domingo, diciembre 22, 2024
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Cae otra falacia anticapitalista: reducir la desigualdad no implica más felicidad ni satisfacción social

Los anticapitalistas ven la desigualdad como un gran problema que debemos combatir mediante todo tipo de medidas intervencionistas. Pero, ¿es esto realmente así? ¿Qué nos dicen los estudios científicos disponibles sobre el vínculo entre la desigualdad económica y la felicidad y satisfacción social?
Destacados políticos, periodistas y académicos están obsesionados con la desigualdad. Algunos, como el economista francés Thomas Piketty, han logrado una gran popularidad con sus trabajos sobre esta cuestión. En sus escritos se suele dar por sentado que la sociedad valora la igualdad como un objetivo supremo que, al conseguirse, supone una mayor felicidad y satisfacción social.
Pero, ¿es esto cierto? Jonathan Kelley y M.D.R. Evans, del International Survey Center, han investigado esta cuestión mediante un estudio de gran alcance que cubre una base de datos de gran tamaño en la que se incluyen 169 encuestas realizadas en 68 países. En total, los cuestionarios analizados pulsaron la opinión de un total de 211.578 personas.

 Por un lado, el estudio de Kelley y Evans toma en consideración todo tipo de preguntas referidas a la «felicidad» o la «satisfacción». A los encuestados se les presentó, por ejemplo, la típica pregunta orientada a pedirles que valoren su grado de satisfacción con su vida, expresándolo en una escala de 1 a 10. También se les pidió que elijan si se definirían como personas «muy felices», «bastante felices», «no muy felices» o «nada felices».

Partiendo de esa base, los datos recogidos en estas encuestas se analizaron de forma cruzada con los datos referidos a la desigualdad de ingresos en cada uno de los países incluidos en el estudio. Para medir esta cuestión, se considera el llamado Índice Gini, que presenta en escala de 0 a 1 el grado de concentración de la renta, siendo 0 una igualdad absoluta y 1 una desigualdad extrema.
Metodológicamente hablando, el estudio fue muy exigente, porque Kelley y Evans mantuvieron constantes en sus cálculos todos los demás factores que, de una u otra manera, pueden influir en la felicidad: la edad, el estado civil, la educación, los ingresos personales, el PIB per cápita, etc. Por ejemplo, al comparar a alguien que vive en Israel con una persona similar, que gana el mismo salario, pero que vive en Finlandia, encontramos que el PIB per cápita de ambos países es similar, pero la desigualdad arroja un coeficiente de 0,36 sobre 1 en Israel y 0,26 sobre 1 en Finlandia.
De igual manera, los investigadores también distinguieron entre sociedades avanzadas (como los Estados Unidos y la mayoría de los países de Europa) y economías en vías de desarrollo (principalmente ubicadas en África y Asia). Solo los países ex comunistas se quedaron fuera del estudio, por falta de datos comparables.
Los hallazgos del estudio son claros: al contrario de lo que los anticapitalistas pretenden hacernos creer, más desigualdad no equivale a menos felicidad. De hecho, ocurre todo lo contrario: cuando hay más desigualdad, las personas son incluso más felices. «En general, si agrupamos todos los países por igual, vemos que una mayor desigualdad se asocia con un mayor bienestar», explican los autores.
Pero hay diferencias. En las sociedades en vías de desarrollo, la correlación es estadísticamente clara y apunta que más desigualdad implica, de hecho, más felicidad. Los científicos vinculan esto al «factor esperanza», puesto que las personas en estas economías menos prósperas ven la desigualdad como un incentivo para mejorar sus propias situaciones, por ejemplo, a través de una mejor educación o un mayor esfuerzo. Así, que algunos individuos logren ascender en la escala social y ganen más dinero mediante su emprendimiento sería un ejemplo estimulante que ilusiona a quienes aspiran a emular ese ascenso.
En cambio, en los países desarrollados, los datos muestran que la correlación no se mantiene y una mayor desigualdad no implica más felicidad o satisfacción. Pero, incluso en este caso, tampoco se observa que una mayor desigualdad conduzca a una menor felicidad o una menor satisfacción. De hecho, lo que resulta evidente es que, en el mundo rico, el hecho de que un país sea más o menos igualitario no tiene efecto alguno sobre la felicidad y la satisfacción de las personas. Así, apenas hay diferencias en las percepciones de felicidad que expresan los habitantes de Suecia y Países Bajos, por un lado, y Singapur y Taiwán, por otro, a pesar de que la igualdad es mucho mayor en los dos primeros países que en los segundos.
Es cierto que es difícil medir objetivamente los niveles de felicidad y bienestar, especialmente porque hay muchas diferencias culturales entre países que influyen en la forma en que las personas responden a estas preguntas. Pero la suposición de que una mayor igualdad conduce a una mayor felicidad es simplemente uno de los muchos prejuicios anticapitalistas que, tras ser examinados rigurosamente, se revelan como argumentos totalmente infundados.
Lo que hace infeliz a la gente es la pobreza, no la desigualdad. Por lo tanto, deberíamos centrarnos más en cómo hacer retroceder la pobreza, en lugar de obsesionarnos con el tema de la desigualdad.
Fuente: Libre Mercado

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