Ignacio Ávalos,
“Es muy posible que nos estemos acercando a una época en la que dos más dos será igual a cinco si el Líder así lo afirma” George Orwell
A partir de muchas y variadas fuentes se nos avisa a los terrícolas que la desinformación encabeza la lista de riesgos que más amenazan al planeta, por encima, incluso, de las guerras, la desigualdad, el cambio climático, las migraciones, el descontrol de la globalización y otros aspectos de semejante calibre.
En efecto, la ONU, entre otras instituciones, ha indicado que las noticias falsas se han convertido en un tema de gran preocupación, “debido a que pueden conducir a la censura, la supresión del pensamiento crítico y a otras contravenciones de las leyes de derechos humanos”. E igualmente ha colocado sobre el tapete los avances de la inteligencia artificial, argumentando que, junto con sus indudables efectos positivos, muestran igualmente no pocas incertidumbres y peligros.
El Gran Hermano
Merodeando alrededor de algunos textos que tocan el asunto, me acordé de George Orwell. Busqué entonces 1984, su obra clásica, y me di a la tarea de repasar algunas de sus secciones, constatando que, a pesar de haberlas escrito hace más de setenta años, en ellas es posible entrever la distopía que se asoma por estos tiempos.
En pocas palabras, Orwell exploró la vigilancia, el control estatal, la manipulación de la información y la pérdida de la libertad individual. Gracias a la actual digitalización del planeta, su relato cobra mayor envergadura en cuanto a la comprensión de las consecuencias que están derivando de la desinformación. Vivimos en un mundo cada vez más vigilado y controlado por tecnologías que miran al detalle nuestras vidas. En términos orwellianos nos encontramos espiados por el Gran Hermano.
Mediante los logaritmos, la información se procesa y convierte en millones de datos, mediante los que se moldea la realidad, distorsionando los hechos e incluso manipulando el lenguaje como instrumento de control, vía el “neolenguaje”. En lo que respecta a la política, se le abre paso a una polarización extrema, en donde los discursos a menudo se reducen a blanco y negro Por otra parte, y aunque sea de pasada, resulta imposible no señalar que, en los conflictos bélicos de ahora, la información y la desinformación son armas estratégicas.
La Fakecracia
A lo largo de la historia, siempre se ha considerado que la mentira es intrínseca a la política. Lo novedoso en nuestros días estriba en la rapidez y la facilidad con la que actualmente se puede crear, distribuir y amplificar hechos dudosos o que contribuyan a una narrativa determinada. En síntesis, se han cambiado las reglas del juego democrático.
En este contexto, el término “Fakecracia” alude al empleo del poder del Estado con el fin de generar desinformación. Marca, así pues, la era de la “posverdad”, en la que la mentira se hace imprescindible. Si bien la desinformación puede propagarse a través de diversos canales, desde los medios de comunicación tradicionales (radio, prensa, televisión) hasta las redes sociales, son estas últimas las que generan los más grandes peligros, dado que son los algoritmos los que priorizan los contenidos.
Dentro de este cuadro, el Índice de Democracia Global correspondiente al año 2023 suscita, por sobradas razones, un gran temor. En efecto, alrededor de 15% de los países son descritos como “democracias plenas”, 30% experimentan democracias defectuosas, 20% constituyen los regímenes híbridos y 35%, son identificados como autoritarios. En estos últimos se están forjando distopías digitales que se asemejan a las predicciones de Orwell. No parece exagerado, entonces, señalar que la libertad humana se encuentra bajo riesgo.
Así las cosas, durante la reciente Cumbre del Futuro, convocada por la ONU, se planteó la necesidad de un Pacto Mundial Digital, que acuerde las normas que aprovechen el potencial de las nuevas opciones tecnológicas, para ampliar y mejorar la democracia. El mismo supone, claramente, revitalizar el multilateralismo y fortalecer la gobernanza global
Breves palabras para el lector
Le agradezco la amabilidad que tuvo de leer estas líneas y le advierto que, pese no haberme referido a Venezuela, lo que se describe en ellas es mucho más que una mera coincidencia, respecto a lo que ocurre entre nosotros.