MIQUEL GIMÉNEZ,
No era preciso que el Juzgado de Instrucción Número 1 de Barcelona prorrogase la investigación del Caso Voloh que acusa a Puigdemont y su entorno de mantener presuntamente relaciones con los servicios de inteligencia rusos, a fin de recabar su apoyo a la independencia de Cataluña. Que esto le puede complicar a Sánchez sus planes es evidente. Es lo que tiene cambiar siete votos por España con tal de ser presidente al precio que sea. De ahí que Junts esté presionando a Moncloa para que se incluya el delito de alta traición en la ignominiosa ley de amnistía, cosa más que previsible porque el sanchismo no conoce límites legales ni morales cuando de mantener su estatus se trata.
Pero convendría ir más allá y considerar de lo que estamos hablando: alta traición. Altra traición a España, por descontado, pero también a Europa y a esto que denominamos Occidente y que cada día que pasa lo es menos. Me interesa subrayar, más que aspectos concretos como sería que Putin tuviese una base para su Armada justo en la península o el asunto del gas, lo que se encierra en el concepto. Alta traición, repetimos. ¿A quien puede extrañar que individuos capaces de cometer tamaño delito que luego se traicionen entre ellos y se despedacen como alimañas? ¿Sorprende que Junts y ERC anden a navajazos a diario y que dentro de esas mismas formaciones las purgas y las puñaladas por la espalda sean su manera habitual de proceder? ¿Es extraño que Sánchez tenga ministros kleenex de usar y tirar, que «cambie de opinión» con tanta frecuencia y que jure cumplir y hacer cumplir la Constitución para después sentarse a merendar con todos aquellos que quieren destrozarla? Es evidente que ese delito de lesa patria es una constante en las conductas de quienes, por ahora, rigen los destinos de España. Son traidores por naturaleza y traiciones es lo único que puede esperarse de ellos. No les importa hacerlo con propios y extraños ni que el precio de las mismas tenga un coste político, económico e histórico de incalculables proporciones. No hay que apelar ni a su honor ni a su honradez ni mucho menos a su moral.
Sánchez pasará a nuestra historia con toda seguridad como aquel que más contumazmente traicionó a su país y a sus leyes. Es tal la vesania y lo perverso de su acción política que, sumada a su capacidad innata para la traición, incluso los asesinos de Viriato, los execrables Aulax, Ditalco y Minuro, se horrorizarían ante este golpe de estado por la puerta de atrás que se produce en nuestra patria en estos momentos. De ahí que el gran empeño del autócrata sea ahora prohibir la entrada de determinados medios críticos al Congreso. No quiere testigos. Una decisión más que, si a él lo deshonra, honra a los afectados. Traición y más traición. Lo que nos lleva a decir algo elemental. No solo Puigdemont es un traidor. También, y principalmente, el gran traidor es Sánchez. Sánchez.
Bien podía decir Lope de Vega que gana más quien muere a manos del traidor que su asesino.