A raíz del triunfo de Joe Biden en EE. UU. y ahora el de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, unas cuantas son las interrogantes que se plantean con respecto al presente y al futuro de “las Américas”, para los optimistas las mismas, no así para aquellos afectados por “la desesperanza”, quienes estiman que “las cosas no andan bien”. Son identificables, asimismo, “los indiferentes”, porque acumularon enormes fortunas y aquellos que decidieron disfrutar de “la pereza”. Se lee que Paul Lafarge, yerno de Karl Marx, justificó el ocio en una sociedad que calificó como aquella para la cual el trabajo era la única meta humana. Su libro provocó un gran revuelo.
Pero ha de advertirse que la humanidad hoy reclama mucho más que en tiempos pasados, cuestionando a lo que sucedió, ocurre y puede acontecer. El individualismo, por no decir, “el egoísmo”, y no el colectivismo pareciera ser la máxima. Es la consecuencia de la pérdida de esperanza en las instituciones y de aquellos que las dirigen. Los políticos, legisladores y jueces con poca credulidad y la democracia, si no se le auxilia, a la espera de su tumba y con poco compromiso para cargar el ataúd.
El mundo en una madeja de nudos enredados que demanda serios esfuerzos. Democracias que fueron sólidas en “veremos”. La población dividida bajo la conducción de quienes desprecian la integración, grave si se toma en cuenta que el gentío llegaría, como se lee, en noviembre de 2022 a 8.000 millones y a 10.400 en el 80. ¿Nos comeremos los unos a los otros? La interrogante no se sabe si es más pesimista que la respuesta, por lo que deberíamos enseriarnos, titánica tarea en medio del “qué” y “el cómo”, términos confusos, inclusive, hasta en la lingüística.
El reciente proceso eleccionario de Brasil es un reflejo de lo opuesto a la canción “Aquarela” que nos dejara Ary Barroso (“Brasil, estas nossas verdes matas, Cachoreiras e cascatas de colorido sutil, E este lindo céu azul de anil, Emolduram, aquarelam meu Brasil”). Evidencia, por el contrario, “las torceduras”. Una República Federativa, la más grande del sur y de Latinoamérica, 8,5 millones de kilómetros cuadrados y 217 millones de habitantes, dividida, prácticamente, en mitades, con dos candidatos presidenciales que se excluyen y Dios quiera que no sea así por lo que respecta a sus seguidores.
The media revela, sin embargo, que en las calles de las más importantes ciudades del país del “soccer” un gentío expresa su apoyo a Jair Bolsonaro. Abanderado, como casi la totalidad de quienes no han resultado electos en las últimas décadas, de presuntas maquinaciones, tropelías y trampas del árbitro electoral. La bandera, en esencia, procedimental y por tanto sin tocar el fondo de la tragedia, con seguridad por el temor de que aflore la definición misma del “gobierno democrático”, tipificado a juicio de Robert Dahl (1982) “por su continua aptitud para responder a las preferencias de los ciudadanos, sin establecer diferencias políticas entre ellos”. Pertinente, consecuencialmente, la pregunta, ¿es esto lo que se demanda en la calle? Es acaso el preámbulo, el cual en “asamblea constituyente” proclama “un Estado democrático para asegurar el ejercicio de los derechos sociales e individuales, la libertad, la seguridad, el bienestar, el desarrollo, la igualdad y la justicia como valores supremos de una sociedad fraterna, pluralista y sin prejuicios, fundada en la armonía social y comprometida, en el orden interno e internacional, en la solución pacífica de las controversias”. Pero lo más grave es que la lamentable reacción no es única de los brasileños, más bien cada día se torna más común.
Una hipótesis, no sabemos si exagerada, pasaría por estudiar nuevamente en qué consiste el mundo, cómo lo ordenamos o sí él nos disciplina. Una cartilla con respecto a la Constitución y a la ciudadanía, pues la una depende de la otra y de manera inseparable. Pareciera no tratarse de un repaso para aprobar una asignatura en una segunda ocasión. Más bien, empezar de cero.
En el caso de Brasil su problemática no pareciera resolverse tatareando con Lucio Sila De Souza “Brasil, Brasil, ¿Onde é que fica o Brasil? Qem conhece o Brasil?». Ni tampoco finalizando el son «Ouvi dizer, Que es um lugar bem bom pra se morar, Quem mora lá, Nao quer nem viajar”. Voz y ritmo, una ecuación perfecta en pos de la alegría. Se habrá acaso equivocado Stephan Zweig al pensar que “el futuro de la humanidad estaba en Brasil, lo cual no pudo constatar, pues, como se lee, el nazismo lo llevó al suicidio”. Y en la misma tierra alegre de la samba, rincón que quiso convertir en su segunda patria.
Las discrepancias en Estados Unidos, ha de advertirse, que tampoco parecieran resolverse cantando “This is America”. Pareciera que la historia demanda aprender lo que se ha olvidado de su gloriosa Carta Magna y del respeto que se ha tenido por “The Founders”. Tradición que francamente ha ayudado.
La crisis es a nivel universal en un mundo descompuesto. Y todos nosotros la portamos “in pectori”. Negarlo es desconocer la verdad.
La explosión: ¿A la vuelta de la esquina? Razones, parecieran haber.
Dios quiera que no.
Por Luis Beltrán Guerra