Esperanza Ruiz,
La mujer y su rouge à lèvres son el nuevo sujeto revolucionario. El gineceo y el labial, la barra de labios, el gloss, el bálsamo con color, el carmín, el lápiz de labios, el tinte, el pintalabios de toda la vida. Tres gramos y medio de manteca de cacao y cochinilla triturada.
L’Oréal, emporio que inicia su andadura vendiendo productos para sulfatar las canas, como diría Manolo García, y que en la actualidad reúne varias de las marcas más conocidas de belleza y cosmética del mercado, se halla detrás de la financiación de un proyecto contra el «acoso callejero». Junto a un «movimiento global» y una ONG —las nuevas damas de la caridad— se levantan y dicen ¡NO! #WeStandUp. Stop. Aprende las 5D (¡diseñadas por expertos!) contra actitudes como rozar «accidentalmente», pedir una sonrisa, piropear «malintencionadamente» y un largo etcétera de acciones de gravedad desigual. El pastiche incluye tipos de «acoso» delirantes —verbigracia, que alguien te llame chica o nena— y otros que para cualquiera con dos dedos de frente deben acabar en comisaría, entremezclados con alguno que no puedo clasificar puesto que son presentados en una jerga caribeña (o de zoomer, quién sabe) que no manejo.
La casa francesa publicita, a toda página, cursillos de formación exprés en los que se empodera a las mujeres para hacer frente a esta problemática y se da herramientas a los testigos presenciales para atajar la situación. El departamento de marketing, ufano, ideó un eslogan que utiliza uno de sus productos emblemáticos, el lápiz de labios, como denuncia: «No culpes a tu labial. El acoso callejero no es tu culpa. Nada debe interponerse entre una mujer y su autoestima».
Ha habido un pequeño revuelo a cuenta de este anuncio. Efectivamente, a estas alturas nadie estaba culpando al pintalabios, ni a la minifalda, ni a los usos y costumbres de la civilización occidental. Sin embargo, parece que es la última frase, relacionando la autoestima de la mujer con la belleza, la que no ha caído del todo bien. L’Oréal, como cualquier multinacional que se precie, participa en el oficio de rentabilizar nuevos sujetos políticos que cotizan al alza en el Mercado (¡y en las subvenciones!), de convertirlos en lucrativas coartadas morales. Han criado ofendiditas, que las aguanten.
En un primer momento, y a tenor de las alarmantes noticias que podemos leer en la prensa no sistémica sobre la naturaleza del verdadero hostigamiento y los delitos sexuales que crecen día a día en número y brutalidad, se podría pensar que la casa de cosmética francesa, la Fundación Mujeres y el movimiento global Right to be han tomado conciencia de lo que empieza a ser una lacra que tiene a la población femenina como eslabón débil. Ya les digo que no. Es suficiente un vistazo a la web del proyecto para notar que, con la que está cayendo, consideran que la amenaza es el de siempre. Más leña al fuego de la guerra entre sexos, a la desconfianza, al «machismo», al heteropatriarcado (caucásico) opresor.
Dejo a su imaginación adivinar el porcentaje de multiculturalidad del vídeo explicativo del proyecto. No han acertado, podemos encontrar representación testimonial de otras razas y culturas distintas a la nuestra. Interpretan al joven que toma acción contra el acosador en defensa de las mujeres.
Certificamos, pues, la defunción del piropeador patrio. Fue bonito mientras duró pero el piropo ya sólo es admisible en ciertas redes sociables, donde es susceptible de ser monetizado. L’Oréal ha señalado la causa de la inseguridad ciudadana y las mujeres se han indignado por que la belleza esté relacionada con la autoestima. El español del andamio, el frutero o el conductor del bus son los nuevos chicos expiatorios y el antifonario el gran damnificado de esta historia.