lunes, noviembre 25, 2024
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El salto del Taiger

CAMILO LORET DE MOLA,

El 4 de febrero de 1912, Franz Reichelt se trepó en la torre Eiffel dispuesto a saltar al vacío con un traje de murciélago que se había inventado para demostrar que podía planear hasta el suelo. Lejos de detenerlo o desalentarlo los parisinos acudieron al lugar para ser testigos de cómo este sastre se lanzaba desde 52 metros de altura a una muerte segura.

Era la crónica de un desastre anunciado, solo bastaba verlo envuelto en aquel artilugio de seda, varillas y caucho, que pesaba más de 70 kilos y que previamente había sido rechazado por el Club de Aviación Francés, para confirmar que no tenía la menor posibilidad.

Dos camarógrafos grabaron el salto y la caída, una calamidad que luego se exhibiría como exclusiva en los nóveles noticieros de los recién estrenados cines. La película, actualmente disponible en internet, sigue con lujo de detalles todo el desastre.

Causa espanto ver al hombre con el disfraz dudando en la baranda, en el último instante, antes de desplomarse violentamente contra el suelo, sin que nadie lo aguante o al menos se interponga. Como cierre, la película nos muestra a los que no hicieron nada por detenerlo reunidos en la base de la torre, midiendo los más de 20 centímetros del agujero del que instantes ante habían sacado el cadáver del diseñador.

Llevo días comparando este absurdo de inicios del siglo pasado con la tragedia actual de la muerte del artista conocido como el Taiger ocurrida hace unos días aquí en Miami. Se me antoja que el músico cubano llevaba años con el disfraz de paracaídas puesto, evidenciando que en cualquier momento saltaría al vacío sin que nadie hiciera lo suficiente por detenerlo.

La muerte de José Manuel Carbajal es la noticia del momento en cualquier parte del mundo donde habite un cubano, el Tiger con un tiro en la frente consiguió aunar a todos los que le conocían y los que no también. Lo lamentable es que tuvimos que esperar al violento desenlace para convertirlo en un símbolo de la cultura cubana y llorar por su malograda vida cuando el artista había perdido el rumbo hacia mucho tiempo y lo había torcido delante de todos los que hoy acompañan su cortejo fúnebre.

El Taiger llevaba meses escalando la torre de la que terminaría saltando por mano de otro. Hoy los que lloran de rodillas y prenden velas en las afueras del hospital se parecen a los que en su momento midieron el agujero del impacto del sastre en la base de la torre Eiffel.

Sirva la desgracia del Taiger para concientizar la necesidad de tenderle la mano a los que se enredan muy cerca de nosotros, esos que tratamos de ignorar aunque se mueven en derredor con el traje de murciélago puesto, subiendo a la torre de donde terminaran saltando y a los que, esta vez sí, podemos atajar a tiempo, no quedarnos como espectadores del desastre final. Insisto en que es mejor ser el antihéroe de estos casos, el protagonista de la historia menos atractiva, como la de un ingreso, o una desintoxicación, que, aunque no salen en los noticieros, extienden la vida de todos.

Porque no les quepa duda: El Taiger valía más vivo que muerto, aunque en este hipotético escenario no lo conociera nadie, aunque se quedara solo cantando sobre mandarinas y matadores con papelitos, pero vivo para sus hijas, su familia y para él. Ah, y para “todo lo demás, por supuesto”.

Fuente: Diario Las Américas

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