JAUME VIVES,
Lo propio de una madre es la claridad, lo propio de un embaucador, la confusión. Lo propio de quien nos quiere, ser cristalino, lo propio de quien no nos quiere, hacernos lío.
El mago se remanga y nos mira fijamente a los ojos modulando muy bien la voz precisamente cuando el engaño es inminente. El amigo en cambio no necesita aparentar porque lo único que pretende es abrir su corazón.
Cuando lo que uno busca es la verdad y el bien, los rodeos, las alharacas y los embrollos se evitan, pues no son más que obstáculos frente al objetivo que se persigue, que no es otro que iluminar.
Salvo que —claro está—, uno no tenga más remedio que comunicar la verdad y el bien por obligación y a desgana, porque lo contrario sería motivo de escándalo y seguramente suspensión y, entonces sí, se dan muchos rodeos, se añaden muchas alharacas y se embrolla todo al máximo. El sí deja de ser sí, y el no deja de ser no.
Más o menos lo que ha sucedido en el documento que ha publicado el Dicasterio para la Doctrina de la Fe: Fiducia Supplicans, cúmulo de rodeos, alharacas y embrollos con el único fin de, aparentando no modificar en nada la doctrina, abrir la puerta a legitimar prácticas que la contravienen.
Como bien contaba Bruno Moreno en InfoCatólica, los primeros puntos dan algo de mercancía no averiada para que algunos (los más pusilánimes) puedan agarrarse a eso como a un clavo ardiendo y salven el documento, pero justo inmediatamente después siembra el caos y la confusión en los apartados siguientes.
En el punto 4 dice: «Se trata de evitar que ”se reconozca como matrimonio algo que no lo es”. Por lo tanto son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio, como ”unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos”». Y el punto 5 continúa diciendo: «Por este motivo, a propósito de las bendiciones, la Iglesia tiene el derecho y el deber de evitar cualquier tipo de rito que pueda contradecir esta convicción o llevar a cualquier confusión».
Y recuerda —para posteriormente decir lo diametralmente opuesto—: «Tal es también el sentido del Responsum de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe donde se afirma que la Iglesia no tiene el poder de impartir la bendición a uniones entre personas del mismo sexo».
Y a partir del punto 7 empiezan una serie de razonamientos malvados que nos animan a «hacer el esfuerzo de ampliar y enriquecer el sentido de las bendiciones» para acabar contradiciendo por completo lo que en su día dijo la Congregación.
En el punto 28 cita De benedictionibus, libro litúrgico en el que aparecen las bendiciones litúrgicas que la Iglesia contempla, y al que recomienda acudir y dice con acierto: «Tales bendiciones se dirigen a todos, ninguno puede ser excluido».
Después en el punto 31, hablando de las bendiciones a parejas en situaciones irregulares o del mismo sexo, abre la posibilidad de que existan, a pesar de no aparecer en el libro anteriormente mencionado, y dice «cuya forma no debe encontrar ninguna fijación ritual por parte de las autoridades eclesiásticas» porque eso —ellos mismos lo reconocen— «podría producir confusión con la bendición propia del sacramento del matrimonio».
Saben que no es (y no debe ser) litúrgico. Y saben que va a causar escándalo y confusión, pero les da igual y van a por todas. El lobby multicolor avanza decidido.
El churro de Tucho que, gracias a Dios se puede leer en veinte minutos, lo que viene a decir es que nos tenemos que abrir a bendecir la Cosa Nostra, procurando que esto no cause escándalo, puesto que si la Cosa Nostra nos pide la bendición es porque quiere que la gracia la asista. Y claro, está muy bien bendecir a cuantos mafiosos lo soliciten, pero no lo está tanto bendecir la Cosa Nostra (y sus allegados) pues se podría deducir de ello que la Iglesia está bendiciendo su asociación criminal. Que es lo que defienden sin ningún pudor los que han aplaudido la publicación del churro de Tucho. Ya tenemos, como era de esperar, a todo el team gay clerical, que lleva años dando la turra con el temita, dando saltitos de alegría.
Aunque, como suele suceder con este tipo de documentos, al final no agradan a nadie que sea firme en sus principios. Ni a los católicos ni a los auténticos lobbistas de los colorines. Sólo a los mediocres. Y digo esto porque, si yo fuera un homosexual convencido de que la Iglesia tiene que abrirse a la plena aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo, ese texto me parecería un insulto.
No hay duda de que el documento pretende congraciarse con el mundo y permitir en el seno de la Iglesia cosas que hasta ahora merecían una repulsa más que justificada. Pero también es cierto que no es una ruptura valiente y radical con todo lo anterior, es como ya estamos acostumbrados, algo confuso, flojo, en algunos casos ambiguo y sobre todo inoportuno.
Como siempre, intentando aparentar delante de unos que se defiende lo que en el fondo no se puede defender, y delante de otros intentando parecer que no se está permitiendo ni defendiendo lo que sí se quiere permitir y defender.
Y al final la principal víctima, como siempre, es el pueblo católico que, desorientado, ve como lo que hace dos años era imposible se hace posible ahora. Ya iban confundidos por la vida y ahora lo irán todavía más.
El churro de Tucho es un documento para timoratos y pusilánimes. Dice algunas verdades, sólo para justificar otras maldades. Abre la puerta al mal pero lo justo para que no quede claro hasta qué punto.
En cualquier caso, lo que está claro es que bendecir es decir bien de alguien. Y a Tucho, como a cualquier otra persona, podemos bendecirlo, pero bendecir el churro que ha publicado, imposible hacerlo sin ofender a Dios.