Mookie Tenembaum,
Malasia se presenta como un modelo de democracia y multiculturalismo en el sudeste asiático, pero oculta tras su fachada un sistema de discriminación institucional y una postura alarmantemente antisemita.
Margina a sus minorías étnicas y religiosas, como los chinos, indios y los pueblos indígenas orang asli. Y el país ya mostró hostilidad abierta hacia los judíos y hacia el estado de Israel, reflejada en políticas y acciones que van en contra de los principios democráticos y de derechos humanos que afirma defender.
La base de la discriminación en Malasia se encuentra en la Ketuanan Melayu o «supremacía malaya», que otorga privilegios a los bumiputera, o los malasios étnicos, a través del Artículo 153 de la Constitución. Esto garantiza a los nativos de Sabah y Sarawak una posición especial en la educación, empleo y adquisición de propiedades. Las universidades públicas, como la Universidad Tecnológica de Mara (UiTM), están reservadas casi exclusivamente para los bumiputera, mientras que las minorías chinas e indias tienen acceso limitado, perpetuando así una profunda desigualdad en el acceso a la educación superior.
Los efectos de estas políticas son devastadores. Los chinos, que representan aproximadamente el 23% de la población, y los indios, alrededor del 7%, enfrentan barreras significativas en la educación y el empleo. Este sesgo llevó a un «drenaje de cerebros» con muchos jóvenes talentosos buscando oportunidades en el extranjero. Además, los pueblos indígenas orang asli, quienes son los habitantes originales de Malasia, fueron excluidos de las políticas de acción afirmativa, dejándolos en la pobreza y marginación.
Una de las manifestaciones más preocupantes de la discriminación en Malasia es su postura antisemita. Este antisemitismo se manifestó en varias ocasiones, incluyendo la negativa del gobierno a permitir la entrada de músicos judíos que formaban parte de la Orquesta Filarmónica de Nueva York en 1992, debido a su nacionalidad israelí. Este acto refleja un sesgo antisemita y subraya una política gubernamental que explícitamente prohíbe la entrada de ciudadanos israelíes al país. Esto es extremo, incluso en comparación con otros países de mayoría musulmana.
La hostilidad de Malasia hacia Israel se extiende a su política exterior y a su participación en foros internacionales. Malasia critica a Israel en las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, a menudo adoptando una postura que no distingue entre crítica legítima y retórica judeófoba. Este enfoque también alimenta una atmósfera interna de intolerancia hacia los judíos, exacerbando la discriminación hacia cualquier persona percibida como asociada con Israel.
El Islam, como religión oficial de Malasia, está profundamente vinculada con la identidad étnica local, lo que llevó a la implementación de leyes y políticas que marginan a los no musulmanes. Las conversiones religiosas están estrictamente reguladas, con leyes que facilitan el proselitismo musulmán e imponen severas restricciones para quienes buscan dejar la fe dominante. Casos como el de Lina Joy, una mujer malasia que buscó convertirse al cristianismo, demuestra cómo el sistema judicial puede ser utilizado para oprimir a aquellos que desean ejercer su libertad religiosa. Así, en 2007, el Tribunal Federal de Malasia, la máxima instancia judicial del país, rechazó su solicitud para que se reconociera legalmente su conversión.
A pesar de estas violaciones evidentes de los derechos humanos, la comunidad internacional es pasiva. Esto puede atribuirse a varios factores, incluyendo los intereses económicos en juego y la percepción de Malasia como un país moderado en una región inestable. Sin embargo, este silencio es injustificable y pone en duda la eficacia y compromiso de las organizaciones internacionales de derechos humanos en abordar todas las formas de discriminación y opresión, sin importar dónde ocurran.
Las cosas como son.