Hughes,
Ni 24 horas tardaron en dar señal de vida los líderes de esa extraña facción mundial, como de Monty Python, que solo se da en España: los antisanchistas antitrumpistas. La derecha que le va a enseñar a Trump de qué va la vaina. La parte débil del contrato sadomaso entre el PSOE y el PP salió de la mazmorra y se quitó un momento la mordaza de bola para explicarle a Occidente la que se le viene encima.
Además de los guardabosques de la democracia, ese AEMET de lo iliberal que liba el néctar en tertulias, tribunas, columnas y medios, tenía que salir la voz de autoridad, el Bismarck del Majestic: Aznar.
Con su solemnidad característica, como si a Butragueño le hubieran dado un limón y un trankimazin, descendió y condescendió desde las alturas del Sentido de Estado para analizar a los 80 millones de votantes de Trump, a los que, al parecer, ahora hay que estudiar con mucho cuidado. Algo se larva en ellos.
Aznar vigila a los que vigilan Occidente y le preocupa que hayan votado a quien «intentó un golpe de Estado», que así considera la visita guiada y jornada de puertas abiertas conocida como asalto al Capitolio. Esto es algo a la altura de Irene Montero, pero lo dice Aznar, que de golpes de Estado tiene que saber un rato porque le dieron uno, el 11M, en las narices. Luego, al que había puesto a dedo, Rajoy, le dieron otro, de modo que estamos ante una autoridad en la materia. La FAES podría organizar cursillos de verano sobre el particular, que vendrían de todo el mundo a estudiarlos.
Aznar deplora la «falta de decoro» de Trump. Decoro es un sistema de coherencias, y Trump, al que no podemos recordar poniendo los pies encima de la mesa (a Obama y Bush Jr. sí y por supuesto a Aznar), suele estar a la altura de lo que dice, de ahí el escándalo. Cuando otros iban asegurando que en Irak había armas de destrucción masiva, él dijo que no era buena idea. Trump, que tiene el muy populista rasgo de que sepamos de dónde le viene el dinero, se hizo rico con el lujo, con lo dorado y la ostentación, así que podríamos concebir que casara a Ivanka con el yernísimo en El Escorial, pero ya nos cuesta, de verdad que nos cuesta, imaginar a Melania de alcaldesa de Nueva York. En Manhattan tienen mucho que aprender del decoro castellano.
Aznar se cree la mamá de Tarzán por haber llevado la franquicia española de los neocones, que es como tener un Telepizza del bombardearlo todo, y teme la «impredictibilidad» de Trump, alguien que jamás diría una palabra de siete sílabas y del que todos, los primeros Aznar y sus amigos, tienen claro lo que hará en Ucrania nada más llegar. El que acaba las guerras suele molestar mucho a los que las empiezan.
Las cosas de Aznar las repitió aun con menos gracia la FAES, cuyos artículos entran mejor si uno les pone la voz de Cayetana o algo así. Son el órgano de pensamiento que desembocó en Cuca Gamarra y en calidad de liberal-conservadores, categoría que recuerda a aquello de Borges: «¿Cuál de los dos: Gerardo o Diego?», alertaron de la «homologación» del trumpismo en otros lugares, pudiera ser que incluso en España, razón última de su civilizatoria preocupación.
Lo de Aznar y su FAES es exactamente lo que parece: una dizque derecha le advierte a la derecha del mundo que tenga cuidado no vaya a imitar a un presidente que ha ganado dos elecciones en Estados Unidos y además ha cambiado la conversación. ¡Dónde se ha visto una derecha que gane alguna vez! Mira que derrotar al woke en las urnas pudiendo hacerlo con un Pacto de Estado…
Parecidas cosas repitió Felipe González. Es encantador cuando él y Aznar, Ben-Hur y Mesala del consenso, se ponen a hablar como si fueran Kissinger. Si Trump ha destruido las sagas de los Obama, Clinton y Bush, es normal que sus encargados aquí lo miren con recelo. A esto lo llaman cuidar el vínculo atlántico. A Trump, que tiene los satélites de Musk, estos casandros de moqueta global le tocan un pie; el problema lo tenemos nosotros, porque en una España ya más de López Ibor que de López Vázquez, esto es lo que diariamente pasa por democracia y hasta por sabiduría.