WASHINGTON — El presidente Joe Biden propuso nuevos impuestos a los «ricos» para supuestamente ayudar a financiar el programa Medicare, mientras despilfarra el dinero de los contribuyentes en regalías y donaciones por todo el mundo.
Sólo la guerra en Ucrania ha costado ya casi 150.000 millones de dólares. El plan de Biden apenas obtendría ingresos fiscales por 117.000 millones de dólares en un período de 10 años, lo que demuestra más una nueva cruzada contra los ricos que beneficios económicos reales y mucho menos salvar al Medicare.
La Casa Blanca dijo que Biden quiere un impuesto de 25% sobre los pocos estadounidenses más ricos, en tanto el gravamen a las empresas aumentaría a 28%, revirtiendo el recorte de impuestos promulgado bajo el gobierno de Donald Trump en 2017.
El plan presupuestal de 2024 contempla [supuestamente] reducir la previsión de déficit fiscal en casi 3 billones de dólares en los próximos 10 años.
Biden quiere introducir un impuesto mínimo del 25% para los multimillonarios, es decir el 0,01% de los más ricos. Con estos ingresos, estima la Casa Blanca- que se podría garantizar 25 años más el financiamiento del Medicare, un seguro médico público que beneficia a los estadounidenses mayores de 65 años.
También quiere subir la carga impositiva a las pequeñas y medianas empresas, de 21% al 28% de su renta, aun así muy inferior al 35% en vigor antes de la reforma de Trump en 2017, pero en circunstancias extremadamente complejas para la economía estadounidense.
La inexistente sensatez
Lo más sensato que debería hacer la administración Biden es concentrarse en buscar soluciones a los problemas verdaderos de EEUU y dejar de fomentar crisis como ha ocurrido en sus dos primeros años de mandato, además de abandonar el descomunal gasto de los contribuyentes en asuntos internacionales, alejados en muchas ocasiones de los intereses del país. Sólo con eso, su gestión no sería tan [controversial y cuestionable] para la salud financiera y económica de EEUU y de la gran mayoría de los estadounidenses.
Como promedio en diversas encuestas, más del 65% de los norteamericanos desaprueba el trabajo de la Casa Blanca en la economía nacional, la cifra más alta de inconformidad sobre un presidente en Washington en la historia de la nación.
Desde su llegada a la Casa Blanca, como es costumbre de las ideologías de izquierdas y de extremas izquierdas, Biden la emprendió contra el sector privado: los pequeños y medianos empresarios y contra los más ricos; desde la industria del petróleo hasta el estadounidense que ha pasado gran parte de su vida intentando levantar su negocio y contra otros que por su ingeniosidad les ha ido bien de manera rápida.
Millones de pequeños empresarios en EEUU logran beneficios por encima de los 400.000 dólares anuales, así que resulta una gran hipocresía del gobierno de Biden referirse sólo a los más ricos como su blanco perfecto, a modo de confundir y tratar de convencer mediante la difusión de sus mensajes.
Una vez más el presidente de EEUU y los nuevos demócratas en el Congreso atacan con proyectos de ley la base del capitalismo estadounidense: la pequeña y mediana empresa (clase media), con el pretexto de que su enfoque son los más ricos y tomando la salud de los estadounidenses como arma psicológica para reunir apoyo.
Nuevo intento de Biden para subir impuestos
Esta es el tercer intento del gobierno de Joe Biden de subir impuestos a la clase media y alta para subvencionar intereses partidistas de la izquierda y la extrema izquierda. Las dos anteriores fueron en la búsqueda del financiamiento primero de su abismal presupuesto de 6 billones de dólares que no llegó a ocurrir y que fue fragmentado en dos partes: una en la Ley de Infraestructura y la otra, Ley de Reducción de la Inflación (que ha causado el efecto contrario).
Ahora, la Casa Blanca indica que su plan ayudaría a extender 25 años la solvencia del programa de seguros y brindar «cierto grado de estabilidad de clase media a millones de adultos mayores».
Sin embargo, antes de realizar las abultadas ayudas internacionales sin ningún beneficio directo para el pueblo estadounidense y comprometer a los contribuyentes a financiar una costosa e extensa guerra en Europa del Este, debió pensar en que el descomunal gasto de su administración en política internacional pudo servir para ayudar a los norteamericanos en sus problemas reales y no a [disparar la deuda pública] que supera los 31 billones de dólares (Trillions) y a sumergir al país en la peor inflación en las últimas cinco décadas (9,1%).
Y es que Biden ha destinado 72 millones de los contribuyentes para «ayudar» a policías y militares libaneses durante seis meses, o los 810 millones de dólares para potenciar la pesca del atún en islas del Pacífico, y así una extensa lista de despilfarro del dinero de los contribuyentes, cuando unos de 38 millones de personas en EEUU (12%) viven aún en condiciones de pobreza.
El inquilino de la Casa Blanca destina 11.400 millones de dólares anuales en ayudas a organizaciones y entidades extranjeras que defienden la teoría controversial de «cambio climático». Y en el 2022 pidió al Congreso 2.600 millones de dólares para promover la igualdad de género a nivel internacional y se comprometió con otros 6.000 millones de dólares para los océanos. Pero la lista es extensa. Y la gran parte de estos fondos no tienen una supervisión directa y menos sistemática de las entidades federales estadounidenses.
Como es típico e histórico, el resultado de los que trabajan, de quienes se esfuerzan más y obtienen mejores resultados por su talento y capacidad siempre está en la mira de los gobiernos de izquierda para subvencionar los graves errores económicos de los gobiernos y la inercia de los que no buscan la superación individual por diferentes razones, entre ellas por acomodamiento o conformidad.
Lo único que logran las arremetidas de los gobiernos de izquierda y de extrema izquierda como el que cohabita hoy en Washington es disparar aún más los precios de los productos esenciales de consumo y promover el desestímulo de las iniciativas individuales y la pequeña y mediana empresa (fuente de energía económica fundamental), «asesinando» de esa forma el desarrollo empresarial e industrial.
Consumidores y contribuyentes pagan los errores
Un alza de los impuestos a las empresas de clase media y rica se [trasladan automáticamente] al costo de las producciones y valores agregados. Y finalmente ese incremento termina en los bolsillos de los consumidores, que afecta aún más a los menos adinerados.
Con este plan, Biden retoma su retórica populista (marcada en su gestión por la extrema izquierda) de supuestamente atacar a los acaudalados para que paguen un mayor peso fiscal, cuando en realidad ataca los motores del desarrollo y la iniciativa individual, esencia del auge que llevó a EEUU a ser la primera potencia económica del planeta.
Según la Casa Blanca, su presupuesto trazaría una línea directa entre esos nuevos impuestos y el vital programa de seguros médicos para personas mayores de 65 años, pidiéndoles a aquellos que han tenido los mejores resultados en esta economía que subsidien al resto de la población.
Biden quiere incrementar la tasa fiscal de Medicare del 3,8% al 5% a quienes ganan más de 400.000 dólares al año, incluyendo salarios y ganancias de capital.
La Casa Blanca no proporcionó estimados específicos de ahorro de costos resultantes de esta propuesta, pero es posible que la medida aumente los ingresos fiscales en poco más de 117.000 millones de dólares en un período de 10 años, según estimados previos que el Tax Policy Center dio a conocer el mes pasado.
“Este modesto incremento en las contribuciones a Medicare de parte de aquellos con los mayores ingresos mantendrá al programa Medicare fuerte durante las próximas décadas”, escribió Biden el martes en un ensayo publicado en The New York Times.
Los asesores de Biden añadieron que Medicare “es una garantía de gran solidez con la que los estadounidenses han contado que estará allí para ellos cuando se jubilen”.
El líder de la minoría en el Senado, el republicano Mitch McConnell, no tardó en desechar el plan, diciéndole el martes a los reporteros que la agenda presupuestaria de Biden “no verá la luz del día”.
La salud, el arma de la izquierda para persuadir
Más de 65 millones de personas dependen del Medicare, que les cuesta a los contribuyentes unos 900.000 millones de dólares al año. Se tiene previsto que el número de beneficiarios del programa continúe creciendo a medida que la población del país envejece. Pero financiar el programa es un problema, y las autoridades federales advierten que sin los recortes o incrementos de impuestos, el fondo de Medicare sólo podría cubrir el 90% de los beneficios para el año 2028.
La descabellada propuesta de Biden en tiempo de sostenida y alta inflación es mucho más contraproducente que en épocas donde la economía fluye sin las presiones inflacionarias. En estos momentos, el repunte de la inflación enero debido a las fallidas políticas económicas de la actual administración vuelve a poner contra las cuerdas a la Reserva Federal en su intento de llevarla a un 2%.
El índice PCE, el más seguido por la Reserva Federal (no el que habitualmente se ofrece sobre el consumidor) registró un 5,4% interanual en enero, contra el 5,3% del mes anterior.
En un mes, creció 0,6% contra el 0,2% de diciembre, mientras que los analistas esperaban un aumento de 0,4%. Incluso sin los rubros de alimentación y de energía, la inflación subyacente también está en una pendiente ascendente (+0,6%).
Los empresarios estadounidenses aceleraron su ritmo de contratación en febrero, según informó el miércoles la firma ADP, un nuevo indicio de que puede ser necesario un mayor esfuerzo para enfriar la mayor economía del mundo.
El empleo en el sector privado aumentó en 242.000 puestos de trabajo en febrero, cerca del doble de la cifra de 119.000 registrada en enero y mucho más de lo que esperaban los analistas, según la ADP, compañía que gestiona el pago de salarios y publica una encuesta mensual referente sobre el empleo privado.
Las cifras anteriores ponen en alerta máxima nuevamente al Banco Central, que respiraba cierto optimismo con varios meses de reducción de la inflación, según las cifras oficiales del gobierno. Pero, en la realidad, los precios de los productos han seguido en ascenso y otros se han mantenido en un nivel casi inalcanzable ya para millones de estadounidenses. Por tales razones, el nuevo intento de la Casa Blanca de subir impuestos empeoraría la situación actual, lejos de aliviarla.
La proposición tiene escasas posibilidades de avanzar en el Congreso en Washington, cuando los republicanos tienen el control de la Cámara Baja y se oponen de manera rotunda a un aumento de impuestos en la coyuntura actual. Pero lo que llama la atención es [la insistencia del gobierno de Biden] en acciones que desestabilizan el país y ahogan sus recursos.
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