José Javier Esparza,
Nunca nos hizo falta preguntárnoslo, ¿verdad? Todo era tan evidente… Mal signo, sin embargo. Hoy lo sabemos. Basta mirar alrededor. Esto está empezando a dejar de ser lo que era.
Hay una Europa dentro de cada europeo. Muchos de vosotros no lo sabéis; incluso algunos llegaréis a morir sin saberlo —quizá porque ya sois norteamericanos—. Pero esa Europa interior aparece cada vez que alguien, desde fuera, la descubre en nuestras entrañas: en un gesto, en un comentario, en cualquier ademán banal, también en una forma de hacer la guerra o de mirar por un microscopio. Es todo eso, tan particular, lo que sugiere la presencia de una entidad general. No hay una física de Europa, ni tampoco una metafísica; pero sí una patafísica, entre mística y burlona, que da cuenta de las mil Europas que viven en nuestro interior.
Esas «Europas interiores» son múltiples; no son una sola Europa. Pero todas ellas son Europa. Quizá sólo nosotros, europeos, padezcamos semejante acumulación de sedimentos de identidad; eso explicaría por qué somos los más atribulados de entre todos los pueblos. Pero tal es precisamente el supremo reto histórico de Europa: no nos entenderemos hasta que aprendamos a convivir con nuestra multiplicidad.
Europa es una, dos, tres, cuatro… Un piloto de caza y un alquimista demente, un monje cluniacense y una sabia puta de Nápoles, la princesa romana de un caudillo visigodo y un vendedor de arenques en La Haya. Europa es la filosofía y es la música, es la fe y es la duda, es la épica y es la lírica.
Europa dentro de sí
Europa es el microcosmos del planeta, el lugar donde todo ha pasado antes y con más intensidad. Tenemos los asesinos más grandes y los santos más virtuosos, los exploradores más audaces y el más sórdido populacho. Nada existe si no se ha visto antes en Europa.
Europa es la mujer europea: la que todo lo supo desde el principio –—desde Zeus disfrazado de toro— y se reencarna generación tras generación.
Europa es un viejo antepasado de furia vital envuelta en el antídoto de la Cruz —Europa suele ser el que, al mirar la Cruz, adivina siempre la forma de la espada, pero también el que, al mirar la espada, nunca ignora que a la altura del puño late la Cruz—.
Europa es un sitio donde la misma fuente y la misma cueva que sirvieron de hogar a Venus pueden servir de altar a la Virgen —y, en el fondo, nadie lo encuentra extraño—.
Europa es una carabela, una columna dórica, una catedral gótica, un soldado de Napoleón, una monja vienesa, un conspirador masónico, un burgués de Lübeck. Un cruzado en Las Navas de Tolosa. Un ingeniero que hace misiles y un bufón de la comedia dell’arte.
Europa es un guerrero jovial y poderoso, un labrador nervudo y doblado, un burgués despierto y rapaz, un fraile pequeñito y santo, un filósofo eremita, un obrero que alguna vez se supo hidalgo.
Europa, fuera de sí
Europa es una planta que por todas partes ha ido soltando retoños —y en todas partes nos los han ido segando, por envidia de su flor—.
Europa es un fantasma que se despierta en Nueva York y saluda al espectro de Lovecraft; un aventurero que trasnocha en Tokio y juega a las damas con un samurai.
Europa es un cazador eslavo en Siberia, un conquistador español en Tenochtitlán, un vikingo perdido en los hielos, un comerciante italiano en la corte de Pekín, un bóer en la sabana —pero Europa es Europa porque alguien guardó aquí la hoguera del cazador eslavo, del conquistador, del vikingo, del comerciante, del bóer—. Somos Europa porque somos desinstalados. Somos Europa porque somos arraigados.
Europa es un sitio donde la gente ve las montañas y no se le ocurre otra cosa que subirlas, por gozo bruto de la cumbre.
Europa tendida en el tiempo
Europa es un sitio donde todo está pasando siempre y al mismo tiempo.
Europa es un corazón antiguo en una mirada de niño.
Europa no tiene futuro, ¡pero es que no lo necesita!
Europa es una ruina siempre acogedora donde uno se refugia, temeroso, para planificar la siguiente invasión.
Europa es un hombre solo a la puerta de su casa, entre robles y encinas, hacha en mano, atento al tiempo que pasa y al viento que trae noticias de peligro y aventura.
Europa es comunidad de vivos y muertos, pueblo que repite y se repite, hecho al ritmo inagotable de estaciones y lluvias y estíos, una rueda de niebla y de sol. Es el brillo del trigo y de la hierba bajo un cuerpo hermoso de mujer, una boca abierta al beso mientras, al fondo, los grillos cantan en un camposanto; es la certidumbre de lo que siempre está ahí —y entonces, lo sabéis, llega un heraldo que anuncia grandes trastornos y un giro del mundo, y todos corremos a cambiarlo, pensando que hemos alterado el ritmo de los estíos y las lluvias, y la rueda de soles y nieblas—; pero no tardamos en darnos cuenta de que, en realidad, también el giro forma parte del ritmo inagotable, de la rueda perpetua. Por eso seguimos aquí.
Europa en mosaico
Europa es la Europa húmeda y austera de la granja, un perro que ladra al ganado, un campo regado con sudor de linajes.
Europa es la Europa perfumada y febril de la ciudad portuaria y los patricios ricos, del comerciante chillón y el poeta urbano, y el artista que mira desdeñoso la mano del mecenas.
Europa es un barco de vela y, en su interior, una mujer de cabellera agitada al viento, sola, abrazada por el amor violento de la brisa y la sal.
Europa es Tolkien: los Hombres de Rohan, héroes campesinos sobre caballos guerreros, pero también Minas Tirith, la joya de Gondor, alto pueblo ciudadano que no acepta otra domesticidad que la de lo monumental.
Europa es alguien que llega a campo abierto y virgen; traza carreteras, levanta puentes, tiende líneas de ferrocarril y amuralla la ciudad. Y acto seguido, comienza a añorar los buenos viejos tiempos en que sólo el paso cansado de los bueyes alteraba el silencio de la campiña.
Europa es la gaita y es la lira, es el sonido atávico de un canto bárbaro y es la melodía fina y exacta de una composición matemática; es la comunidad huraña del clan altivo y es la arquitectura precisa del Estado. Es Viriato y es César ¡a la vez!
Europa es una decadencia eterna; una decadencia que siempre encontró conciencias alerta para emprender la regeneración.
Europa es una tragedia.
Esta es, en fin, mi Europa. Es también la Europa que se está muriendo. Tal vez de nuevo, tal vez para siempre. Pero, perdón: ¿Cuál era la pregunta?