Antonio de la Cruz,
La encrucijada política que atraviesa Venezuela es un reflejo de un ajedrez geopolítico donde cada movimiento tiene implicaciones nacionales e internacionales. Desde el reciente reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente electo por parte de Estados Unidos, Italia y la Unión Europea hasta las respuestas estratégicas de Nicolás Maduro, el escenario se configura como una batalla de narrativas y percepción pública.
Un reconocimiento con límites estratégicos
El reconocimiento de González Urrutia como presidente electo es un movimiento calculado por parte de la administración Biden y el gobierno de Italia. Al evitar su reconocimiento inmediatamente, se busca presionar a Maduro sin arriesgar la cohesión de la coalición internacional, una lección aprendida del episodio del gobierno interino en 2019. Este enfoque moderado –4 meses después de la elección del 28 de julio– amplía el rango de lo políticamente aceptable, empujando el rango de discurso público tolerable sin una confrontación directa que pudiera aislar a aliados clave, como Lula da Silva o Gustavo Petro.
Desde esta perspectiva, la estrategia de Estados Unidos busca reconfigurar el equilibrio de poder. Al mismo tiempo, esta decisión marca una acción inicial para fortalecer las alianzas necesarias en un posible cambio de régimen. Sin embargo, la moderación no está exenta de riesgos, ya que puede percibirse como tibia por sectores más radicales que buscan una intervención más decidida.
El dilema de Maduro: represión versus concesión
Maduro enfrenta un tablero cada vez más restringido. Sus concesiones, como la liberación de presos políticos, responden a una estrategia de ganar tiempo mientras intenta anclar una narrativa de legitimidad. Sin embargo, cada concesión debilita su posición interna y externa. El análisis de decisiones interdependientes lo ubica en un dilema: reprimir puede mantenerlo en el corto plazo, pero lo aísla; negociar puede ser su salida, pero implica el riesgo de acelerar su caída.
Esta estrategia no cooperativa es explotada por el régimen para dividir a los actores internacionales, apoyándose en posturas ambiguas de gobiernos como los de México y Brasil. No obstante, el costo de mantener este equilibrio precario crece con cada día que pasa, aumentando la presión interna y externa.
El papel de la oposición: cohesión y liderazgo moral
El liderazgo de figuras como María Corina Machado y la permanencia de González Urrutia en el centro de la narrativa opositora son piezas fundamentales en este ajedrez. La oposición debe seguir consolidadndo su cohesión interna mientras articula una estrategia que movilice a la ciudadanía y fracture las bases del régimen. Esto incluye ofrecer garantías creíbles a actores clave dentro del oficialismo, una táctica que podría inclinar el equilibrio hacia una transición negociada.
La movilización social en Venezuela ya muestra signos de cambio significativo. Las recientes elecciones universitarias, donde el madurismo fue prácticamente borrado, son una muestra de un cambio cultural profundo que debe ser capitalizado.
La comunidad internacional: acciones críticas
El papel de actores internacionales es fundamental. Estados Unidos y la Unión Europea deben intensificar la presión sobre Maduro sin fragmentar la coalición internacional. Mientras tanto, el posible regreso de una administración más dura con las dictaduras en Washington, con figuras como Trump y Marco Rubio, plantea un escenario en el que la polarización internacional podría complicar la dinámica.
En América Latina, Lula y Petro, a pesar de su ambivalencia, podrían desempeñar roles importantes como mediadores. Aquí, la diplomacia debe jugar su mejor carta: ofrecer incentivos para una salida negociada mientras aísla diplomáticamente al régimen de Maduro.
El 10 de enero: más que una fecha, un punto de inflexión
El 10 de enero de 2025 no es solo una fecha simbólica para la toma de posesión de González Urrutia. Es un equilibrio en construcción, un momento que podría redefinir el futuro político del país. Sin embargo, alcanzar ese punto no será suficiente. El bloque opositor y la comunidad internacional deben mantener una presión sostenida, con una visión estratégica que trascienda ese día y consolide un proceso de transición democrática.
Conclusión
La lucha por el cambio en Venezuela es un escenario complejo en el que la interacción estratégica entre actores internos y externos definirá el desenlace. Desde el régimen de Maduro, atrapado en una estrategia de suma cero, hasta la oposición, que enfrenta el reto de seguir unificando su narrativa, cada movimiento cuenta.
La pregunta clave sigue siendo si la comunidad internacional y los actores internos podrán construir un equilibrio que favorezca una transición duradera sin desestabilizar la región. El futuro de Venezuela está en juego, y las decisiones de hoy definirán si el país logra un cambio real o si pierde otra oportunidad histórica para la democracia.