Carlos Piña,
La reunión anual de los BRICS celebrada hace unos días en Rusia debe interpretarse como una amenaza para la democracia en el mundo. La razón es clara: este club, liderado por China, pretende ser la plataforma desde la que desafiar el orden internacional liberal basado en reglas y en principios democráticos. China, Rusia y otros aliados autoritarios de los BRICS rechazan esta institucionalidad porque cuestiona su esencia: su falta de respeto al Estado de Derecho, la ausencia de democracia, el abuso de los derechos humanos.
A Pekín el orden actual le incomoda. Recibe acusaciones de genocidio por su represión en Xinjiang; críticas por haber subyugado a Hong Kong a través de una draconiana ley de seguridad; y reproches por su intimidación y continuas amenazas a Taiwán para recuperar la soberanía de la isla. La incomodidad que brota de todo ello, o de la resistencia a su desempeño en las organizaciones internacionales, no sólo afecta a su imagen internacional, sino que Pekín está convencido de que el actual orden implica la exclusión de China. Y en medio de esa exclusión, ve su desarrollo amenazado.
Esta situación lleva a los líderes chinos a asumir que, de mantenerse las actuales reglas y principios que delinean el orden Internacional liberal, será muy difícil que puedan consolidarse como la principal potencia mundial. Académicos de renombre, como el profesor de la Universidad de Tsinghua, Yan Xuetong, plantean la necesidad de que Pekín cree un entorno ideológico global favorable a su ascenso. A ese propósito se suma también la Rusia de Putin, interesada en promover un nuevo mundo.
De ahí la insistencia de Moscú en avanzar hacia la llamada desdolarización de la economía mundial; una apuesta ésta de resultado incierto pero lógica desde su perspectiva, ya que serviría para reducir el alcance de las sanciones económicas de Estados Unidos y salir de su aislamiento. Moscú y Pekín son socios en esta cruzada antioccidental, de ahí que en la reciente cumbre quedara perfectamente visualizado su propósito de fortalecer y expandir los BRICS con una colección de nuevos socios iliberales.
Sólo hay que ver el listado de los nuevos miembros del club. Por un lado, los miembros plenos, con derecho a voz y voto: Irán, Etiopía, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, todos ellos cuestionables en cuanto a derechos humanos y respeto al Estado de Derecho. Y, por otro, los «países socios», similar a la categoría de observador en otras alianzas, a los que los BRICS han girado invitaciones: Argelia, Bielorrusia, Cuba, Turquía, Nigeria, Bolivia, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Tailandia, Uzbekistán, Vietnam y Uganda. El plan es que estos 13 países se puedan sumar como miembros plenos en un futuro cercano.
Por si fuera poco, los BRICS abrieron también un espacio de reconocimiento internacional a Nicolás Maduro, invitado a la reunión de Kazán pese a la casi unánime condena internacional por no haber mostrado pruebas irrefutables de su supuesta victoria en las pasadas elecciones presidenciales. Maduro es acusado de llevar a cabo una feroz represión contra sus adversarios políticos y ha sido denunciado internacionalmente por posibles delitos de lesa humanidad. Aunque Brasil vetó la entrada de Venezuela como país socio, nada de lo anterior fue obstáculo para que los BRICS brindaran al régimen de Maduro una fuente de legitimidad para avanzar en su agenda antidemocrática interna.
En todo caso, del pedigrí democrático de los 22 países emergentes que integran formalmente la alianza ahora, o podrían integrarla en el futuro, da cuenta el Índice de Democracia de 2023 del The Economist. Según éste, seis países (Brasil, India, Sudáfrica, Tailandia, Indonesia y Malasia) son «democracias deficientes» y otros cuatro (Turquía, Bolivia, Uganda y Nigeria) son «regímenes híbridos», que combinan características democráticas y autoritarias. Los otros 12, es decir, más de la mitad, son considerados «regímenes autoritarios».
Por tanto, parece evidente que la reunión anual de los BRICS confirma que esta alianza ha dejado de ser únicamente una agrupación de economías emergentes cuyo propósito era tener mayor participación en la gobernanza económica mundial. Ahora, impulsado por el poderío económico de Pekín y el expansionismo de Rusia, trata de utilizar la plataforma de los BRICS para sumar aliados mayormente autoritarios y consolidar así una alianza internacional contra el bloque de países más industrializados y democráticos del mundo.
Por sus divergencias internas, la alianza de los BRICS no tiene fácil convertirse en un actor geopolítico global, pero de momento parece despertar de la irrelevancia del pasado. Por ello, en medio de esta ofensiva el bloque democrático debe hacerse más atractivo, incluso a través de reformas en la gobernanza mundial, para incluir en él a algunos de los futuros miembros que los BRICS traten de seducir.
En caso de no hacerlo, la tendencia revisionista mostrada en la cumbre de Kazán no hará más que fortalecerse, llevando a muchos países considerados periféricos a enfrentar el dilema de elegir entre un sistema democrático liberal, cuyo atractivo no es siempre evidente, y un orden internacional basado en el autoritarismo.
Carlos Eduardo Piña es politólogo especializado en la relación entre China y América Latina y colaborador del proyecto “Análisis Sínico” en www.cadal.org