domingo, diciembre 29, 2024
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Al borde del abismo

Conocidísima, y repetida por mí hasta la extenuación, es la anécdota del ministro de Franco que inició uno de sus discursos asegurando que los españoles estaban hace unos años al borde del abismo y ahora habían dado un paso hacia delante.

Sabido es, como escribió Azorín y decían los latinos (nihil novum sub sole), que vivir es ver volver.

Era un viejo dictum. En los siglos de los siglos del Egipto faraónico, según cuenta Mika Waltari en la mejor novela de la literatura novecentista (Sinuhé, el egipcio, y que canten misa los hipócritas admiradores del insufrible Ulises de Joyce), los habitantes de Tebas repetían una y otra vez el mismo sonsonete de borrachuzos mientras trasegaban a discreción lingotazos de colas de cocodrilo, que era como se llamaba entonces a los gin tonics y similares en las tabernas de las orillas del Nilo. «Así ha sido siempre y siempre será así», decían las gentes del pueblo llano a cuento de las nuevas fechorías perpetradas por los faraones, sus visires, sus tesoreros, sus sacerdotes y sus generales.

Quizá estemos aún a tiempo de no dar el paso hacia delante que habían dado los colegas de aquel ministro de Franco

Pues bien… Menciono todo esto porque, una vez más, vuelve a pasar lo mismo. Oigo por doquier decir a troche y moche que el mundo va fatal, que España es un desastre, que el Apocalipsis ya ha llegado, que pasaremos hambre y frío, que el planeta se convertirá en un horno similar a los de los nazis, que los virus nos colonizarán, que la guerra nuclear está a punto de desencadenarse, que el Papa Satánico seguirá en el solio, que Lula va a oficiar la macumba en la segunda vuelta de la carnavalada de su país, que Griñán será indultado y, poniéndonos ya en en lo peor, que el ínclito Pedro Sánchez ganará las próximas elecciones de nuestra maltrecha nación.

O sea: que estamos al borde del abismo, pero con una diferencia bastante significativa respecto a lo que pasaba antes. No quiero pecar de optimismo, pues optimista no soy —ayer cumplí ochenta y seis años y hay que estar muy ciego para ser optimista a esa edad—, pero quizá estemos aún a tiempo de no dar el paso hacia delante que habían dado, según sus propias palabras, los colegas de aquel ministro tan ocurrente y tan clarividente.

Para evitarlo bastaría con aplicar urbi et orbi, y más aún, qué demonios, en España, puesto que feble caridad es la que no empieza por uno mismo, el nítido programa que ha llevado a Giorgia Meloni a ganar las elecciones de su país y que puede resumirse en una sola palabra: sensatez.

Pero…

Hay dos peros.

Uno es el que verbalizó el político Andreotti, también italiano, cuando dijo aquello, tan cínico y tan habitual, de que las promesas electorales no se formulan para cumplirse.

El otro es de carácter estadístico y sanitario: parece ser que en este momento, después de la pandemia, del confinamiento, de los calores del estío, de la guerra de Ucrania y de las restantes zarandajas, una de cada cinco personas está majareta perdida y necesitada de urgente atención psiquiátrica.

¿Será cierto?

Ustedes sabrán.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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