigos polacos, bálticos, eslovacos o rumanos, una amenaza que ha empezado a materializarse en la criminal agresión contra Ucrania. Si Ucrania ha resistido hasta ahora, se debe, además de a su propio heroísmo, al apoyo militar de la OTAN. Y no, la OTAN no se expandió hacia el Este por fastidiar a Rusia —que no tiene nada que temer de una alianza que es sólo defensiva—: son las naciones de Europa oriental las que, apenas liberadas de la bota soviética, corrieron a llamar a la puerta de la OTAN. Nadie tiene la culpa de que los europeos orientales prefieran Occidente al «mundo ruso». La OTAN hizo lo correcto recibiéndoles, una vez comprobada la homologabilidad de valores e instituciones.

Pero no es sólo Rusia. China, Irán, Corea del Norte, Cuba-Venezuela… pueden tener diferencias recíprocas, pero es más poderoso su miedo/odio común al sistema de libertades, así como el resentimiento histórico resultante de cinco siglos de hegemonía occidental. Así como la OTAN sostiene a Ucrania, Rusia ha podido perseverar en su agresión gracias al apoyo militar iraní y las exportaciones chinas de uso mixto civil-militar. Occidente no puede permitirse el lujo de la desunión porque sus enemigos sí que van a actuar de consuno siempre que se trate de superar, desgastar y debilitarlo.

Los que sabemos que la OTAN es imprescindible para la defensa de la democracia cruzamos los dedos para que un Trump probablemente victorioso no tome decisiones aislacionistas irreversibles. No lo hizo en su primer mandato, así que podemos esperar que sus exigencias a los europeos —no faltas de razón— sean una táctica negociadora para conseguir que países como España cumplan por fin el compromiso adoptado en 2014 de dedicar al menos un 2% de su PIB a gasto en defensa (en España estamos en un paupérrimo 1,3%). Europa se ha aprovechado durante 80 años de la generosidad de EEUU, que invierte un 3,5% de su PIB en gasto militar; es razonable que Trump exija compartir más equitativamente el esfuerzo, pero no lo sería que rompiese la baraja, retirase el apoyo a Ucrania o precipitase el final de la alianza que salvó al mundo libre. Esperemos que Trump tenga el retrato de Truman en el Despacho Oval.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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