domingo, noviembre 24, 2024
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EL OCASO DE LUIZ INÁCIO

Francisco Acosta Fragachán,

Poniendo atención en los detalles en el desempeño de Luis Inácio «Lula» Da Silva, como presidente del Brasil en sus primeros dos periodos y lo que va de este tercero, podemos encontrar una alta correlación entre sus «logros diplomáticos y económicos» y su condición de cabeza de la fachada ideológica regional de la izquierda latinoamericana, del muy nombrado Foro de São Paulo.

Desde allí se convirtió en un líder que proyectó y afirmó al Brasil como potencia regional al utilizar su inmensa influencia sobre los gobiernos del llamado SOCIALISMO DEL SIGLO XXI (que al final no fue más que una etiqueta de mercadotecnia con pretensiones de proyecto ideológico).

Bajo esa «etiqueta», Lula logró de forma brillante conformar un bloque de naciones que incluía a Venezuela, Argentina, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Cuba, que casi logra extirpar de raíz la influencia histórica que los Estados Unidos de América ha ejercido sobre la región.

¿Por qué podemos encontrar una correlación entre la condición de Lula como líder del ya mencionado Foro de São Paulo y el relativo éxito de su gestión presidencial?

Para responder esto, repasemos brevemente el marco económico dentro del cual Lula asume la presidencia en el año 2003:

Cuando Lula llega al poder, los mercados financieros internacionales estaban muy preocupados por la dirección que el nuevo presidente le daría a la economía brasileña. Su posición pública como líder del Foro y su defensa abierta del régimen radical de Hugo Chávez en Venezuela no eran de mucha ayuda para calmar los mercados. Por ello, el frente externo de la economía brasileña se veía debilitado; como consecuencia, se generó una fuga de capitales importante (acompañada de una marcada depreciación de la moneda brasileña), un alza en los costos del endeudamiento externo y un disparo en el índice de inflación que llegó casi a duplicarse en el 2003 (12,6%) en comparación con el último año de su predecesor (7,7%).

Como respuesta a esta situación, el gobierno de Lula comenzó una cruzada para disminuir la dependencia de Brasil de los mercados crediticios internacionales, aceleró el acercamiento comercial con China y recurrió, para tranquilidad de muchos, a medidas ortodoxas de manejo de las finanzas públicas que lo alejaron contundentemente de las políticas económicas de su vecino Chávez y de la «lógica» económica de izquierda.

Lula decidió disminuir el déficit fiscal de las cuentas nacionales del país, llegando incluso a llevarlo a un superávit primario superior al recomendado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), además de más que duplicar las tasas de interés reales, al llevarlas del 5,1% en el 2002 al 11,9% en el 2003, medida con la que logró dominar el brote inflacionario que venía presentando y controlar la devaluación de la moneda.

Lula había demostrado que era capaz de alejarse de la retórica económica radical de izquierda y se presentó ante el mundo como un administrador sensato de las finanzas públicas, aún a costa de su capital político, que se vio inicialmente afectado por las altas tasas de interés y la disminución en la velocidad del crecimiento de la economía brasileña.

Una vez enrumbados los frentes internos y externos de la economía del país, Lula pasó a capitalizar su liderazgo regional y su primer objetivo fue convertirse en el escudo diplomático que tanto necesitaba su vecino Hugo Chávez, quien se encontraba para ese momento peligrosamente aislado de los mercados financieros internacionales y distanciado marcadamente de la tradición democrática venezolana, que para ese momento y a pesar del avance chavista sobre sus instituciones era todavía considerada una de las democracias más sólidas del continente y que le estaba ocasionando fuertes presiones por parte de las democracias de la región, la Unión Europea y los EEUU.

El fuerte, consistente y profesional trabajo de la muy eficiente cancillería brasileña surtió efecto y Chávez logró establecerse como un fenómeno disruptivo, pero no amenazante, un tipo folklórico, populista, un caudillo tercermundista más que al final no era más que un fenómeno pasajero que iba a salir al finalizar su periodo presidencial sin mayores daños a la democracia venezolana ni a las de la región.

Varios años después habiendo Lula logrado un éxito contundente en la consolidación y estabilización de la dictadura electoral de Hugo Chávez un nuevo miembro del club del Foro de Sao Paulo, el presidente de Uruguay Josè «Pepe» Mujica calificaría el desmontaje de la democracia venezolana llevada adelante por Hugo Chávez en un comentario envenenado de racismo en donde palabras màs, palabras menos, señalaba que el desastre social que se estaba creando en Venezuela no era más que el desorden natural de una sociedad mestiza caribeña.

Una vez establecido Chávez, el tiranuelo se encontraba bajo la tutela directa de Lula en lo diplomático y de Fidel en cuanto a la tecnología represiva necesaria para avanzar en el desmontaje de la arquitectura democrática de Venezuela.

Sin Lula habría sido muy poco probable que Chávez pudiera desmantelar la democracia venezolana bajo los ojos de la comunidad democrática internacional, y sin Chávez, Lula no hubiera tenido la oportunidad de mostrar cuán valioso era tenerlo como aliado y como protector de los intereses políticos del bloque de gobiernos etiquetados como «socialistas del siglo XXI».

Con Chávez como instrumento, Lula comenzó una agresiva política externa dirigida a agrupar la incipiente izquierda regional que por primera vez trabajaba en armonía en la región y lo llevaría a proyectar su influencia a las casas de gobierno de toda la región con la excepción de Colombia, que bajo el mandato de Álvaro Uribe, quien había asumido como presidente apenas un año antes en el 2002, se enfrentó con firmeza a los embates de una izquierda regional fortalecida y envalentonada que los llevó a resistir hasta en el ámbito militar, dados los incrementos en los ataques ofensivos que por «casualidad» estaba presentando la guerrilla colombiana desde el momento que Uribe asumió la presidencia.

En una situación de liderazgo que le suponía una enorme influencia en los gobiernos de la región, Lula empezó a trabajar con el BNDES, Banco de Desarrollo de Brasil, como brazo financiero y con su sector privado como vehículo de proyección de los intereses brasileños sobre la región y así, dentro de un esquema de diplomacia y corrupción combinadas magistralmente, surge la llave Lula – Odebrecht que logró captar bajo la compra con sobornos millonarios a cualquier funcionario público de la región que estuviera a su alcance.

De esa forma, Brasil y sus empresas fueron beneficiarios de mil millonarios contratos que prometían el desarrollo de obras faraónicas en Venezuela para el gobierno central y hasta de pequeñas carreteras y trabajos menores a los gobiernos locales tanto en Venezuela como en todos los gobiernos de la región, logrando hasta un acuerdo de compra-venta de gas natural boliviano a precios irrisorios que permitió el cambio del patrón energético de la planta industrial brasileña, lo que a su vez disminuyó sus costos y un incremento de su capacidad competitiva en los mercados internacionales.

Lula era «el jefe» y por eso Brasil cobraba bien caro  a los países subordinados a su liderazgo.

A partir de allí todo fue genial para Lula, era el héroe de la nueva izquierda mundial, en Brasil había alcanzado una popularidad incluso superior a la de su partido e internacionalmente era una figura relevante. De esa forma logra ganar un segundo mandato y logra un crecimiento económico en su país que lo llevó a disminuir substancialmente los históricos niveles de pobreza.

Hasta ahora todo le iba de maravillas, llegando hasta proyectar su popularidad sobre la candidata de su partido a ser su sucesora y logra que Dilma Rousseff se convirtiera en la primera mujer presidente de Brasil en el 2011.

Pero la cuestión no funcionó tan bien con Lula fuera del control total del gobierno federal. Bajo el mandato de Dilma comenzó a esparcirse el germen de la corrupción que Lula había exportado en forma descontrolada. Comenzaron a caer en manos de la justicia del país senadores, ministros, militares de alto rango; en el exterior pasaba igual, en Venezuela hasta el candidato presidencial de la oposición Henrique Capriles aparecía en las listas de funcionarios sobornados por Odebrecht, en Perú se suicidó el expresidente Alan García y la misma Dilma tuvo que renunciar a terminar el segundo mandato de 4 años para el que fue elegida, llegando la justicia hasta la cabeza misma del arquitecto de todo ese esquema, el mismo Luiz Inácio «Lula» Da Silva.

Lula había tocado fondo. Dilma, su heredera, había tenido que renunciar abriendo el paso al poder de sus más fieros enemigos y Lula mismo terminaba en prisión. ¿Quién lo iba a pensar? De ostentar el poder máximo de una de las potencias económicas del mundo a convertirse en reo de la justicia, un viaje desde el palacio de la Alvorada a una celda de una prisión brasileña.

En ese momento nadie apostaba un dólar por Luiz Inácio, todo parecía haberse derrumbado. Un solitario Lula se enfrentaba a los fiscales y jueces recordándoles que podría volver a la Alvorada en cualquier momento y por lo tanto, tendrían que ser muy inteligentes y comedidos en el manejo de su caso.

Pasó el tiempo, Lula fue a prisión, otro líder «carismático tropical» llega al poder en Brasil, esta vez un ex militar de derecha con pretensiones de ser un Donald Trump amazónico, Jair Bolsonaro es su nombre. Su tarea era levantar la economía y la fuerza productiva brasileña y tratar de enrumbar al país en un camino político más enfocado en el sector privado con la promesa de reducir el tamaño del estado.

Por cosas del destino, Bolsonaro vio su mandato opacado por la pandemia del COVID-19. La afección económica de la pandemia sobre la economía del país, aunado a un manejo un tanto circense de la pandemia, lleva a un Bolsonaro relativamente debilitado a luchar por su reelección contra nada más y nada menos que Luiz Inácio «Lula» Da Silva.

Lula logra un triunfo electoral con un margen mínimo de votos que bautiza su tercer mandato con una ola de protestas e inestabilidad política que pronto logra manejar y dejar atrás, y esta vez su mira deja de ser el escenario suramericano que llegó a dominar y explotar a su antojo. Ahora Lula va a lo grande al bloque de los BRICS, en donde comparte liderazgo con China y la India. Se acabaron las ligas menores, ahora la meta era enfrentar a Occidente de tú a tú.

Mientras esto ocurría, el escenario por el que tanto había luchado, el bloque de países bajo la etiqueta de Socialismo del Siglo XXI, se derrumbaba. En Ecuador, el ex presidente Correa se convertía en prófugo de la justicia; en Bolivia, el poder de Evo ha tambaleado y se ha visto tan disminuido que el contrato de compra-venta de gas natural con Brasil fue revisado elevando las tarifas a precios internacionales más razonables y dignos para el país del altiplano; en Nicaragua, Daniel Ortega decidió aislarse y enfrentarse al mundo solo; en Cuba, la ausencia del apellido Castro sustituido por un burócrata de medio pelo había terminado por anular cualquier relevancia de la isla en materia internacional; en Uruguay un anciano Pepe Mujica se encontraba fuera de circulación y en Venezuela, el heredero de Chávez se había convertido en un vulgar carnicero que ha demostrado que las balas son su único instrumento de diálogo, mientras que la Argentina dio un vuelco radical a la derecha.

En los centros de seguimiento al acontecer suramericano, muchos apostamos a un Lula tan práctico para la política exterior como lo fue en su momento para manejar la economía, que debía comprender que los cambios son inevitables y que una forma de mantener cierto nivel de influencia en la región era volver al escenario político venezolano, esta vez no para afianzar al chavismo, esta vez para facilitar su salida y garantizarse un espacio político en un potencial retorno a la democracia en Venezuela. Si lograba eso, iba a mantener un alto nivel de influencia en un hipotético pero muy probable nuevo gobierno democrático en Venezuela y cambiaría la marca Socialismo del Siglo XXI por algo nuevo, renovado y que le daría más fuerzas dentro de su nuevo grupo de amigos del BRICS.

Pero, ¿qué pasó? Al parecer Lula se equivocó,  hasta ahora pretendió darle oxígeno a un proyecto chavista que solo se sostiene (y muy precariamente) sobre las bayonetas de un ejército corrupto hasta los tuétanos y dividido por el negocio de la droga. Al jugar esta carta, Lula perdió impulso y quedó expuesto como un entrometido al que Caracas no respeta, llegando al punto que la tiranía venezolana amenaza con invadir las oficinas de la embajada Argentina en Caracas que se encuentra bajo la custodia del gobierno brasileño como representante de los intereses de Buenos Aires ante el régimen de Caracas.

Ante este fiasco diplomático, Lula recurre a dos aliados con nombre pero sin peso político en esta crisis venezolana: México, quien tradicionalmente se ha alejado de los problemas internos de sus vecinos y con muy poca influencia diplomática más abajo del Canal de Panamá, un México en donde de paso, el cambio de gobierno impide un posible cambio de tradición diplomática hacia el resto de los paises Sudamericanos;  y Colombia, en donde la izquierda histórica al fin llegó al poder, pero con un presidente sin ambiciones regionales y muy cuidadoso de no enfurecer a su vecino del cual ya han salido a establecerse en su territorio más de 1 millón de ciudadanos venezolanos empobrecidos, mal alimentados y poco instruidos después de 25 años de destrucción continua de Venezuela en manos de los protegidos de Luiz Inácio.

Para concluir, solo me queda sospechar que así como Venezuela fue un instrumento en la construcción del liderazgo regional de Lula, tal vez en ese país el carismático brasileño encuentre su derrota final como líder regional.

Francisco Acosta Fragachán, economista analista de entorno.

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