Ya no hay disimulo en el posicionamiento que quieren lograr los grandes enemigos de Estados Unidos (Rusia, China e Irán) dentro de América Latina y el Caribe. En enero de este año el dictador venezolano Nicolás Maduro hablaba de crear “una nueva geopolítica regional”. En febrero, el canciller iraní hizo una gira por la región días antes de que buques de guerra de Teherán atracaran en puertos brasileños rumbo al Canal de Panamá. Y para marzo, Honduras rompía lazos con Taiwán para oficializarlos con China.
No son los únicos acontecimientos en torno a amistades cada vez más estrechas entre autoritarismos occidentales y orientales. El historial es más largo. Sin embargo, en los últimos días están ocurriendo más cosas. Y es que a las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua se les une Brasil en cuanto a dichos amiguismos. Es decir, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, blanquea día tras día no solo sus conexiones con los países izquierdistas de Latinoamérica, sino que tiende puentes con sus aliados del otro hemisferio.
La prueba más reciente es la visita del canciller ruso Serguéi Lavrov a Brasil. Aseguró este 17 de marzo que tanto los gobiernos de Lula da Silva como de Vladímir Putin “tienen una visión única” en relación a la guerra en Ucrania y que la intención de Brasilia es “ayudar a una solución pacífica”, mediante un “grupo de países” que permita promover “un cese al fuego inmediato”. Además, Lavrov no dejó de culpar a Occidente —especialmente a Estados Unidos— por una guerra que Moscú inició en febrero de 2022 para “desnazificar” al país vecino. La retórica coincide con lo que Lula dijo días atrás desde China.
Los peligrosos pasos de Lula
Es posible hacer una breve retrospectiva de los pasos diplomáticos de Lula da Silva en los pocos meses que lleva como presidente de Brasil en su tercer período. Entre enero y febrero pasado detonó el escándalo por el permiso que este dio para las llegada de los buques de guerra iraníes, Makran y Dena, al puerto de Río de Janeiro. Inclusive representantes de su gobierno asistieron a una fiesta a bordo.
El 4 de abril, el asesor de Relaciones Exteriores de Brasil, Celso Amorim, se reunió con Putin en Rusia donde conversaron sobre la guerra. Casi diez días más tarde, Lula viajó a China para dejar claro cómo funcionará su política exterior. Durante una entrevista en ese país, se deshizo en elogios hacia el modelo del Partido Comunista chino, culpó a EE. UU. por “incentivar” la guerra en Ucrania y cuestionó por qué “todos los países tienen que basar su comercio en el dólar”. Ahora, ocurre la visita del canciller ruso Serguéi Lavrov.
Tal como retrató hace un mes el Centro para una Sociedad Libre y Segura, “la coordinación entre Rusia, Irán y China en América Latina se está volviendo cada vez más peligrosa, a pesar de que aparentemente actúan de manera autónoma”. Ahí es donde entra el presidente brasileño Lula da Silva. El VRIC —Venezuela, Rusia, Irán, China— “está aprovechando el giro hacia la izquierda radical de América Latina al ocupar espacios geopolíticos desatendidos”.
No es casualidad entonces que Lavrov responsabilice a “Occidente y la OTAN” por la invasión contra Ucrania. La alfombra también está tendida desde el país latinoamericano para que Putin, Xi Jinping y Ebrahim Raisi hagan de las suyas.