Antonio de la Cruz,
A medida que Venezuela se enfrenta a otro ciclo de elecciones fraudulentas, la realidad del país parece atrapada en un complejo juego de estrategias entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición democrática. En este tablero, la represión, el exilio y la manipulación electoral son piezas clave que determinan el futuro de la nación. Si bien las tácticas del régimen son previsibles, la teoría de juegos nos ofrece una perspectiva clara de por qué cada actor sigue su curso y, más importante aún, qué puede cambiar el equilibrio de poder.
El reciente exilio forzoso del presidente electo Edmundo González, quien según 83% de las actas fue el verdadero ganador de los comicios, es solo otro movimiento en una larga partida que el régimen de Maduro domina desde 2013. Al forzar el exilio de dirigentes opositores, encarcelar a otros y manipular las instituciones electorales, el líder del PSUV busca sobrevivir en Miraflores y evitar cualquier desafío significativo. Para muchos, esto es una tragedia anunciada; para otros, un juego donde las reglas están amañadas desde el inicio. Pero si observamos la dinámica política, entenderemos mejor las motivaciones de cada jugador y cómo este conflicto podría, eventualmente, cambiar.
El régimen: represión como estrategia dominante
En este juego, Nicolás Maduro actúa de manera racional según sus intereses. Ha controlado las fuerzas de seguridad, el Consejo Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia y la Fiscalía, todas instituciones clave que deberían garantizar la legitimidad de cualquier proceso democrático. Pero en lugar de respetar los resultados de unas pseudo-elecciones, su estrategia dominante es la represión: encarcela, silencia, desaparece o exilia a quienes representan una amenaza.
¿Por qué optar por la represión, sabiendo que conlleva el riesgo de sanciones internacionales y aislamiento político? La respuesta está en los pay-offs que ofrece cada elección para el régimen. A corto plazo, acallar violentamente a la oposición le permite a Maduro evitar cualquier reto directo a su poder, lo que le asegura su supervivencia política. A largo plazo, aunque aumenta su aislamiento y erosiona la economía del país, el represor, criminal de lesa humanidad, sigue apostando a que la comunidad internacional priorizará la «estabilidad» sobre la democracia. Esto no es irracional. Algunos actores globales funcionales ya han aceptado tácitamente la represión como el costo de mantener un mínimo de un supuesto orden en Venezuela.
La oposición: el exilio como estrategia de sobrevivencia
a oposición venezolana, representada en esta coyuntura por Edmundo González Urrutia, enfrenta opciones limitadas dentro de un sistema electoral amañado. Hay que tener presente que enfrentarse directamente al régimen desde dentro del país es arriesgarse a ser encarcelado, torturado o peor. Optar por el exilio es, por lo tanto, una estrategia de supervivencia. A pesar de que superficialmente pudiera parecer una rendición, el exilio forzoso de González Urrutia le permite seguir luchando desde el exterior, donde la presión internacional, la orden de captura de Maduro y línea de mando y las sanciones a familiares y testaferros pueden estar a su favor.
Desde una perspectiva de equilibrio de Nash, este movimiento tiene sentido. Maduro reprime porque sabe que puede controlar el sistema desde adentro, mientras que dirigentes de la oposición se exilian porque en Venezuela solo enfrentarían violencia. Ambos jugadores están atrapados en un equilibrio donde ninguno puede cambiar su estrategia sin un costo significativo.
Pero este equilibrio no es estático. Es un juego repetido. Con cada nuevo ciclo de represión, violencia y fraude electoral, la comunidad internacional y la opinión pública venezolana han ido cambiando. Lo que antes era impensable —un régimen totalitario en Venezuela— ahora se ha convertido en una realidad aceptada. Sin embargo, la creciente presión internacional, las sanciones económicas y los informes de violaciones de derechos humanos sugieren que el equilibrio puede empezar a desmoronarse. Maduro, aunque parece ganar cada ronda, está acumulando costos que podrían volverse insostenibles como una orden de captura internacional por crímenes de lesa humanidad.
Rompiendo el equilibrio: ¿qué puede cambiar?
La situación política en Venezuela cambia cuando uno de los jugadores principales altera las reglas. A la oposición le beneficia una mayor coordinación con la comunidad internacional. Las sanciones ya han afectado la caja que financia el régimen y el control social de la población, mientras que el informe de la Corte Penal Internacional sobre crímenes de lesa humanidad debilita aún más la legitimidad de Maduro, generando tensiones internas para sustituirlo.
La estrategia para la oposición es clara: aumentar la presión internacional, movilizar a la diáspora para lograr agilizar las sanciones y orden de captura, y mantener la atención mundial sobre las atrocidades del régimen. El exilio, aunque doloroso, permite seguir participando en la lucha lejos de las garras del régimen. La comunidad internacional, por su parte, debe redoblar su esfuerzo en sanciones y condenas, demostrando que no hay recompensa para un régimen que viola sistemáticamente los derechos humanos.
Por otro lado, Maduro, si quiere seguir ganando este juego, necesita reducir sus costos internacionales o arriesgarse a perder el apoyo de actores clave que buscan blanquearlo como Brasil y Colombia. Su represión sigue siendo eficaz a corto plazo, pero los costos económicos y la creciente presión pueden cambiar el juego en el largo plazo. Aquí es donde entra en juego la posibilidad de una negociación para una transición ordenada o, incluso, de una eventual salida del poder.
El futuro de Venezuela: una lucha que no ha terminado
En esta compleja dinámica de estrategia y poder, las piezas pueden cambiar de lugar. Aunque hoy parece que el régimen tiene ventaja, la creciente resistencia latente interna – una rabia subterránea que puede desbordarse en cualquier momento – y la presión internacional ofrecen una oportunidad para alterar el equilibrio de poder.
El exilio de González Urrutia no debe ser interpretado como una derrota, sino como un nuevo capítulo en esta larga batalla. Venezuela no necesita más presos políticos ni más víctimas de tortura; necesita que la comunidad internacional mantenga su máxima presión, y que la oposición continúe su lucha, desde adentro y desde afuera.
Si algo nos ha enseñado la teoría de juegos es que ningún equilibrio es permanente. Las estrategias cambian y en esa acción reside la esperanza de un futuro democrático para Venezuela. Es un juego que aún puede ganar las fuerzas democraticas, pero solo si todos los actores, tanto dentro como fuera del país, deciden romper con el ciclo de represión y aceptar que el costo de mantener el statu quo es demasiado alto.
El futuro de Venezuela no debe estar marcado por el miedo, sino por la justicia y la libertad. Y aunque las recientes circunstancias parecieran haber favorecido al régimen, las reglas cambian si la comunidad internacional y la oposición siguen presionando con inteligencia y determinación.