Daniel Ortega tiene dos récords, es el jefe de Gobierno (dictador) que más reformas ha hecho a la Ley Electoral de Nicaragua y el presidente que más elecciones ha “ganado”. Ambos elementos parecen estar ligados a su control total en el Consejo Supremo Electoral y al uso y abuso de los artilugios jurídicos a su disposición.
A partir de la década de 1990, Daniel Ortega intentó ser presidente de Nicaragua en 3 ocasiones, bajo las reglas de la democracia y el Estado de Derecho. Nunca lo logró. Por el contrario, al verse arrinconado por las vías institucionales, el partido sandinista inició una estrategia de socavamiento de la democracia, bajo un modelo de protesta social denominado “Gobernar desde abajo”. El plan incluía generar inestabilidad, coordinar asonadas y patrocinar todo tipo de actos violentos, para obtener prebendas políticas y un pedazo cada vez más grande del pastel electoral.
Durante 17 años Ortega estuvo gobernando desde las sombras, halando los hilos del poder, manipulando y extorsionando a gobiernos legítimamente electos. En el año 2006 estas tropelías le dieron el botín que tanto anhelaba, mediante una serie pactos y componendas con la oposición, Ortega vuelve al poder, gracias a una reforma electoral a la medida de sus ambiciones, tomando control del árbitro y estableciendo un mínimo de 35 % de votos para ganar las elecciones. Así inició la era del hombre fuerte y las instituciones débiles. La dictadura de Nicaragua.
Ojo que Ortega “el demócrata” decía que las reformas electorales eran para darle más poder al pueblo, mayor participación a las mujeres, los pueblos indígenas y afrodescendientes. Nunca dijo que quería nombrar a su esposa como vicepresidente, a sus hijos como asesores y establecer un sistema de partido único al estilo Cuba o Corea del Norte. Jamás lo hizo.
Las tentaciones de AMLO
Hoy que está de moda el tema de los “election deniers” (los negacionistas), recuerdo que en 2006 el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), fue noticia mundial por su rechazo a los resultados electorales. Allí quedó en evidencia que su agenda personalista y su ego político parecen siempre ubicarse por encima de la patria, la institucionalidad y los valores democráticos de todo un país.
No me sorprende por eso que, en abril de 2022, el presidente López desnudó sus oscuras y rezagadas ambiciones de reformar el Instituto Nacional Electoral (INE), so pretexto de crear un órgano más eficiente, menos costoso y más ágil. Aunque la propuesta parece un manso cordero, el pueblo mexicano demostró este domingo que no le cree a AMLO y que detrás de las reformas se esconde un lobo feroz, quizás un cambio radical de paradigma, que amenaza con destruir el presente e hipotecar el futuro democrático de todo un país.
El INE es un ejemplo para América Latina
El Instituto Nacional Electoral es un ejemplo para México y América Latina, forma parte de una historia colectiva extraordinaria en la que se logró romper con décadas de partido hegemónico, corrupción y opacidad electoral. En la marcha del domingo José Woldenberg, uno de los padres fundadores de la institución electoral lo dijo muy clarito: «Defendemos el sistema electoral que generaciones de mexicanos construyeron y ha permitido la convivencia plural y la transmisión pacífica del poder».
Por su parte, el presidente Obrador no parece escuchar consejos y justo este lunes en su conferencia mañanera dijo: “Necesitamos dejar establecido un órgano electoral que realmente haga valer la democracia en el país, es fundamental”. Al oírlo hablar no dejo de recordar mi país, Nicaragua, donde Daniel Ortega no solo ha reformado el sistema electoral, sino que lo controla de abajo hasta arriba. Es un modelo eficiente, como en Cuba, los resultados de las votaciones se conocen incluso días antes.
¿No me creen? hace tan solo dos semanas tuvimos elecciones municipales en 153 municipios del país y sorpresa… ¿adivinen quién ganó?… el partido de Daniel Ortega. El FSLN se auto-adjudicó el 100 % de las municipalidades, incluso en aquellas regiones donde jamás hizo campaña electoral.
Cierro recordando que México no es Nicaragua y que AMLO no es Ortega, sin embargo, el parecido es aterrador. Es por ello que me sumo a las voces que dicen “el INE no se toca y la democracia hay que defenderla”. Todavía estamos a tiempo.