sábado, noviembre 16, 2024
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Asdrúbal Aguiar: ‘El ‘quiebre epocal’ busca acabar con la cultura de Occidente’

El académico y escritor venezolano plantea los desafíos que tiene el humanismo cristiano en tiempos de deconstrucción.

El mundo definitivamente cambió en los últimos 60 años, en los cuales el paradigma que regía la civilización Occidental entró en un proceso de profunda metamorfosis, generando un modelo en cuyo seno cohabitan sin distinción, el autoritarismo y una trastocada libertad, los derechos universales, la moral y las buenas costumbres con la criminalidad. Y es que cuando se observa el panorama cronológico de lo que ha experimentado la humanidad, se puede llegar a concluir que hay un quiebre de época que sacude al hemisferio y que subvierte a un sistema antagónico a la cultura que nos caracteriza.

En su libro «‘Quiebre epocal’ y conciencia de nación. Desafíos para el Humanismo Cristiano”, el doctor Asdrúbal Aguiar nos introduce en una compleja reflexión sobre los desafíos que enfrentamos en la segunda década del siglo XXI, no solo como venezolanos o iberoamericanos sino como occidentales, al resumir de manera magistral los acontecimientos históricos que permiten dar una explicación a los cambios que se han producido en los últimos tiempos, cuando la riqueza cultural, la moral, el sistema socioeconómico, institucional y político —que caracterizó un periodo de la humanidad— se ve forzado a darle paso a un modelo que niega la esencia occidental y que se ha impuesto a pasos agigantados con la connivencia de las élites económicas y sus instrumentos políticos.

Aguiar —miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras de España y fue Ministro de Relaciones Interiores y Encargado de la Presidencia de la República de Venezuela (1998) — expone en su nueva obra los argumentos que le permiten asegurar que a pesar del avance de las fuerzas que pretenden arrasar a Occidente, todavía existe una posibilidad de rebelarse contra el modelo y rescatar la cultura y las tradiciones que se quieren arrebatar de raíz.

Aguiar lanza una voz de alarma al advertir sobre el proceso de deconstrucción que se vive en la actualidad, marcado por acontecimientos ocurridos a lo largo de los últimas 6 décadas, con énfasis en sucesos que marcaron pauta en el devenir nacional e internacional. «Es la descripción del arrase por parte del fundamentalismo oriental de toda la institucionalidad occidental a la que aquellos califican de declinante», señala. El académico sostiene que bajo la óptica oriental, «son ellos los llamados a conducir el proceso de globalización que se está instrumentando en el orbe».

Aguiar refiere que dicho proceso de deconstrucción cultural y político encontró en América Latina el laboratorio donde desarrollarse. En Venezuela, por ejemplo, el autor destaca el agotamiento del sistema democrático de partidos políticos, ocurrido al final del Gobierno de Jaime Lusinchi, que un poco más tarde tiene su cúspide en el Caracazo. «Era aquel un momento en el que se cumplían 30 años de la revolución cubana, así como del primer viaje a la Luna, la instauración de la democracia con Rómulo Betancourt luego del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez, entre otros acontecimientos».

Se creía para aquel entonces, que recomendaciones de política económica formuladas por el economista inglés John Williamson, conocidas como el Consenso de Washington, eran suficientes para “afinar las políticas públicas y acelerar la desregulación estatal, estabilizar los índices macroeconómicos, financieros y fiscales, y así llevar sosiego a los estratos sociales que descubren, súbitamente, los peligros de la incertidumbre”. Aguiar subraya que a quienes así lo creyeron, se les pasó por alto un asunto medular, como es la “crisis de paradigmas” que tuvo lugar convertida en un “huracán” que arremetería con todo orden y que nadie supo interpretar correctamente.

Y entonces, destaca Asdrúbal Aguiar, que de aquella fecha hasta ahora han transcurrido igualmente 30 años, coronados con dos acontecimientos, la pandemia del Covid-19 y la guerra de Rusia contra Ucrania, que no solamente cierran también, a saber, la tercera y la cuarta revoluciones industriales —la digital y la de la inteligencia artificial,— sino que del mismo modo dan inicio a otro ciclo, el caracterizado por la mineralización de la deconstrucción y el nacimiento de un nuevo orden mundial global, denominado por China como la Era Nueva.

En tanto que esto ocurre, el socialismo real se agota y en un afán de sobrevivencia adaptan a Hispanoamérica los postulados de la escuela de Frankfurt —la ilustración engendra explotación, más libertad es igual a menos justicia y más justicia equivale a menos libertad— dando entrada a una nueva izquierda que apunta al arrase de la occidentalidad y sus valores a través de los postulados que suponen la hegemonía de una sociedad sobre otras que les provee la teoría de Antonio Gramsci. Se apoderan de banderas de la denominada ideología de género que trastocan la lucha de por viejas reivindicaciones sociales y devienen en un movimiento que busca cumplir los objetivos del Informe Kissinger en donde se promocionan el aborto, la esterilización, la anticoncepción, la educación sexual, los derechos sexuales y reproductivos. Refiere en el desarrollo de este argumento que el exsecretario de estado estadounidense, Henry Kissimger planteaba los peligros que suponía el crecimiento poblacional en países del tercer mundo para los intereses de los EE. UU. Desclasificado casualmente en 1989, momento en el que igualmente cae el Muro de Berlín y la Guerra Fría, supondría su falta de vigencia de dicho informe, pero esto no sería más que una estrategia para generar un ambiente de confianza que permita actuar con tranquilidad y sin contrapesos.

En medio de este panorama, encontramos la crisis venezolana y su diáspora de casi 8 millones de personas, que dan pie a una nación fracturada y tomada por toletes por fuerzas foráneas como Cuba, Rusia, China, Irán y los remanentes del ELN y las FARC de Colombia, caricaturizando la soberanía y la constitucionalidad del país.

El paradigma según el cual la nación le da contenido al Estado y que tiene su máximo exponente en el Israel de 1948, es deconstruido permitiendo la desestructuración de Occidente y sus valores en el que el tiempo y el espacio son devaluados, dando paso a la instantaneidad y lo virtual y digital. El hombre pasa a un segundo plano, pues.

Es así como Asdrúbal Aguiar plantea que estamos ante una “quiebre epocal” que se traduce en una ruptura epistemológica que él resume así: “El tiempo es el no tiempo, y el lugar se torna imaginario, donde cada uno y cada cual se construye identidades al arbitrio e imaginarias, sin ‘lugarización’, sobre las autopistas por las que transita el Homo Twitter de César Cansino. Sus premisas son, en gruesa síntesis, por una parte, ‘la muerte de Dios’ en el mejor sentido hegeliano, que es abrogación de todo límite a los comportamientos y en beneficio de la corrección política. Por otra parte, acaso como desiderátum de lo anterior, el ‘transhumanismo’, desbordante del antropocentrismo, en procura de perfeccionar las capacidades humanas, físicas y psicológicas del hombre, que le vuelve objeto y no sujeto de las revoluciones digital y de la inteligencia artificial; tanto como le integra indiferenciadamente y como parte de las cosas que forman a la Naturaleza, sujetándole a sus leyes evolutivas y matemáticas”.

El Bolivarianismo
Destaca Aguiar el error de quienes creen que los casos de Venezuela, Colombia y Chile, son simplemente la consecuencia de los errores y anquilosamiento de la dirigencia y los partidos políticos.

Apunta que el 4 de febrero de 1992 surgió en Venezuela una nueva e inédita forma de neo fundamentalismo en las Fuerzas Armadas, el bolivarianismo cuyo objetivo es deconstruccionista. Se trata de un movimiento que avanza en procura de acabar las “resistencias de opinión” y la “historia conocida” hasta generar un “reseteo” de la conciencia nacional de la población venezolana.

La justicia y la libertad como estrategia
La receta del progresismo globalista hasta hace poco denominado “Socialismo del Siglo XXI” impulsado por el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla, y la Agenda ONU 2030, dirige sus fuerzas hacia el referido objetivo de fracturar y acabar la cultura de Occidente. Alerta que el pragmatismo postmarxista, aconsejado por Fidel Castro, se dirige hacia el objetivo de “la disolución social para facilitar el dominio totalizante desde el poder político y gubernamental. Trastocan el significado y sentido diáfano del lenguaje de la política y el vernáculo a fin de impedir la movilización ordenada y convergente de la opinión pública; relativizan a la naturaleza humana; hacen de las diásporas o migraciones forzadas hacia países vecinos que les estorban o son más avanzados, factores para sus desestabilizaciones”.
Es necesario fracturar la memoria colectiva, el ecologismo integrista, la negación del personalismo judeo-cristiano. En resumen, Aguiar destaca como signos del “quiebre epocal”, “la ‘corrección política’ o el relativismo existencial, esa dictadura posmoderna que no discierne sobre universales en materia política ni social, ni entre la criminalidad y las leyes de la decencia humana, o sobre el carácter integrador de las civilizaciones como hijas de los espacios y el transcurso del tiempo”.

Indica que el impulso de la sociedad de la información pone de relieve el debilitamiento de los espacios geopolíticos a través de la “fragmentación del género humano y la fragua de miríadas de núcleos ‘de diferentes’, predicándose el final de los grandes relatos culturales y con ello la emergencia de contextos sociales signados por la incertidumbre. El Estado y los Estados, al término, son vaciados y ajenos al significado de la idea de la nación y de su conciencia práctica”, advierte.

Aguiar rescata a Jacques Maritain, exponente del humanismo cristiano, quien enarbola el principio de la justicia y la mayor libertad para el hombre, como mecanismos para conjurar las desviaciones marxistas y fascistas que someten “al hombre a un humanismo inhumano, el humanismo ateo de la dictadura del proletariado, el humanismo idolátrico del César o el humanismo zoológico de la sangre y de la raza”.

Alerta que aspirar a esto no es un acto de ingenuidad y aboga porque ante el “quiebre epocal” que somete a la civilización mediante una “inédita realidad sobrevenida, deconstructiva, virtual, desasida de lugares y de memorias”, es necesario recrear a la patria “donde se encuentran nuestras raíces genuinas y nos hace memoriosos a distancia del tiempo recorrido y en los espacios siderales hacia los que nos hemos atomizado los venezolanos”, citando a Miguel J. Sanz.

La actualidad, Asdrúbal Aguiar la describe a través de lo expuesto por el filósofo alemán Byung Chul Han, quien sostiene que “vivimos en un reino de información frenética que se hace pasar por libertad; que se coloca delante de las cosas y las desaparece, desmaterializando al mundo y aislando o extrañando a los seres humanos hacia otra realidad, imaginaria. Sostiene que con la perdida de las cosas se van nuestros recuerdos, los que nos dan estabilidad como individuos y sociedades, a partir de los que podemos razonar, discernir, elegir en conciencia. De donde, en el aquí y en el ahora, sólo almacenamos datos pues hemos dejado de habitar la tierra y el cielo para habitar en las nubes y sus redes”.

Finalmente, Aguiar llama a la sociedad a rebelarse al distanciamiento impuesto por las redes o autopistas digitales y el mundo virtual y asumir la lucha por el rescate del “valor del tiempo que crea cultura y tradiciones, en medio de la contracultura de lo instantáneo y del narcisismo político digital”.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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