domingo, noviembre 24, 2024
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¿A quién quieres engañar?

ITXU DÍAZ,

El show del bombero torero Sánchez en lo de las hormigas me ha pillado en el mar. Escribo viendo un velero de madera meciéndose entre las olas de la ensenada. Al frente, los mil verdes de Galicia se entrelazan e intercambian ascendiendo por la colina, a mi espalda se despereza la montaña asturiana, de un verde tan oscuro que me parece que bajo la masa forestal habrá mil osos atacando panales de miel. Hay una gaviota despellejando los restos de un centollo, como si fuera de la UGT, y el Cantábrico está con la calma de los días en que se pesca mal. Levanta el aparejo a estribor un viejo con lo que parece ser una robaliza de generoso tamaño, y al pasar cerca del yate del empresario amigo de Zapatero, bikinis escuetos, champán francés, gafas de espejo, y aroma a protector solar. El horizonte es de un color que jamás podrán alcanzar los filtros de Instagram, y hay en el cielo nubes dispersas y estilizadas con forma de angelitos. Si pudiera la felicidad concentrarse en un instante, en una luz, en un color, y una hora exacta de la marea, estaría aquí a mis pies. Quiero decir que me importa tres cojones no haber visto ayer lo de Sánchez. 

Cuando la vida arrecia, cuando la maraña de los problemas se enreda, cuando el corazón se gripa, cuando las primeras planas de los periódicos no nos dejan respirar, cuando las noches de la ciudad se vuelven densas y angustiosas, y el sol deja de ser bendición y se vuelve condena, siempre el mar, siempre está el mar. 

Desde tierra firme se ve demasiado cerca lo que tiembla y lo que chilla. Desde tierra firme se ve demasiado próxima la amargura. Desde tierra firme se ve demasiado bien el perfil presuntuoso de un idiota, que te invade; el campo magnético de los idiotas es un caso de estudio para la ciencia: si te acercas se te pega, si te alejas te persigue, si lo esquivas, tropiezas. 

El mar es como ver los toros desde la barrera. Como ir al zoo. Como ver desde Google Maps la Fontana de Trevi, lo bastante alto como para no escuchar a la masa hortera y colorida de turistas de piel rosácea, riñonera, e hígado de plata. Desde aquí se distingue mejor a un imbécil. Y, sobre todo, desde aquí la calma es obligada, la precipitación resulta mortal a bordo, y a nadie se le ocurre juzgar nada con el compás histérico de lo viral

Desde el mar, abstraído en las formas infinitas de las ondas de la superficie, pienso que todo da igual, que ya puede Sánchez subirse a un escenario en un concierto de los Rolling Sontes, robarle el micro al mismísimo Jagger, besar los labios de una corista, y romper el Start Me Up con una de Lola Flores a capella. Puede subir el Orinoco montado en un flotador con forma de unicornio, o dibujar «os quiero» en las nubes con el Falcon, coronar Covadonga enfundado en la bandera nacional, o bajar al Titanic en su antiguo Peugeot 407, o tirarle los trastos en directo a Ibai Llanos, o bajarle a Irene Montero la luna y las estrellas, o prometer que nunca, nunca, nunca con los terroristas ni con los comunistas. Puede hacer que Wyoming vuelva a ser gracioso, ir a Grand Prix y cabalgar la vaquilla, recitarle a Rilke en alemán a Bertín Osborne, aplaudir en un mitin de Vox en primera fila, abrir fuego en el frente ucraniano disfrazado de botella de vodka, o montar un circo con Almeida y que se le convierta en Romay. 

Puede cruzar el Bernabeu apoyándose solo en los pulgares de las manos, cantar un gol en medio de Herrera en Cope, recoger la fresa Huelva con las manos atadas a la espalda, y cocinar saltamontes con tofu para Arguiñano. Puede bailar la yenka sobre la mesa del estudio de Federico, arrodillarse en el centro de la Almudena, o besar la Biblia y un revólver en el corazón de Kabul. 

Puede apagar a escupitajos los incendios de Canadá, disfrazarse de obispo con Iceta en el Orgullo, mear incluso dentro del tiesto por una vez, e izar la bandera de España más grande del mundo frente al mismísimo Guggenheim. Puede pintar las meninas con la boca, putear durante tres horas a Chat GPT hasta causarle un cortocircuito woke, ligarse una del team facha en Tinder y casarse en Las Vegas disfrazado del Ché, o hacer que haya hoy mismo un sitio libre en un chiringuito de Benidorm. 

Puede, en fin, hacer lo que quiera, transformarse en lo que sea capaz, y comprar con nuestro dinero todas las lealtades que le permita el tiempo que le queda en el convento. Puede sonreír y llorar, disculparse y contar un chiste de Chiquito, jurar por los huevos del minotauro, o firmar con sangre y ante notario que España irá bien. 

Puede hacer lo que sea, y sin duda lo hará, incluido levantar el teléfono y corromper la trastienda del avispero mediático, que aquí entre las mil aguas, la ría, el mar y el río, bajo este cielo velazqueño y ante el aroma de las flores que ya le ponen los marineros a la estatua de la Virgen del Carmen del puerto, tengo la absoluta certeza de que ya no hay seda en el mundo que consiga volver una bella princesa a esta absurda mona.

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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