Carlos Esteban,
Su Santidad el Papa Francisco ha encargado recientemente a los prelados que asisten al Sínodo interminable que celebren una ceremonia para pedir perdón, en nombre de todos los fieles, por una novedosa serie de pecados, todos muy modernos e innovadores. Se incluyen pecados tan improbables para el común como el pecado contra los pueblos originarios, o tan vagos como el pecado contra la creación, o tan difíciles de determinar como el pecado contra la sinodalidad.
Uno, que tiene ya bastante con los siete de costumbre, no ha podido evitar pensar cómo nuestro tiempo, la época que empezó con Mayo del 68 y su «prohibido prohibir», ha dado en prohibir casi cualquier cosa y en exigir todo lo que no se prohíbe, especialmente si es completamente absurdo. El sencillo Decálogo se ha llenado de letra pequeña e infinitas notas al pie, de modo que el Buen Ciudadano sepa en cada momento qué debe hacer y, sobre todo, qué debe evitar.
Pero igual que los mandamientos de la Ley de Dios, con ser diez, pueden resumirse en dos, así la miriada de preceptos woke puede resumirse en una prohibición general y tajante: No Te Darás Cuenta.
Observar patrones es el último pecado intelectual. No se te ocurra atar cabos por tu cuenta, no encuentres modelos de conducta, no adviertas que determinados fenómenos se siguen unos a otros casi, casi como si hubiera una relación causal.
Todos damos por hecho, por ejemplo, que si se nos dice de algo que es un prejuicio o un estereotipo, debemos concluir que es falso, sin necesidad de más argumentos. En realidad un prejuicio es un conocimiento aproximado, general y estadístico basado en multitud de observaciones sobre cierta realidad. Eso debería predisponernos a su favor, a pensar que los prejuicios son ciertos mientras no se demuestre lo contrario y, de hecho, han sido esos estereotipos lo que, como especie, nos ha mantenido vivos hasta hoy. No es probable que un niño masái tenga profundos conocimientos sobre la dieta de los leones y otros grandes depredadores, pero el prejuicio —la estadística transmitida por la tribu— le enseña a mantenerse alejado de los grandes felinos. Si fuera un occidental moderno al uso, quizá se resistiría al estereotipo —No Todos los Leones Son Iguales— con las consecuencias esperables.
Hoy se espera de nosotros —no: se nos conmina so pena del infierno civil— que no sumemos dos más dos y concluyamos que la entrada de hordas innúmeras de jóvenes varones procedentes de culturas muy alejadas de la nuestra quizá no sea la idea más brillante del mundo. O que las mujeres y los hombres, asignados por la naturaleza a tareas diferentes y complementarias, tal vez no sean meramente distintos en su biología, sino también en su psicología, en sus preferencias y aptitudes. O que dar por buena la palabra de un varón que afirma que es una mujer, con todas las consecuencias legales y sociales, a lo peor no es muy diferente a seguirle la corriente a quien dice ser Napoleón y nos pide tropas para combatir en Austerlitz.
Pero la ideología es una diosa cruel, que exige de sus devotos una entrega total en cuerpo y alma, hasta el punto de negar la realidad o tratar de ignorarla cada vez que, como sucede a cada paso, contradice la sacrosanta teoría. Y aquí es donde entra el apaño del sistema para trucar las consecuencias de la realidad dejada a su libre arbitrio: la coerción y las cuotas.
Esta semana nos enterábamos de que el PSOE ha presentado en el Congreso una propuesta contra la «masculinización» de la profesión mecánica. Los socialistas abogan por tomar las «medidas que se consideren oportunas» para promover la «matriculación equilibrada entre ambos sexos» en los cursos de especialización de FP. Quienes, desprovistos de anteojeras ideológicas, ven que hay un menor número de mujeres que elijan libremente profesiones relacionadas con la mecánica concluyen que tendrán menor interés que los varones en ese tipo de actividad. Pero esa conclusión es precisamente lo que está prohibido, porque se opone a la premisa de que ambos sexos son idénticos en todo salvo, quizá, lo más visible. Así que hay que empujar a las chicas a interesarse por el motor del coche. Líbrenos la diosa Equidad de dejarlas a su libre arbitrio.