Enrique García-Máiquez,
Andábamos con Diego S. Garrocho en amigable charla, como siempre se anda con él, cuando nos preguntó que, si pudiésemos cambiar una sola ley de España con la garantía de que no la reformarían en tres legislaturas (doce años), cuál pondríamos. Recuerdo la que dijo él y no las que dijeron los otros contertulios, pero sí la sorpresa que causó la mía.
Yo dije que mi ley sería la aplicación del cheque escolar. Así se establecería una libertad educativa auténtica y para todos los españoles, no cohibida, amenazada y sólo para quienes pueden o medio pagársela o pagársela entera, mientras pagan impuestos para sostener una pública (que no usan).
Se me extrañaron mucho —y yo mismo de mí— cuando me confesaron al unísono que estaban esperando que yo dijese lo de prohibir el aborto. «¿El aborto? Es verdad —repuse, pensativo, casi compungido por no haber pensado antes que nada en el aborto—, y, sin embargo, no me gustaría penalizarlo sin que las madres que van a abortar sean las primeras que quieran salvar las vidas de sus hijos. La educación y la formación son (también en esto) esenciales». Todavía dudo, no se crean, porque salvar una vida, bien merece una coacción, que además duraría poco, hasta que naciese el niño y la madre lo tuviese entre los brazos o lo diese en adopción, y fuese amado por sus nuevos padres. Así que no sé qué haría yo si tuviese en verdad ese súper poder legislativo que Garrocho nos proponía.
Pero como él lo proponía a efectos lúdico-pedagógicos, si me perdonan el oxímoron, me mantendré en mis trece. Creo que la máxima de libertad educativa para las familias es una necesidad perentoria, aunque parezca que en España tenemos cosas más urgentes de las que preocuparnos. Por supuesto, por razones ideológicas, ya que no hay derecho a que, desde un monopolio estatal de la educación reglada, si adoctrine a los niños en contra de las creencias, ideas y posicionamientos de sus padres.
Pero también por razones pedagógicas. A mayor libertad, podríamos escoger con nuestro cheque escolar debajo del brazo si queremos una educación con pantallas o sin ellas, con latín y griego, con lectura de los clásicos y no de Manuel Rivas, flamante premio nacional (ay) de las Letras Españoles, con qué deportes en las canchas, con que uniformes y con que reglas de buena educación básica. Ni siquiera quienes pagan la educación privada pueden hacer ahora muchas de estas elecciones elementales, porque son pocos quienes pueden permitírselas y no hay suficientes padres como para sostener colegios más enfocados o a una cosa o la otra. Pero sí que hay suficientes padres que querrían, si el cheque escolar permitiese a toda familia costeárselo.
Con todo, yo soy muy de conformarme con lo bueno si no puedo tener lo mejor y hasta que podamos seguir arrimándonos a lo óptimo. También hay un camino intermedio que tendría un gran interés. Aquellas comunidades autónomas no controladas por el PSOE podrían hacer la prueba. Se trata de trasladar el sistema de las Grammar Schools inglesas, que el laborismo, enemigo de toda excelencia, como izquierda que es, laminó.
¿Cuál es la idea? Unas escuelas públicas que ofrezcan todo (exigencia, normas de cortesía, deportes, uniformes, etc.) como las public schools, esto es, las escuelas privadas de élite. Pero absolutamente subvencionadas. Se va a ellas libremente y si hay (como hay, de inmediato) exceso de solicitudes, se impone un acceso por méritos académicos y pruebas específicas. En colegios como ésos estudiaron sir Roger Scruton y sir Alan Bennett, de orígenes ambos muy humildes, pero a los que no se condenó a una educación mediocre. Sería precioso ofrecer esta posibilidad a los alumnos y familias españolas.
Por lo menos, mientras conseguimos que se imponga una auténtica libertad de enseñanza, en los métodos, en los principios y en los medios de pago. Está muy bien que estemos mayormente hablando de Errejón y de Yolanda Díaz o de Rodri y Vinicius, pero, de vez en cuando, hay que dedicar un rato a lo más importante.