Una pregunta que no falta en cualquier coloquio, seminario, foro, conferencia o reunión de naturaleza pública o privada, es ¿por qué Maduro sigue ahí, enquistado en el poder que usurpa? No faltan los que se despachan a sí mismo con la hipótesis, a flor de labios, atestiguando que “el problema es la falta de unidad”. Esa versión tiene potencia y no ha resultado fácil desmontar su peso a la hora de sacar conclusiones, después de debatir respecto a las causas del descalabro de la agenda propuesta por el gobierno interino de Juan Guaidó.
La verdad que defendemos es que unidad ha habido y en dimensiones colosales. Fue la unidad la piedra angular de la victoria del 6 de diciembre de 2015, a partir de la cual brotó como un maleficio el grupo denominado G4 que se encargó de achatar ese círculo unitario que ofrecía espacios para múltiples y variopintos liderazgos. A partir de entonces la unidad adolece de sectarismos, una deformación que ocasiona patologías que se definen como intolerancia, idolatrías, obcecaciones o cegueras políticas. Esas desviaciones fueron la razón de tantos tropiezos experimentados entre el año 2016 y 2018, hasta que el sortilegio de la unidad reapareció con un fulgor que parecía haberle arrebatado la luz al relámpago del Catatumbo. La figura de Juan Guaidó se empinó, el 23 de enero de 2019, en una tribuna callejera y a partir de ese autojuramento, como presidente interino, retoñó la unidad con rejuvenecido ímpetu.
Había una meta concentrada en un mantra que se enfilaba hacia el fin de la usurpación, fincada en una visión compartida para caracterizar el régimen de Maduro como una corporación criminal; la ciudadanía se echó, otra vez, a las calles con una corpulencia colosal y se aquilató un respaldo internacional insospechado. Todo ese capital político se ha visto disminuido en el transcurrir de estos últimos tres años y las razones de ese desvanecimiento van desde los errores cometidos por la dirigencia que se alzó con el poder de tomar decisiones, hasta la maniobra de infiltración puesta en escena por los asesores de la dictadura venezolana, especializados en ese tipo de artimañas. Mención aparte merecen la desaparición del principio de separación de poderes, la conversión de la Fuerza Armada Nacional en un cuerpo corrompido y represivo que sustenta la dictadura, los ingentes recursos financieros provenientes de la economía oscura y la alianza de Maduro con los cubanos, rusos, iraníes, chinos y células de la narcoguerrilla.
Por todo eso es que se dan acontecimientos inexplicables bajo la lógica que no puede justificar que, en un país en donde más de 96% de la población está apretujada por el cinturón de la pobreza y, según informaciones del Observatorio de Gasto Público Cedice Libertad, en la primera quincena del mes de abril, una canasta contentiva de 61 bienes y servicios para una familia de 3 personas alcanzó un valor de 2.222,19 bolívares, equivalentes a más de 494 dólares, Maduro termine ganando 20 de 24 gobernaciones sometidas al escrutinio popular el pasado 21 de noviembre de 2021. Ese resultado no cuadra con la realidad que nos muestra a un país atenazado por una catástrofe descomunal.
La pista que deja ese panorama de contradicciones y paradojas es que con un régimen de esa estirpe las elecciones y los diálogos se reducen a un ardid. Más en Venezuela en donde una peligrosa corporación criminal tiene maniatado el Poder Judicial, a la vez que se despacha y se da el vuelto en el CNE y está en capacidad de instruir a su fiscal y a su contralor para que inhabiliten disidentes, según el interés táctico de la mafia. ¿Que perdimos las gobernaciones de Mérida y Táchira por las divisiones? Es cierto, pero también lo es que esos fraccionamientos son un accesorio de la gran estrategia de infiltración que sirve para argumentar que esa es la razón de las derrotas y no el fraude aparejado a un régimen delictual como el que nos sojuzga.
Ante todo eso lo que corresponde es diseñar y asumir corporalmente una idea fuerza que permita nuclear a todos los sectores identificados con el propósito de liberar a Venezuela de esa tiranía. Eso amerita, como paso previo, una jornada ilimitada de autocrítica para detectar las equivocaciones y destilar las plataformas que han venido fungiendo como comandos y mentores. Se debe tener muy claro que la ciudadanía debe ser consultada por alguna vía confiable, tal como lo hicimos, recientemente, a la hora de solicitar firmas de apoyo a la carta pública remitida al presidente Joe Biden. Mi opinión es que por ningún respecto se deben regalar los tres años que distan del 2024, tampoco ceder en la narrativa que define a ese régimen como usurpador de las instituciones del Estado ya que Maduro carece de legitimidad de origen, menos aún renunciar a la idea de que se prosiga con el proceso de investigaciones en la Corte Penal Internacional, así como con los juicios contra los depredadores de la riqueza nacional.
No estaría en condiciones de avalar acuerdos para que a Maduro y compinches se le levanten las sanciones, se los exonere de los crímenes y robos cometidos y que de repente, en vez de seguir apareciendo en las galerías de los más buscados, con recompensas incluidas, aparezcan en afiches haciendo campaña electoral como que si nada hubiese ocurrido en Venezuela. Para semejante trastada no cuenten conmigo.
Fuente: Diario El Nacional