La estrepitosa derrota de Liz Cheney en las elecciones primarias puso fin a un legado republicano de su familia en el Congreso por cinco décadas y confirmó el liderazgo del expresidente Donald Trump en el Partido Republicano.
Otro de los objetivos importantes en estas elecciones es la salida de republicanos afines con la actual agenda demócrata de extrema izquierda que impera en Washington. Esta vez, los votantes de Wyoming no perdonaron los constantes ataques de Cheney contra Trump, los intereses del Partido al que representa y sus votos a favor de la plataforma radical de izquierda.
La caída de la representante federal de tres períodos, que ha declarado que su misión es garantizar que Donald Trump jamás regrese a la Oficina Oval, fue presagiada claramente mucho antes de comenzar el 2021.
La estrecha amistad con la familia Bush
A Cheney le mueven los estrechos lazos de su padre, el exvicepresidente Dick Cheney, con la familia Bush, en especial con el exmandatario George W. Bush y Jeb Bush (exgobernador de la Florida).
Trump acusó durante las primarias republicanas del 2016 a George W. Bush de comenzar la destrucción del país en su gobierno y a Jeb de ser parte de esa actitud junto a su hermano.
Al parecer, la amistad de Cheney con la familia Bush ha decidido su camino en la política en Washington al convertirse no sólo en una férrea detractora del expresidente Trump, sino de ciertas bases conservadoras de su Partido. Un conflicto, cuyas raíces son de índole personal, y no por los verdaderos intereses del país, menos del Partido Republicano. Por tales razones los electores de Wyoming no la eligieron nuevamente.
La defensa a toda costa de esa amistad con los Bush le costó la carrera política dentro del Partido rojo a Liz Cheney, quien dijo que sopesa la opción de presentarse cen las presidenciales del 2024. Sin embargo, su horizonte político parece bien corto y sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca demasiado lejos, a no ser que los líderes demócratas le creen su pergamino azul.
Cuando la Cámara de Representes se reunía para observar un minuto de silencio, Cheney, que encabeza como vicepresidenta la calificada por líderes republicanos como ilegítima comisión sobre los sucesos del 6 de enero; y su padre, el exvicepresidente Dick Cheney, estaban de pie prácticamente solos en la sección republicana de la Cámara Baja.
Diversos legisladores demócratas estrecharon las manos de ambos. Los republicanos declinaron hacer lo mismo.
Aún se desconoce cuál será el futuro próximo de Liz Cheney. Si aspira nuevamente a la política tendrá que ser, al menos en el futuro cercano, por el Partido Demócrata.
“Ahora comienza el verdadero trabajo”, dijo la legisladora en su discurso por la noche, en el que reconoció su derrota en Wyoming y en el que invocó para su campaña contra Trump el legado tanto de Abraham Lincoln como el del sucesor de éste, Ulysses Grant, que participó en la Guerra Civil.
La guerra implacable contra el expresidente
Es improbable que Cheney obtenga la nominación del Partido Republicano para cualquier futura postulación.
Durante la noche transfirió los fondos restantes de su campaña hacia una nueva iniciativa: “La Gran Tarea”, una frase del Discurso de Gettysburg.
“Estaré haciendo todo lo que sea necesario para mantener a Donald Trump afuera de la Oficina Oval”, declaró Cheney el miércoles al programa “Today” de la NBC. A una pregunta, dijo que postularse a la presidencia “es algo en lo que estoy pensando y tomaré una decisión en los próximos meses”.
Si lo hará o no, su creencia de que Trump representa «un peligro» para la democracia constituye al parecer una convicción profunda en su familia; un punto de vista contrario a los designios republicanos y a los verdaderos e irrefutables éxitos económicos y políticos del expresidente Trump durante su mandato.
El liderazgo y el patriotismo de Trump son el mayor temor de la izquierda y la extrema izquierda en EEUU que ha pretendido implantar un régimen antidemocrático con la implacable persecución y hostigamiento al exmandatario. No han bastado las farsas de los vínculos directos de Trump con los rusos, los preparados escándalos con mujeres, las falsas acusaciones para dos impeachment, el cierre de sus cuentas en redes sociales siendo el Presidente legítimo de EEUU y el descrédito constante de la mayoría de la prensa alineada a los intereses del actual gobierno en Washington.
Sin dudas, el presidente Biden y sus estrechos nexos con las turbias y corruptas relaciones de su hijo Hunter Biden con enemigos de EEUU, han merecido al menos una exhaustiva investigación y no el absoluto silencio del Departamento de Justicia, El Buró Federal de Investigaciones (FBI) y los medios de prensa.
La purga descontrolada contra Trump que desembocó en el bochornoso allanamiento en su casa, incluso con la confiscación temporal de los pasaportes, ha sido ya el climax de una «condena» motivada por intereses políticos, personales y partidistas, al estilo de los regímenes en Latinoamérica como ha dicho el senador Marco Rubio.
El rechazo visceral de Nancy Pelosi, Bernie Sanders, la prensa de izquierda y muchos otros radicales dentro del Partido Demócrata ha demostrado una falta de ética inédita contra un presidente electo democráticamente. El ataque furtivo a Trump es el ataque a los valores democráticos de la nación, como afirman millones de ciudadanos.
El liderazgo de Trump y el camino incierto de Cheney
De los 10 representantes republicanos de la Cámara de Representantes —incluida Cheney— que votaron a favor de enjuiciar políticamente a Trump, sólo dos siguen siendo candidatos a la reelección. Los otros anunciaron su retiro o, al igual que Cheney, fueron derrotados por contrincantes apoyados por Trump.
Se espera que los republicanos asuman en noviembre el control del Congreso y así frenar en gran parte las políticas económicas de la extrema izquierda que han llevado la economía estadounidense al descalabro y a la peor inflación en 50 años.
Durante cinco décadas, los Cheney han tenido una influencia notable en Washington, desde la época en que Dick Cheney se postuló al Congreso por primera vez —y más adelante llegó a la vicepresidencia— hasta la llegada de su hija, elegida en 2016 a la par de la victoria de Trump para la Casa Blanca.
Liz Cheney nunca vaciló y fue elegida por sus colegas republicanos de la Cámara de Representantes a la misma posición que tuvo su padre, el tercer puesto en la jerarquía republicana en esa cámara, su mujer de más alto rango.
Pero las elecciones del 2020 cambiaron el panorama para Cheney con una actitud repulsiva abiertamente contra el expresidente, más allá del encomiable trabajo de Trump por un país mejor para todos los estadounidenses.
Cheney responsabilizó del asalto al Capitolio el 6 de enero al presidente Trump y fustigó sus aseveraciones del fraude electoral.
El líder republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, defendió inicialmente a Cheney, pero dio marcha atrás luego de que los republicanos la expulsaron de la dirección partidista.
Cuando la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, nombró a Cheney para que se integrara a la comisión «investigadora» del 6 de enero, su exilio quedó prácticamente consumado.
Trump viajó a Wyoming para apoyar a Harriet Hageman, que alguna vez lo criticó duramente pero derrotó a Cheney tras adherirse al exmandatario, respaldada por McCarthy y otros dirigentes partidistas.
La derrota de Cheney sigue a la del último Bush en un cargo público, George P. Bush, hijo de Jeb, que fue derrotado por Ken Paxton en las primarias republicanas de mayo para el cargo de fiscal general de Texas. Paxton estaba respaldado por Trump.
En Fox News, el escritor conservador Charlie Kirk dijo que las elecciones del martes eran un “repudio masivo” a la era Bush-Cheney-McCain.
La representante Elise Stefanik, que sustituyó a Cheney en la dirección republicana en la Cámara de Representantes y apoyó a Hageman, indicó en un comunicado que le alegraba ver derrotada a la “marioneta” de Pelosi.
Fundado a mitad del siglo XIX, los valores conservadores centrales del Partido Republicano [no han cambiado] en la era de Trump, por el contrario, se han consolidado mediante la defensa de EEUU primero, desarrollar a EEUU y respetar los valores y la libertad en EEUU. Esa es la verdadera visión de Donald Trump y la explicación de su fortaleza moral [casi indestructible] entre decenas de millones de estadounidenses.
Entre quienes se han postulado al Congreso figuran muchos legisladores republicanos que votaron en contra de certificar la victoria electoral de Joe Biden, lo que amplificó las incesantes denuncias de Trump de que hubo fraude electoral y la masiva manifestación de respuesta frente al Capitolio, que la izquierda ha tomado de bandera política contra Trump y sus «deplorables y extremistas seguidores»; como ha calificado despectivamente el Partido que se dice llamar Demócrata. Con un gobierno que igual prometió una mayor unidad entre los estadounidenses, pero que ha llamado hasta la Corte Suprema de la nación como entidad que «restringe las libertades y fuera de control» tras el veredicto sobre el aborto y en defensa de la segunda enmienda.
La mayoría de los nuevos candidatos republicanos al Congreso comparten las ideas del expresidente republicano y reconocen el valor de su mandato en una sociedad estadounidense minada por calumnias, manipulaciones y tendencias socialistas, amplificadas por la mayoría de una prensa que ha perdido la objetividad y el crédito por la verdad, por encima de partidos, gobiernos e intereses políticos de una élite que gobierno paralelamente en las sombras. Lo que Trump llamó: El Estado Profundo.
Fuente: Diario las Américas.