Me preguntan observadores y analistas de medios acerca del avance de la izquierda en América Latina, quizás limitando sus miradas a los cambios gubernamentales que sitúan a dirigentes de estirpe marxista en los gobiernos de Chile, México y Perú, o cuyo peso es apreciable en el debate electoral colombiano; para no mencionar las experiencias trágicas y mineralizadas de Cuba, Nicaragua y de Venezuela.
Lo primero que cabe decir es sobre la impertinencia de esa renovada caracterización de izquierdas y derechas, resabio de la Revolución Francesa e inútil para el análisis de las realidades distintas que han emergido en el mundo durante el curso de los últimos treinta años; los transcurridos desde la caída del Muro de Berlín hasta la pandemia universal del covid 19. Se trata de realidades, todas a una condicionadas por la emergencia de las revoluciones digital y de la inteligencia artificial, que al paso han puesto de lado la importancia de los espacios geográficos y del tiempo – el sentido de la localidad y el arraigo humano, junto al valor de la construcción de culturas y tradiciones – para sujetarnos, lo digo coloquialmente, al llamado Metaverso. Privan ahora las realidades virtuales y las fugaces, obra de la instantaneidad.
De modo que, tanto como a los marxistas se les desmorona su tótem del socialismo real en 1989, que no viajan a Marte y se reconvierten – de comunistas se declaran socialistas del siglo XXI, y luego progresistas globalistas – los causahabientes del capitalismo del siglo XX se hacen discípulos de Antonio Gramsci y de Theodor Adorno. Juntos han desplegado una guerra contra ellos mismos y dentro del Occidente, dejando atrás los sólidos culturales judeocristianos y declarándose ambos cultores del relativismo moral, sea en lo social como en lo político.
Para escándalo de Marx los suyos se han vuelto capitalistas salvajes y han purificado para esto los negocios transnacionales y desregulados del narcotráfico; han secuestrado, además, a la democracia y al Estado de Derecho, pero únicamente para sobreponerles sus voluntades arbitrarias sobre espacios de poder inmunes a las regulaciones de la ortodoxia occidental. Al cabo, se trata de una tendencia que no repara en las superestructuras y abrazan, a manera de ejemplo, gobiernos como el de El Salvador sin que por ello, quienes auscultan desde ópticas y categorías vetustas, puedan decir que allí manda un miembro del izquierdista Foro de São Paulo.
La derecha de actualidad es un rótulo artificial, descriptivo y útil, usado por quienes avanzan por los caminos del deconstructivismo ético-político señalado a fin de descalificar a sus contrarios. Identifica, incluso, a las izquierdas del pasado o a partidos de extracción socialista democrática o de centro democrático o humanistas cristianos, que aún creen y sostienen que premisas «universales» que han de armonizar a los particulares y las diferencias; que, en lo concreto, limite la guerra del hombre contra el hombre a partir del reconocimiento de la inviolabilidad de la dignidad de la persona humana.
Hasta ayer se acusaba de derechas al poder económico, comercial y financiero. Ahora, en esos espacios conviven los integrantes del Foro Económico Mundial con los rusos y chinos y el socialismo progresista. Todos a uno defienden los contenidos del señalado credo que, de un modo incipiente, elaboran en su praxis los alabarderos paulistas y los del actual Grupo de Puebla junto al Partido de la Izquierda Europea, con soportes teóricos tomados de la escuela neo marxista de Frankfurt y hasta de recientes documentos apostólicos.
Quien lea el más reciente documento expedido por la satrapía rusa y el régimen chino en vísperas de la actual guerra contra Ucrania, apreciará que las reglas que estos trazan para la Era Nueva convergen en lo mismo: Globalización y gobernanza digital en lo económico, comercial y financiero – privilegiando las transacciones dentro del Pacífico – mientras que cada Estado y cada nación, desmembrados por fronteras hacia adentro en Occidente (grupos identitarios, de raza o género), ha de decidir sobre lo que entiende por democracia y derechos humanos. Son asuntos suyos, ajenos al debate de la comunidad internacional, como lo sostienen los gobernantes de las dictaduras del siglo XXI enunciadas.
Las consecuencias no son difíciles de predicar. Desmembradas cultural y afectivamente las naciones: Venezuela es un laboratorio que ejemplifica (¡los venezolanos de afuera que no nos digan cómo resolver nuestros asuntos a los de adentro!), la república, como expresión política de aquella, no pasa de ser sino un artificio transable, ajeno a los ciudadanos. Y la nación, sin líderes capaces de reconstituirla moralmente, meros oficiantes del «networking», se vuelve rompecabezas de sobrevivientes. Así, el modelo en avance y compartido entre izquierdas y derechas de ocasión cierra su cuadratura.
Simbólicamente podría decirse que la izquierda política que padeció orfandad luego de fallecer la Unión Soviética y opta por seguir siendo huérfana, convenciendo a quienes les siguen que también son huérfanos, y evitando como hija pródiga cualquier regreso a manos de un Occidente judeocristiano de cuya paternidad se avergüenza, en lo adelante ha decidido triunfar de manos del poder económico y el capitalismo digital.
Atenea, o Minerva, lleva en la suya, en su derecha, a Niké, símbolo de la victoria. En su mano izquierda reposan una lanza y un escudo con el héroe-serpiente que representa a Erictonio, hijo de la violencia carnal. Es el estigma o la frustración a cuestas que intentan dejar atrás los amigos latinoamericanos de Rusia y de China, ante el dilema de una guerra que les llega sin memoria y les muestra otra utopía
El Holocausto y su ejemplaridad están siendo enterrados.
Fuente: El Nacional