Uno de los misterios de la política local era qué pasaría si el presidente Alberto Fernández mostraba algo de independencia y autonomía ante su compañera de fórmula y vicepresidente. Bueno, ya lo vimos. Voló todo por los aires. Cristina Kirchner, que demostró más que nunca que no le importa absolutamente más nada que su propio ombligo, no dudó en ordenar a todos los ministros que le responden a ella que le presentaran la renuncia al que en lo formal es el jefe del Estado. Aunque Argentina atraviesa días complicados, a CFK lo único que le interesa es la interna del poder y no tiene problemas en dejar en evidencia que juega con el país como una nena caprichosa.
Cristina tiene un desequilibrio tan grande que no está capacitada ni para enfrentar una derrota, ni para que le digan que no. Cada vez que la actual vicepresidente ha tenido que enfrentar un panorama adverso, sus berrinches han sido sinónimo de crisis nacionales. Cuando su gobierno perdió la votación en el Congreso en el conflicto del campo en 2008, CFK quiso renunciar. Literalmente. Su psiquis no toleró que una mayoría parlamentaria pensara distinto y hasta tuvo que llamarla personalmente el expresidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva para convencerla de que no se fuera a ningún lado.
Otro de los caprichos que se materializaron en tema de Estado fue cuando sí renunció a la presidencia, para no ponerle la banda presidencial al ya electo Mauricio Macri, que tenía que relevarla en el cargo. La excusa fue la supuesta falta de acuerdo sobre el protocolo y el lugar del cambio de mando, pero lo concreto es que Cristina renunció un día antes y Federico Pinedo tuvo que hacerse cargo del Ejecutivo por doce horas. No es la primera vez que los berrinches de la expresidente paralizan la vida política nacional.
La catarata de renuncias que recibió Alberto Fernández en la jornada de ayer tienen que ver con su negativa a realizar los cambios urgentes que pedía ella, luego de la derrota electoral del fin de semana. Es de público conocimiento que Kirchner quiere la cabeza del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y que desea un nuevo rumbo para el ministerio de Economía. Cristina, además de echarle la la culpa a Alberto por el “vacunatorio VIP” y las fiestas en Olivos durante la cuarentena, considera que Martín Guzmán no puede mostrarse tan preocupado por cuestiones como el desequilibrio fiscal y el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El Instituto Patria quiere más emisión, aumento de subsidios y salarios por decreto y, en todo caso, “después vemos”.
Alberto Fernández, siempre dispuesto a dialogar dentro del seno de su coalición, manifestó que estaría dispuesto a ceder (como hizo en el pasado), pero no antes de las elecciones. Consideró que cualquier movimiento apresurado podría mermar aún más el poco capital político de su gobierno. Entonces respaldó a Cafiero y a Guzmán y hasta se presentó públicamente con ellos en los actos del principio de la semana. La respuesta fue letal.
El apriete de índole mafiosa de ayer tuvo dos características no menores: ninguna de las renuncias que se redactaron mencionan la palabra “indeclinable” y todas ellas fueron presentadas ante los medios de comunicación. El mensaje es claro: Cristina expuso a Alberto y le dejó el balón en su campo. Él puede decidir si las acepta, y tratar de rearmar con sus pocas armas un gobierno fallido, o puede someterse una vez más a ella. Eso lo convertiría definitivamente en un mero delegado del kirchnerismo, sin autoridad alguna y sujeto a permanentes humillaciones.
Hasta este momento, todas las opciones están sobre la mesa y la historia se escribe minuto a minuto.
Fuente: PanamPost