MARÍA DURÁN,
Mi madre se enfada mucho conmigo porque hablo de ella en casi todas mis columnas. Ya le he explicado que es a mis artículos el equivalente a la perrita Lolita de las tertulias de Paco Marhuenda. No porque ella sea como una mascota sino porque cada uno queremos muchísimo a nuestra respectiva musa y nos importa bastante lo que haga o diga, según el caso. La perrita Lolita es monísima, por cierto. Mucho más que Marhuenda. Pero menos que mi madre.
Pues bien, mi madre me contó el otro día, hablando de la amnistía a los golpistas, que en los años 70, cuando se llamó amnistía a lo que básicamente fue soltar asesinos de ETA, los universitarios gritaban de broma ante la Policía «Amnistía, pan y tías». Me hizo muchísima gracia y lo busqué en Internet, pero como no me convencieron los resultados le pedí que preguntara en su chat de hermanos —son ocho y ella es la pequeña— si les sonaba tan maravillosa reivindicación. Ninguno se acordaba menos mi tío Íñigo, que tardó bastante en contestar, por lo que me pasé un rato largo pensando que «Amnistía, pan y tías» era un grito de guerra inventado por mi madre sin que ella fuera consciente, lo que me divertía todavía más. Resultó que sí lo había. Y además durante esta semana me ha hecho reflexionar bastante.
Porque lo va a pasar en las próximas semanas es que a Carles Puigdemont le va a dar Pedro Sánchez algo parecido a lo de amnistía, pan y tías. Pero como pan y tías ya tiene, todo en uno además, con el trabajo de su mujer en TV3 con sueldazo público por hacer no sabemos muy bien qué, probablemente nada; aquí va a haber amnistía y lo que surja. Lo que se le ocurra a Puigdemont. Que muy bien de la cabeza no parece estar —recordemos la república de ocho segundos—. Así que si a este señor Dios le da a entender que Cataluña debe convertirse en república islámica, por poner un ejemplo, pues eso será.
Admiro mucho lo que es capaz de conseguir el forajido chantajista de Waterloo, aunque si quisiera tener las habilidades de algún loco más bien elegiría las de Carlos Bardem, que es capaz de imaginarse que lo que a él no le gusta no existe. Dice que no existió el Imperio Español. Yo empezaría por imaginarme muy fuerte que no existen los Bardem. Y luego ya Irene y Pam, Yolanda, y así con todo el Gobierno. La realidad no cambiaría nada, pero yo sería más feliz.
La amnistía no me imaginaría que no existe. Es más, hay días que la deseo. Me pasa como con Ayuso, que a ratos cuando juega a ser de Vox la adoro, y a ratos cuando vuelve a ser del PP la detesto. Con el resto del PP no me pasa: los detesto 365 días al año. Sobre todo cuando se empeñan en explicarnos que si VOX no existiera ellos tendrían mayoría absoluta. Les debe dar clases de democracia Kim Jong-un.
En fin, que hay días que me levanto anti-amnistía total y otros en los que me vuelvo aceleracionista y me dan ganas de que el PSOE termine de mandarlo todo a la porra ya a ver si la gente espabila de una vez. Y también me pregunto si sería tan malo acabar con el «orden constitucional», que es un timo, una chapuza y nos ha traído hasta aquí. Presos más de la mitad de los españoles de partidos criminales, cada uno especialista en lo suyo.
Así que hoy me he levantado fan del fin del Régimen del 78, que se ha demostrado ya tan separatista como los golpistas catalanes y los bilduetarras. En cualquier momento voy a gritar «¡amnistía y tíos!». Pan no, que engorda. Y yo sufro de gordofobia. Es decir, de miedo a la gordura. A la mía.