Hughes,
Trump, como de costumbre, lo tuvo todo en contra. Los dos presentadores de la ABC, parcialísimos (ella, además, con cara de darle un sartenazo) y Kamala o más bien el handicap Kamala, una persona que por ser mujer y de una o dos razas no-blancas puede comportarse de un modo ridículo, ridículo incluso para los estándares de Trump.
La voz de ella es insoportable. EL efecto a las cinco de la mañana es muy duro. He pasado una noche difícil, y la habrán pasado muchos. Si lo tradujéramos sería la voz de María Jesús Montero, con el estilo desgarbado y noir de Cristina Fallarás y una solemnidad digna de los mejores momentos de Irene Montero o incluso de Isabel Gemio (Isabel Gemio con una causa), tan poco creíble como Ada Colau, y demagógica como una Celia Villalobos, con la estupidez infantil y cursi de una locutora de la SER, más incluso, porque todo eso se desarrolla a base de maullidos melodramáticos de modulación sociorracial variable.
Comenzó el debate con la economía y ella habló de bajarle los impuestos a los pequeños negocios, aseguró (varias veces) que tenía un plan y ya no dijo mucho más. La estrategia consistía en lanzarle a Trump los viejos clásicos y alguno más: el Capitolio, Charlottesville, las causas judiciales, su racismo, los cinco de Central Park… Trump empezó muy suave, poniendo su clásica expresión de escucha paciente que intenta no ser clamorosamente desdeñosa. Lo intentó. Le hablaba ella a maullidos desconcertantes y él bajaba la mirada. El principio del debate lo pasó así, mirando hacia abajo como una novicia pudorosa por no expresar rechazo, enojo o desesperación. Lo intentó, pero no fue posible y al final salió su tono, su energía y su clásica reivindicación personal. «Es un narcisista», dirán, pero es que todo giró alrededor de él. Dirán que además fue un narcisista machista que quedó en evidencia contra una mujer razonable y serena, representante de otro estilo de liderazgo. Todo esto será, como dicen ellos, bullshit.
Para esta estrategia, Kamala contó con la ayuda de los presentadores, que le hacían a Trump a la vez la pregunta y el fact check (una novedad), por supuesto falso también, añadiendo además unas preguntas directas, comprometidas, claramente sesgadas, que llegaban a repetir. Fue, sin exageración alguna, un debate contra varios. Una encerrona y un abuso, pero quien no lo haya visto hasta ahora difícilmente lo verá ya.
Sirva como ejemplo la cuestión del aborto. Kamala mintió anunciando una prohibición del gobierno federal y mintió al contar que con Trump no habría tratamientos de reproducción asistida. Trump aclaró esta cuestión en días anteriores y lo volvió a hacer: la Corte Suprema por él elegida devolvió la cuestión del aborto a los estados, al voto de la gente, a la naturaleza o moralidad de cada estado y eludió así una cuestión que lo separa del electorado femenino. Kamala mentía y los presentadores no solo no le hacían el fact check, sino que apretaban a Trump con nuevas preguntas. La más evidente fue «¿quiere usted que gane la guerra Ucrania?».
Un solo ejemplo más. Kamala le acusó de las peores tasas de ocupación de la historia, pero no dijo, y nadie la corrigió, que fueron por el Covid.
Trump se fue calentando y respondió a los ataques hasta llamarla a ella marxista, radical left, y «mucho peor que Biden» (que ya es decir) quien según él odia a Kamala que a su vez odia a Israel. Vaticinó que si ella gana, dejará de existir en dos años.
Cuando no se defendía, su constante en el debate fue la inmigración. La sacó en cada asunto y retó a Harris a firmar de manera inmediata un decreto que cierre las fronteras.
A veces se refirió a Kamala como she, a veces como they (quienes la lleven). A su modo, le estaba poniendo pronombres.
Se enzarzó el orange man en la propia defensa de su nombre y su trayectoria, lo que puede provocar un hartazgo de Trump a los dudosos, pero fue un hartazgo buscado y en gran medida inevitable.
Todos están hartos de Trump, pero no dejan de hablar de él. EL TDS (el Síndrome de Trastorno de Trump) supera el posible trastorno narcisista del personaje.
Trump dijo alguna cosa muy estimable. Señaló con gran simplicidad dos problemas básicos: la frontera y el proceso electoral, dos asuntos relacionados. Cuando se tiene que definir esto es que un país tiene problemas con sus fundamentos. «Somos una nación en declive», «seremos Venezuela con esteroides». En un momento dado señaló al elefante en la habitación: «¿Dónde está el presidente?» y fue el único, por supuesto, en recordar el riesgo de Tercera Guerra Mundial y de uso de las armas nucleares.
Trump era un candidato intelectualmente débil, propenso al desvarío, decían, pero ocho años después, Trump parece Churchill (cualquiera de las versiones de Churchill) al lado de Kamala. Dice mucho de la decadencia americana que estos debates resulten ya mortalmente aburridos y que en ellos un asunto recurrente sea cómo les ven en el exterior, qué dicen de ellos, de uno o de otro, los presidentes del resto del mundo.
Por supuesto, Trump ganó el debate. Kamala Harris es inconsistente, insoportable y su sonrisa nerviosa, nerviosa y constante, no puede ocultar su agenda real, sabida por todos.
Su planteamiento del debate fue una mentira tras otra. No la exageración, la caricatura sarcástica o la fanfarronada, sino mentiras sistemáticas que ella lanzaba una tras otra como un tenista maquinal desde el fondo de la pista. Es la líder, o eso dicen, del partido que quiere restringir la libertad de expresión por los «bulos». El debate, por supuesto, estuvo amañado y desequilibrado, lo que anuncia la posibilidad de que otras cosas lo estén en las próximas semanas.