Lleva sólo unos días como presidente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), puesto que asumió desde el 7 de enero de 2022, pero Alberto Fernández, presidente de Argentina, ya viajó a Rusia, y a China, donde sin el menor reparo se ha entregado al Oso, pero sobre todo al Gran Dragón, para convertir a su país en una colonia más del globalismo rojo.
Por supuesto, Fernández no se ha postrado ante su nuevo patrón, el Partido Comunista de China, a cambio de nada. Haber firmado el acuerdo para formar parte de la Nueva Ruta de la Seda —estrategia geoeconómica china que ya se extendía por Asia, Europa y África, a lo largo de cerca de 140 países, a los que ahora se suma Argentina—, traerá beneficios económicos y sobre todo electorales, para el discípulo de los Kirchner.
De entrada Argentina recibirá inversiones por cerca de 20000 millones de dólares, que serían destinados sobre todo para infraestructura, energía, transportes y comunicaciones. En especial, se ha planteado construir gasoductos, una central hidroeléctrica, una central nuclear, un parque fotovoltaico, un parque eólico, y rehabilitar trenes.
Fernández, de esta manera, busca asegurar su reelección en 2023, para lo cual el Grupo de Puebla lo está respaldando, tanto como la CELAC —en especial el bloque rojo—. El flujo de dinero chino para Argentina significará una bocanada de aire fresco para un mandatario que ha perdido elecciones recientes, y que no despierta interés político mayor entre sus electores.
Pero tras este viaje icónico, Fernández marca un parteaguas emulable para los mandatarios hispanoamericanos socialistas, que están ensayando rutas para eternizarse en el poder, para lo cual se necesita respaldo político y grandes caudales de fondos para generar empleo, y resarcir los efectos negativos de la pandemia, aunque con el alto costo de convertirse en totalmente dependientes del PCCh, debido a la deuda impagable contraída.
China ha usado largo tiempo ya la estrategia de prestar dinero o invertir profusamente en países en desarrollo, con lo que apuntala a los gobernantes en el poder, impacta en positivo a la economía nacional, pero sólo en un primero momento, y sobre todo, abona a su pujante colonialismo rojo.
La Nueva Ruta de la Seda no es sino el gran proyecto colonialista rojo de China, para subsidiar a largo plazo economías que cojean y tropiezan, haciéndolas deudoras de sumas impagables, con lo que el Dragón Rojo devora las soberanías nacionales y adquiere gran control geoestratégico en países débiles.
Esto le resta cercanía de países satelitales a su gran enemigo, Estados Unidos, con lo que sus zonas de influencia van mermando y se va quedando solo. El desinterés del país de las barras y las estrellas por América Latina, y la focalización de su atención en sus conflictos internos, ha creado las condiciones para que China avance su cobertura por todo el mundo, textualmente.
Por si fuera poco, la revolución cultural neo-maoísta que tiene lugar en Estados Unidos, no parece en lo absoluto una “casualidad” lejana al expansionismo chino. Son muchas las características que los “woke” toman prestadas del movimiento iniciado por Mao Tse Tung, entre 1966 y 1976. Por un lado la imposición de un pensamiento hegemónico, “oficial”, único. Una gran persecución, una purga, contra todo disidente, contra todo el que pensara diferente a Mao. Esto incluía golpes, cárcel y muerte.
Por el otro lado, la obsesión por desaparecer todas las tradiciones ancestrales y costumbres milenarias de los chinos —una cultura tan rica y profunda—, para sólo dejar en pie la ideología de Mao.
En Estados Unidos, lo mismo: cancelación, muerte civil a disidentes del pensamiento hegemónico socialista-progresista, y la deconstrucción del cristianismo, la familia, la defensa de la vida, la raza blanca, la heterosexualidad, la clase media, el conservadurismo y el movimiento MAGA.
Todo abona a la nueva hegemonía del Gran Dragón. Es inevitable relacionar sus estrategias económicas y político-electorales, con las culturales, en especial con lo que sucede en Estados Unidos, y no sin el visto bueno de Joe Biden y los demócratas.
Por algo Donald Trump ha acusado a Biden de estar vendido a China, país donde a nivel familiar tiene muchos intereses económicos, algunos de los cuales han sido revelados por informes del Senado.
Mientras Estados Unidos con Biden y Kamala Harris está sumergido en una crisis de inflación, de migrantes indocumentados, con un mal manejo de la pandemia, y ocupado promoviendo restricciones sanitarias, el aborto y los transexuales en el ejército, y carcomido por la Teoría Crítica de la Raza (CRT), y los supremacismos negro, homosexual y feminista, China no quita el ojo de la riqueza de América Latina.
Por no ir más lejos, en Chile ya posee a la empresa más grande de distribución de energía eléctrica —la china State Grid compró a la Compañía General de Electricidad (CGE)—, y ahora con la llegada de Gabriel Boric al poder, que ha advertido nacionalizará el litio, el Dragón Rojo se frota las manos esperando el momento de succionar como con una manguera todo el metal que le sea posible.
Alberto Fernández, así las cosas, pone al descubierto que permanecer en el poder es más importante para los socialistas que el respeto a la soberanía nacional, e incluso que la ideología misma que dice detentar.
Y tanto que hablaban estos habladores rojos en contra del “imperialismo yanqui”: son los primeros en echarse a los brazos de un país en donde no hay derechos humanos, ni libertad de expresión ni de prensa, ni sistema democrático de partidos. Todo lo que hay es un capitalismo estatal furioso y una revolución cultural maoísta de exportación, ejes para cimentar la nueva hegemonía mundial china.
¿O será más bien que la ideología de los socialistas del Foro de Sao Paulo se resume en amar el poder y perpetuarse en él a cualquier costo? Porque eso es justo lo que les ofrece Xi Jinping.
Fuente: PanamPost