sábado, diciembre 28, 2024
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Antropólogos «progresistas» norteamericanos y el ecocidio en Venezuela

Edgar Cherubini Lecuna,

En días recientes, Claudine Gay y Liz Magill, rectoras (Principals) de las prestigiosas universidades de Harvard y Pensilvania, renunciaron tras la indignación que suscitaran sus declaraciones sobre el antisemitismo ante un comité del Congreso, al aceptar que las manifestaciones antisemitas dentro del campus no violaron ningún código de ética. Ambas universidades pertenecen a la Ivy League, que agrupa a instituciones educativas de prestigio y excelencia, asediada por los promotores de la deconstrucción histórica y cultural. El “Progresismo” y el “Cancel Culture” están comenzando a recibir de vuelta sus boomerangs. Niall Ferguson, historiador y catedrático de Harvard, acusa de traición a sus colegas intelectuales por “permitir la politización de las universidades estadounidenses liderada por una coalición antiliberal de progresistas “woke”, partidarios de la “teoría crítica de la raza” y apologistas del extremismo islamista”. Ferguson se apoya en el argumento del sociólogo alemán Max Weber en su ensayo La ciencia como vocación (1917), donde expresa que “el activismo político no debería ser permisible en las aulas, ‘porque el profeta y el demagogo no pertenecen a la plataforma académica’. Este fue también el argumento del Informe Kalven (1967), de la Universidad de Chicago donde urge a las universidades mantener una “independencia de las modas, pasiones y presiones políticas”. Esta separación entre erudición y política ha sido completamente ignorada en los últimos años en las principales universidades estadounidenses. En cambio, nuestras escuelas más elitistas han adoptado el tipo de ‘cambio institucional’ que Claudine Gay ha defendido. Mire adónde nos ha llevado”. (Niall Ferguson, The treason of the intellectuals, The National Post, 15/12/2023). Pero esto es solo la punta del iceberg de la sedición y de cómo otros académicos “progresistas” han apoyado a la izquierda continental en sus siniestros propósitos.

La escalada de esta subversión “progresista” y “deconstruccionista” en la academia norteamericana tiene su cordón umbilical ligado al castro-comunismo que ya había asentado su baza entre intelectuales y científicos en USA. En la década de 1990, el Foro de Sao Paulo, dirigido por Fidel Castro, convocó a sociólogos, antropólogos y científicos norteamericanos de izquierda, para impulsar una nueva “antropología crítica”, “progresista”, “comprometida” y “militante”, en contraposición a la ciencia y a la antropología académica tradicional. El objetivo era el de comenzar a diversificar las formas de subversión en la región al fomentar movimientos políticos por los derechos de los indígenas y la promoción del separatismo étnico, cobijándolos bajo la premisa ideológica de un pan-indigenismo antiimperialista y antioccidental. Desde entonces, muchas disciplinas académicas en USA padecen los embates de esta “nueva inquisición”, emprendida por la llamada izquierda postmodernista o deconstruccionista, alentando la “cultura de la cancelación”, a la par del acoso y la intolerancia académica a quienes tildan de “derecha” por sostener valores y cánones formales de investigación científica. Esta nueva visión de la ciencia argumenta entre otras cosas, que no hay tal observación objetiva, que los hechos son elaboraciones políticas y que la ciencia es un instrumento de opresión imperialista.

Con Chávez ya en el poder, el Foro de Sao Paulo y sus rogue states asociados, ávidos de financiamiento, propiciaron la ocupación de los ricos yacimientos minerales de la Guayana y Amazonas venezolano. A partir del año 2000, los asesores cubanos le ordenaron al régimen chavista borrar todo trazo de legitimidad de científicos e intelectuales que pudieran enfrentar dichos planes, mediante la utilización del mismo procedimiento (Zersetzung), implementado con éxito en la antigua URSS y en los países ocupados por el Pacto de Varsovia. Como el desprestigio público y el asesinato intelectual es parte de ese método, inventaron un complot inverosímil para justificar la expulsión de los científicos venezolanos y testigos incómodos de los territorios de Amazonas y de la Guayana, para proceder así a la ocupación progresiva de ese ecosistema selvático para sus siniestros planes. Como parte de la trama, en el año 2000, reclutaron a Patrick Tierney, un periodista especialista en teorías conspirativas, al cual le asignaron un equipo de antropólogos y científicos de la izquierda académica norteamericana provenientes de Cornell University, Universidad de Rutgers, la Universidad de California-SD, UC-Berkeley entre otros centros de investigación, para que estos idiotas útiles lo asesoraran y nutrieran su estilo sensacionalista. Con el apoyo del conocido diario New York Times, que comenzaba a desviar su línea editorial hacia noticias y hechos sin confirmación, inaugurando así la era de las fake news con los artículos de Tierney, se creó una matriz de opinión adversa a la ciencia en Venezuela, con el fin de desprestigiar a conocidos científicos y académicos, entre ellos al Dr. Marcel Roche, al antropólogo Napoleón Chagnon, a James Neel, el mejor especialista en genética humana y a importantes instituciones científicas como el IVIC, que realizaban investigaciones científicas en la Guayana y Amazonas venezolano.

Tierney y los antropólogos “comprometidos” de la izquierda académica norteamericana, escogieron muy bien el blanco de sus alegatos: el bioetnógrafo Napoleón Chagnon (1938-2019), una autoridad en el estudio de los Yanomamis, con el que trabajaban importantes científicos venezolanos. Durante un período de 30 años, Chagnon participó u organizó alrededor de 20 expediciones al Amazonas venezolano, levantando una base de datos sin precedentes sobre la etnia Yanomamö. En su libro Yanomamö: La Gente Feroz (Yanomamö: The Fierce People,1968), Napoleón Chagnon profundizó sus estudios de sociobiología adentrándose en la biogenética de esta tribu para indagar, entre otros aspectos, el origen de su belicosidad, que lo hacen referirse a los yanomamis como «nuestros ancestros contemporáneos que viven en un estado de guerra permanente”. A lo largo de sus observaciones de campo constató que, “mediante la violencia, el varón yanomami parece acrecentar su éxito social, reproductivo y el de su linaje, haciéndose más apto para sobrevivir». Esto molestó a los que sostienen la utópica idea del “noble salvaje”, de allí que, en uno de sus primeros artículos, Tierney lo tildó de “antropólogo feroz” (The Fierce Anthropologist, The New York Times, 09/10/2000), por haber descrito a los yanomamis como una tribu de hombres belicosos, como si los Yanomamis no fueran humanos o no usaran la violencia para defender sus hogares y a sus mujeres del rapto de sus rivales. Sin ninguna prueba, Tierney acusó a Chagnon, Roche y otros notables científicos no solo de manipular a los indígenas sino de provocarles la muerte al utilizarlos como conejillos de indias en experimentos radioactivos.

Diversos autores coinciden en denunciar que esa guerra sucia en la academia buscaba el “asesinato de la personalidad y la reputación” de Napoleón Chagnon y de aquellos que tienen ideas contrarias a la antropología crítica. Ninguna extrañeza causó a los asistentes a la convención anual de la Asociación Americana de Antropología, escuchar las ponencias de antropólogos de la UC-Berkeley, en las que hacían un llamado a sus colegas de convertirse en “testigos” de situaciones societarias en vez de ser “observadores objetivos”. Un llamado a descartar el método científico y convertirse en activistas de las ideas subversivas de la izquierda continental. Instituciones científicas y académicas de reconocido prestigio, tales como la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos de America, la Asociación Americana de Antropología, la Sociedad Internacional de Genética, la Universidad de Michigan y la Universidad de California, para citar algunas de ellas, reaccionaron en contra de esta postura y concluyeron que las acusaciones de Tierney carecían de veracidad, estando basadas en ficciones y en las intrigas de antropólogos y científicos marxistas alineados con Cuba y el chavismo, sin embargo lograron su objetivo, que fue el de minar la credibilidad de Chagnon y de otros científicos, en especial los promotores de la creación de una reserva de la biosfera para salvaguardar el Amazonas, impidiéndoles desde entonces la entrada a esa región de gran importancia geoestratégica, dejando el campo libre a oscuras corporaciones interesadas en minerales estratégicos como el Uranio y el Coltán, a los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y de las FARC, ambas aliadas al narcotráfico que, junto con los militares venezolanos, controlan desde ese entonces la explotación de los recursos minerales, específicamente oro y diamantes en esos territorios causando una catástrofe ambiental y humana en Amazonas.

El régimen chavista y sus cómplices deconstruccionistas de la academia norteamericana, que hablaban de fomentar movimientos políticos étnicos para “luchar por los derechos de los pueblos originarios”, convirtieron los indígenas en víctimas de un etnocidio actualmente en progreso, al repartir esos vastos territorios entre las mafias corruptas del régimen asociadas con organizaciones criminales internacionales para saquear el Amazonas. Los proyectos extractivos promovidos por Chávez y continuados por Maduro y sus militares, desde entonces están arrasando indiscriminadamente la selva y utilizan mercurio en el proceso de extracción del oro, perjudicando los suelos y envenenando los ríos. Las minas se encuentran en territorios indígenas, donde niños y jóvenes son utilizados como guías, esclavizados, hostigados y asesinados, lo que implica la progresiva desaparición, entre otras etnias, de los Yeküana y los Yanomami, culturas primordiales que han sobrevivido en armonía con la selva por miles de años. El Amazonas venezolano forma parte del ecosistema amazónico y es una de las más prodigiosas reservas de recursos naturales del mundo. Sus bosques pluviales tienen una antigüedad de 75 millones de años y sustentan el equilibrio climático al producir nubes, lluvias, agua y oxígeno para el planeta. Su destrucción en progreso se encuentra en riesgo de alcanzar un punto de no retorno, poniendo en peligro las culturas indígenas que allí habitan y que constituyen un reservorio de la sabiduría ancestral de la humanidad, hoy en peligro de extinción. Se hace necesario promover un nuevo Núremberg para juzgar a estos criminales y sus socios académicos “progresistas” causantes de este desastre humanitario y ecológico en progreso en las selvas al sur del Orinoco.

Fuente: Diario Las Américas

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