Denise Dresser es politóloga, escritora, columnista y activista mexicana. Su último libro es ‘Manifiesto mexicano: cómo perdimos el rumbo y cómo recuperarlo’.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), llega a sus tres años de gobierno moralmente derrotado. Podrá presumir su alta popularidad, llenar la plaza del Zócalo con simpatizantes o regodearse en el entusiasmo de quienes lo alzan en hombros, pero rubro tras rubro su gobierno ha resultado ser una lamentable traición.
Es una traición a lo prometido en campaña, a la izquierda progresista que lo apoyó, a los pobres y a la transición democrática, la cual ha trastocado. El hombre que prometió “no mentir, no robar, no traicionar”, se ha especializado en ello. AMLO miente todos los días desde la mañanera. Permite que miembros de su gobierno, de su partido y de las Fuerzas Armadas se embolsen recursos públicos sin sanción. Ha incumplido su palabra de separar el poder político del poder económico, al crear una nueva mafia militarizada en el poder, lejos del escrutinio y la transparencia, que son condiciones indispensables del devenir democrático. El presidente que llegó a Palacio Nacional ofreciendo la honestidad valiente, ha entronizado la mentira permanente.
Miente al afirmar que se ha terminado la corrupción cuando, aparte del encarcelamiento de algunos personajes selectos, permanece enquistada y se ha extendido a las Fuerzas Armadas. Miente al decir que ha puesto a los pobres primero, cuando aparte de programas sociales con enormes lagunas e irregularidades, la austeridad y los recortes han afectado de manera brutal a los más vulnerables. Frente a cada pronunciamiento presidencial hay un dato que lo contradice. Frente a cada exaltación de lo logrado hay una realidad que exhibe lo contrario. El feminista atacando a las feministas. El campeón de los pobres ensanchando sus filas. El humanista ignorando a las víctimas de la violencia. El protector de la población minimizando el COVID-19 y permitiendo sus estragos. El demócrata escondiendo un “dedazo”al elegir a su sucesora con una “encuesta”. El promotor de la paz ignorando la guerra que se libra en las calles, estado tras estado y homicidio tras homicidio. El que proclama “nadie por encima de la ley” cuando su gobierno la viola.
Frente a los “otros datos” del gobierno está la realidad incómoda que se impone, que se evade con mítines triunfalistas, narrativas deshonestas, lealtades colocadas sobre un hombre y no sobre un sistema más transparente, justo y democrático. Los privilegios no se acaban, solo cambian de manos. La politización de la justicia no termina, solo la promueven otros. El capitalismo de cuates no se combate, solo incluye a sus cuates.
México no es un país más seguro, próspero o equitativo desde que AMLO lo gobierna. Sí es un país más violento, pauperizado y desigual. Sí es un país donde el presidente degrada a la democracia disfuncional que heredó, de manera gradual pero consistente, con base en decretazos inconstitucionales, argumentos tramposos sobre la “seguridad nacional”, adjudicaciones directas en vez de licitaciones públicas y una militarización sin freno, vigilancia o control.
Alejandro Madrazo, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, ha bautizado el régimen emergente como “crony militarism” (militarismo de amigos) y tiene razón: es AMLO cogobernando con las Fuerzas Armadas o controlado por ellas. AMLO concesionando pedazos cada vez más grandes del Estado al Ejército, que hoy concentra 246 actividades antes en manos civiles. Las Fuerzas Armadas están extrayendo rentas, haciendo negocios, nutriéndose de tajadas incrementales del presupuesto en la más absoluta opacidad y con la anuencia del presidente. Ya no hace falta un golpe de Estado en la acepción histórica tradicional. Ya no es necesario rodear Palacio Nacional con tanques y tomar el control del gobierno por la vía de la violencia. Eso sería demasiado costoso y, además, innecesario. Lo que estamos presenciando es algo más sutil, más gradual, pero igualmente peligroso para la frágil democracia mexicana: la toma militar del Estado por otros medios, la colonización militar del Estado civil. Un fenómeno que el expresidente Felipe Calderón inició, su sucesor Enrique Peña Nieto extendió y AMLO ha profundizado. La Cuarta Transformación transmutada en la Cuarta Militarización.
La lista de lo subrogado, subcontratado y otorgado a las Fuerzas Armadas está ahí para ser consultada y ser leída con consternación. Para documentar cómo AMLO continúa traicionando al empoderar política y económicamente a quienes no fueron electos para gobernar pero lo hacen mediante la Guardia Nacional; el combate al robo de combustible (huachicol); el resguardo antiinmigrante de la frontera norte y sur; la construcción y administración del aeropuerto Felipe Ángeles; la administración de los aeropuertos de Palenque y Chetumal, las finanzas del ISSSTE, la Agencia Federal de Aviación Civil, las Islas Marías, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y los puertos y aduanas; la construcción del aeropuerto de Tulum, el Parque Lago de Texcoco, los cuarteles de la Guardia Nacional, dos tramos del Tren Maya y 2,700 sucursales del Banco del Bienestar; el desarrollo del Parque Nacional Cultural Santa Fe; la distribución de fertilizantes, medicamentos, vacunas contra el COVID-19, libros de texto gratuitos y recursos de los programas sociales; los viveros forestales del programa Sembrando Vida; la capacitación del programa Jóvenes Construyendo el Futuro; la remodelación de hospitales; la limpieza del sargazo en las playas; la custodia de las obras de la refinería de Dos Bocas, más lo que se les entregará en el resto del sexenio.
No hay otra forma de decirlo, de denunciarlo: la subcontratación del gobierno al Ejército en una democracia es alta traición. Aunque la maniobra lopezobradorista se justifique por el imperativo de terminar las obras a tiempo, suplantar el elefante reumático del Estado por un tanque imparable y encargar la gobernabilidad al “pueblo bueno” confiando en su incorruptibilidad, el resultado es el mismo: una democracia desfigurada, un gobierno militarizado, un presidente al servicio de las Fuerzas Armadas a quienes encarga su legado.
AMLO sigue sentado en la silla presidencial pero detrás de él, al lado de él, acompañándolo, vigilándolo, están los uniformados que operan en la oscuridad. Los de verde olivo cuyo compromiso no es con el gobierno, la democracia, la izquierda, los pobres, o el partido en el poder. Es consigo mismos. Y las Fuerzas Armadas en cualquier contexto, en cualquier país, son antitéticas a la libertad republicana. Al empoderarlas como lo está haciendo, AMLO pone en riesgo las libertades de todos. Ese es el veredicto después de tres años: por soberbia o prisa o miedo o ignorancia, el presidente se envuelve en la retórica del patriota, cuando se ha convertido en un traidor.