Antonio de la Cruz,
La reciente visita de Nicolás Maduro a Kazán, Rusia, donde se celebró la Cumbre de los BRICS, fue un intento claro de encontrar legitimidad en el escenario internacional. Pero el resultado de este viaje expuso más bien su soledad. Rechazado de facto del grupo, el líder del PSUV quedó atrapado en un juego de poder y estrategias en el que las opciones no le son favorables. Mediante el análisis estratégico, este escenario revela una cruda realidad: quien fue canciller del gobierno de Chávez enfrenta un aislamiento diplomático cada vez mayor, que lo deja con poca maniobra internacional para legitimar su mandato y perpetuarse en el poder.
Maduro, inmerso en su papel de heredero de Hugo Chávez, esperaba asegurar el respaldo de los BRICS, usando la diplomacia seudoideológica del socialismo. Sin embargo, fue rechazado, principalmente por el veto de Brasil, dirigido por Luiz Inácio Lula da Silva.
Aquí es donde el análisis de incentivos nos ayuda a entender las dinámicas de este aislamiento diplomático. Los actores principales, cada uno con intereses específicos y estrategias bien calculadas, revelan un equilibrio de fuerzas en el que las posibilidades de quien imparte órdenes desde Miraflores se ven severamente limitadas.
El dilema de Maduro: la permanencia en el poder e ilegitimidad
El exsindicalista juega en un tablero de suma cero, donde cada pérdida de respaldo internacional disminuye su legitimidad en el poder y agrava su aislamiento. Sus opciones en este escenario son escasas: puede mantener su postura autoritaria y negar cualquier apertura a la transparencia de los resultados electorales, lo cual le asegura una base de poder interna, pero lo aísla de la comunidad internacional democrática. O puede, en teoría, ceder a las demandas de Brasil y de otros líderes latinoamericanos mostrando las actas electorales. Sin embargo, esa opción tiene un costo elevado, pues debilitaría su base de apoyo entre el resto de la cúpula dirigente y pondría en duda la narrativa de un triunfo electoral limpio.
La estrategia de Maduro en Kazán fue intentar acercarse a potencias como Rusia y China, utilizando su relación con sus supuestos socios. Sin embargo, aunque Vladimir Putin lo recibió cortésmente, no se mostró dispuesto a arriesgar la cohesión de los BRICS –una alianza económica– para aceptar a un miembro tan controvertido. En su juego estratégico, Rusia opta por mantener una «amistad a distancia» con Maduro, permitiéndole seguir como aliado sin alterar el equilibrio interno de los BRICS. China, en cambio, asumió una postura neutral, dando prioridad a la cohesión del bloque económico sobre la incorporación de Venezuela, que podría generar fricciones diplomáticas con Brasil, miembro fundador del grupo.
Lula y el dilema de la coordinación regional
Lula, en cambio, da un paso adelante en su propio juego de coordinación, en el que apoyar a Maduro podría restarle credibilidad democrática. Al mantener una postura firme de rechazo a la inclusión de Venezuela en los BRICS, Brasil se alinea con su interés de consolidar un liderazgo basado en la democracia y la transparencia. No tolerará prácticas autoritarias que comprometan la estabilidad de la región. Esta postura lo pone en conflicto directo con el régimen de Maduro, a quien él y otros líderes latinoamericanos consideran cada vez más como un aliado incómodo, si no riesgoso.
La acción de Lula es, en el fondo, una estrategia de disuasión. Al distanciarse de quien se autodefine como “presidente del pueblo” y vetar su entrada a los BRICS, Brasil establece una línea roja: apoyar a los países amigos no implica aceptar prácticas antidemocráticas. Esta jugada también le permite al mandatario marcar un precedente en la región, instando a otros jefes de Estado, como Gustavo Petro de Colombia, a tomar posiciones similares y a considerar la legitimidad democrática como un requisito para fortalecer las relaciones bilaterales.
Equilibrios y resultados
En este tablero, el equilibrio de Nash más probable es el aislamiento continuo de Maduro. Al no cumplir con las reglas de la democracia y resistirse a mostrar evidencias de un proceso electoral libre, justo y transparente, el usurpador de Miraflores se enfrenta a un bloqueo que incluye a sus propios aliados históricos, como Brasil.
Para Lula y los BRICS, la exclusión de Venezuela representa un equilibrio estable: la cohesión del bloque se mantiene y el liderazgo de Brasil se fortalece en la región, al menos en términos de postura democrática. En cuanto a Rusia y China, este equilibrio les permite continuar una relación pragmática con Venezuela sin tener que asumir el costo político de incluir a un régimen cuestionado dentro de la alianza.
Conclusión: la trampa del aislamiento internacional
La reciente Cumbre de los BRICS mostró que la soledad de Maduro no es accidental, sino el resultado de un juego de poder en el que las decisiones estratégicas de los actores internacionales favorecen el aislamiento del régimen venezolano. Los actores han calculado sus jugadas: Lula, que refuerza su liderazgo democrático en la región; los BRICS, que preservan su cohesión interna; y Maduro, quien paga el precio de su golpe de Estado a la soberanía popular con el aislamiento diplomático.
Está claro que las opciones del sucesor de Chávez para seguir en el poder son cada vez más limitadas. Sin una apertura hacia un proceso de negociación para una transición democrática, su búsqueda de legitimidad internacional parece cada vez más inalcanzable. La evaluación del contexto actual sugiere que, de persistir en sus tácticas represivas -calificadas como prácticas de terrorismo de Estado-, Maduro y sus cómplices profundizarán la distancia entre el régimen que encabezan y la comunidad internacional, desgastando la paciencia de un pueblo que, hasta ahora, ha optado por una salida democrática a la crisis política.