viernes, septiembre 20, 2024
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El cañón funerario

Itxu Díaz,

El «nuevo periodismo» se hizo viejo y murió. Hunter S. Thompson se aburrió de sí mismo y se pegó un tiro. Tom Wolfe se marchó escupiendo sobre las brasas de la corriente que originó, porque no le gustaba el término: creía, con razón, que todo aquello «que se presente bajo un nombre que incluya la palabra “nuevo” no hace más que buscarse problemas». Hoy no se podría rodar Primera Plana porque nadie entendería ni una sola de las bromas sobre los gestos, costumbres, y escenarios que ya no existen. Y el periodismo gonzo se esfumó como la libertad que un día tuvimos; de existir hoy, saldría al papel troceado y aseado para no herir sensibilidades, y sería tan horrible e inútil como las copias de Thompson, pero sin lo gonzo. Todo lo que quedaba de romántico, maldito, y estimulante en el oficio se ha ido a la mierda, por resumirlo en términos académicos, y su lugar lo ha ocupado una legión de bebedores de leche de soja que hacen terapia a costa de sus lectores.

Leo hasta en las Páginas amarillas que un estudio revela que las solteras y sin hijos son las personas más felices. En todos los medios lo ilustran con chicas guapísimas bailando en la discoteca o retozando en la cama —sin compañía humana— con sonrisa hiperrealista. Todo es mentira. Si hubiera un mínimo de rigor, habría que ilustrarlos más bien con una cincuentona con ojeras como noviembres, llorando con una comedia woke-sensiblera de Netflix, y cabreando a sus gatos por abrazarlos demasiado.

Por defecto profesional, o tal vez es un guiño a cuando todavía se ejercía el periodismo, he ido al origen, el supuesto estudio del solterólogo Paul Dolan. Es profesor de ciencias del comportamiento en la London School of Economics, sea lo que sea eso, y su tenderete consiste en vender libros sobre cómo diseñar tu propia felicidad, lo que te da una pista sobre los resultados del estudio antes incluso de que se lleve a cabo el trabajo.

Cada verano, a falta de serpientes, la prensa progresista y no tanto se llena con titulares contra el matrimonio y la maternidad, y este año la excusa ha sido de nuevo la investigación de Dolan. ¿Por qué ahora? Buena pregunta. La primera campaña de promoción de su supuesto trabajo de campo saltó en 2019 en The Guardian bajo el titular: «Las mujeres son más felices sin hijos ni pareja, afirma un experto en felicidad». ¿Experto en felicidad? Experto en felicidad era Hunter S. Thompson, como demuestra su final.

Firma el reportaje una periodista, bueno no, una proselitista de cualquier cosa LGTB, cuyas redes sociales están repletas de —no se podía saber— fotografías domésticas solitarias viendo la televisión abrazada a su perro, al que humaniza todo lo que puede, llegando incluso a disfrazarlo de personita, demostrando que el can maneja una exuberante paciencia perruna, porque hasta la fecha, que sepamos, no le ha mordido la yugular a mamá, que es la viva imagen de la felicidad. Comienza su pieza de forma tan rigurosa que se me han erizado los manuales de periodismo: «Puede que ya lo sospecháramos, pero ahora la ciencia lo confirma». No sé qué es más bochornoso, lo de antes de la coma o lo de después. Como sea, su historia ha dado la vuelta al mundo, de hecho, la da cada verano, porque se recicla ad eternum, sin que nadie preste la menor atención al estudio, ni a averiguar si realmente existe Dolan, o si la investigación está financiada por un fabricante de antidepresivos, o de revólveres.

Dolan, la periodista de The Guardian, y todos los apóstoles de la soltería femenina —y esto es un detalle interesante, solo femenina— pueden y deben hacer con sus vidas lo que quieran, y por supuesto no es asunto mío. No obstante, andaba dándole vueltas a por qué tanto entusiasmo en replicar la misma mercancía averiada sobre la felicidad femenina y he caído en una sima profunda de conocimiento secreto de nuestro tiempo: en realidad, hay un perfil detrás de los periodistas que firman estas historias, y es la búsqueda obsesiva de una suerte de aprobación global a su propio modo de vida, como masilla con la que tapar los agujeros de su inseguridad. Lo dicho: esa gente no escribe periódicos, hace terapia de autoayuda a costa de sus lectores.

De nada sirve explicar que la trampa de Dolan es la definición. Según el profesor de ciencias de comportamiento, que asegura haber estudiado el asunto desde la perspectiva económica, la felicidad son instantes de placer, y no tiene nada que ver con una sensación global de toda una vida, o el sentido de vivir, ni mucho menos con la valoración subjetiva de satisfacción personal. La definición de Dolan es cojonuda porque, desde su punto de vista, felicidad es un pastel, cinco minutitos más cuando suena el despertador, o que te rasquen en el lugar de la espalda al que no llegas. Visto así, resulta imposible que un proyecto a largo plazo como el matrimonio o tener un hijo puedan siquiera aproximarse a lo que Dolan considera ser feliz.

El tipo hace su trabajo para vender y está bien. Los periodistas apóstoles de la soltería hacen su terapia para no arrojarse por la ventana dejando en herencia la hipoteca al gato. Y toda su nebulosa de ficción cae como lluvia fina en una sociedad acrítica, desquiciada de prejuicios estúpidos, y feliz en su ciénaga del invierno demográfico. De nada sirve, supongo, negar la mayor: amar y ser amado en pareja es una buena base para la felicidad, y tener hijos es la mayor alegría que te llevarás de esta vida cuando sigas el camino de Wolfe y Thompson, incluso aunque Johnny Depp te pague, como al líder gonzo, en un intento de hacerte feliz a posteriori, un cañón funerario gigante para esparcir tus cenizas entre las nubes cuando acampes en el cementerio; a propósito, la imagen del cañón funerario se parece demasiado a lo que están haciendo los medios mainstream con nosotros, con nuestra felicidad, con nuestra prosperidad. Lástima que más de una se dará cuenta de la inmensa trampa en la que ha caído cuando ya no tenga remedio.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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