IBÉYISE PACHECO,
No conozco precedente donde quien gobierna un país haya prohibido el uso de la bandera nacional en un evento público; y no me refiero a situaciones de guerra o tensiones políticas internas como las que ha habido entre Cataluña y el gobierno central español, o entre Kosovo y Serbia, o Tíbet y China.
En Venezuela el pasado martes 10 de septiembre, la Federación Venezolana de Fútbol prohibió a la fanaticada -y así lo oficializó en un comunicado- el ingreso de banderas al estadio Monumental de Maturín donde se llevó a cabo el partido entre las selecciones de Uruguay y Venezuela dentro de las eliminatorias para el próximo Mundial.
La decisión, absolutamente significativa y coherente con los tiempos que azotan a nuestro país, ha desvelado un aspecto vulnerable de la tiranía que es interesante de potenciar por quienes estamos luchando por la recuperación de la libertad.
Voy hacia atrás en la historia.
Durante el último acto masivo en Caracas me pareció destacable el valor que María Corina Machado otorgó en su discurso al himno nacional utilizando la conmovedora y ancestral imagen de madres y abuelas que han arrullado a sus niños con las mismas notas que conforman nuestro Gloria al Bravo Pueblo. MCM también aludió a las poderosas estrofas que enaltecen la acción decisiva del pueblo contra la tiranía, así como la búsqueda de la libertad y la justicia.
Ese día me dije: Nicolás Maduro va a comenzar a evadir la emisión del himno nacional porque cada vez que el pueblo lo entone estará gritando legítimamente, “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando la virtud y honor”, con el relato patriótico de lucha y resistencia que abrazan sus estrofas y que ahora los ciudadanos han arrebatado al tirano reivindicándolo como su grito de guerra.
Después vino la decisión de prohibir a la fanaticada el ingreso de la bandera nacional en el partido de la Vinotinto con lo que Maduro ha dejado en evidencia cuánta piquiña le da ver nuestra tricolor desplegada y lo hace porque seguramente él y sus amigos cubanos ya la tienen registrada como un símbolo de protesta para la resistencia.
Sin ánimo de colocarme en la fila del optimismo, celebro este nuevo fracaso para el tirano, lo que valoro como un triunfo inspirador tan importante como conquistar el territorio en una guerra. Es muy potente haberle arrebatado al dictador los símbolos patrios, acción coherente con su derrota en la elección presidencial que significó la medición objetiva del rechazo de más de 70 por ciento del país, porcentaje que incluye la inmensa mayoría del pueblo chavista lo que para el tirano resulta en una herida mortal. Él y su gente deben saber que es casi imposible cambiar el sentimiento y la decisión de los sectores más empobrecidos que se expresaron a través de su voto a favor de Edmundo González Urrutia. Por eso contra ese pueblo se ha ensañado el opresor.
También ha sido acosado y coaccionado por el régimen el presidente electo que se ha visto forzado a salir del país rumbo a España, país que ha tenido a bien abrazar a buena parte de la inmigración venezolana, pero que igualmente está bajo la batuta ejecutiva de buenos amigos de la dictadura a sabiendas de que Nicolás Maduro fue derrotado el pasado 28 de julio.
Es imposible no considerar que la razón para no reconocer a Edmundo González como presidente -a pesar de la aprobación del Congreso español- pueda responder a intereses no santos que calzan con los códigos con los que el crimen organizado opera para lograr sus objetivos.
Es así como el gobierno de Pedro Sánchez y el Partido Socialista Obrero Español quedan expuestos a las peores consideraciones mientras mantengan la conchupancia con Nicolás Maduro, identificado sin pudor como aliado de las dictaduras más sanguinarias del planeta, entiéndase Rusia, Nicaragua o Cuba por nombrar solo tres.
En el mundo libre hay consenso de que Maduro fue derrotado. ¿Quién resultó ganador entonces? Aquel que pueda probarlo. Y así lo han hecho tanto el candidato favorecido Edmundo Sánchez Urrutia como la líder de la oposición María Corina Machado, quienes han documentado y hecho públicas las actas que reflejan la decisión expresada por más de siete millones de venezolanos.
Es imposible que el pueblo venezolano no se sienta traicionado cuando el mundo ha constatado que está siendo aplastado por una fuerza militar que lo reprime brutalmente -en especial a los más desposeídos- por exigir que su voto sea respetado.
Se trata de escollos injustos, acciones inmorales y despiadadas, para un pueblo que lucha. En contraste, son muchas las naciones, los organismos internacionales, las respetables personalidades que han alzado su voz y que se suman a iniciativas de todo tipo para apoyar la causa de los venezolanos.
Es comprensible que el destierro de Edmundo González activara el desaliento, pero de eso hay que recuperarse con la certeza de que no solo seguimos en la pelea, sino que podemos ganar. Ya lo hicimos el 28 de julio. Ahora vamos por cobrar.