Envalentonado, canchero y prepotente, el presidente argentino, Alberto Fernández, festejó en Tucumán un pobre y discutido logro de su gestión: la reseña positiva de la vacuna rusa en una publicación científica. Aunque la economía está en caída libre y la inflación descontrolada, el mandatario parece nutrirse de los aplausos de los grupos de presión, que le festejan los chistes como se lo celebra al amigo ricachón que dice estupideces, pero del cual se quieren mantener los beneficios y privilegios.
Alrededor de industriales prebendarios y referentes de distintos sindicatos (dispuestos a aplaudir cualquier cosa), Fernández ironizó sobre la Sputnik V y sus resultados publicados en The Lancet, que arrojaron una supuesta efectividad aceptable de la vacuna.
“A mí no me asusta el debate, me asustan las mentiras. Me asusta que impregnen mentiras en los argentinos. Hasta hace 20 días yo era un envenenador serial, había comprado unas vacunas para envenenar a la gente, y ahora resulta que me piden por favor que consiga veneno para todos los argentinos”, manifestó a pecho inflado Alberto, como si festejara los resultados de una excelente gestión ante sus críticos.
Más allá del papelón y la ‘chiquilinada’ que no le hace justicia al rol de un jefe de Estado, la triste escena muestra un panorama complejo: el de un hombre encerrado en su propio laberinto, que festeja lo que puede para mostrar algo parecido a un éxito.
Lo grave de la situación es que el mandatario que celebra el funcionamiento de una vacuna que compró y se enorgullece de haber cumplido con la propuesta de campaña de legalizar el aborto, todavía tiene tres años por delante. Y con esas humildes «victorias», que en realidad exceden a su capacidad de gestión, Fernández deja en evidencia que no tiene solución alguna para los graves problemas de fondo. Todo lo contrario. La única estrategia que muestra el Gobierno argentino es la de esconder debajo de la alfombra los problemas estructurales.
Lo mismo hizo Mauricio Macri llegando a la mitad de su mandato. A pesar de haber conseguido un triunfo en las parlamentarias de 2017, el Gobierno de Cambiemos decidió seguir evitando las reformas, por lo que la situación económica se tradujo en una dura derrota electoral en 2019. Por ahora Fernández se abraza al cortoplacismo de atar las cosas con alambre y complicar aún más el panorama futuro con la inflación reprimida y los precios regulados. Pero la mecha es cada vez más corta y si no muestra algún programa serio para la segunda mitad de su mandato, por ahí la bomba le explota en la cara y no llega ni siquiera al final de su gestión.
Nadie le quita el derecho de festejar lo que tenga ganas, pero si Alberto en su fuero íntimo se cree el mundo de fantasías que celebra delante de las cámaras, su panorama es más que sombrío.
Fuente: PanamPost