IVÁN VÉLEZ,
Coincidiendo con el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, fecha conectada por un hilo violeta con el 8 de marzo, la organización terrorista Hamás ha agradecido la «postura clara y audaz» mostrada por Pedro Sánchez durante su visita a Israel. Los agradecimientos también se han extendido a Alexander De Croo, primer ministro de Bélgica, nación que protege al golpista Puigdemont, cuyas exigencias, relator internacional incluido, han sido asumidas por el doctor que hace de la necesidad —los famosos siete votos de Junts— virtud, entendida esta como el bloqueo a un gobierno en el que participa la ultraderecha.
Imbuido de eticismo, Sánchez se dolió de las muertes de civiles y planteó una solución para el conflicto: el reconocimiento unilateral, por parte de España, del Estado palestino, si la Unión Europea no lo hace antes. Como era previsible, sus manifestaciones han abierto una crisis diplomática de indeseables consecuencias.
Enredado en los mil y un pactos necesarios para seguir pernoctando en La Moncloa y mantener las tupidas redes clientelares tejidas por su partido, las palabras de Sánchez son coherentes con el pensamiento de muchos de sus socios de gobierno, singularmente la facción sumatoriopodemita, mucho más afín al keffieh que a la kipá. Superados los tiempos en los que los kibutz causaban fascinación entre las filas de un izquierdismo mucho más definido que el actual, el llamado zurderío se caracteriza por un antisemitismo de intensidad variable y por una identificación con la causa palestina, en la que, acaso, ven trazas proletarias. Dentro de esta lógica, al otro lado de la franja, allí donde el desierto ha sido neutralizado, se situaría el tópico del judío avaro.
Sin embargo, más allá de este simplista esquema, las contradicciones se agolpan. Llama poderosamente la atención que mientras en España se trata de bloquear a Vox bajo la ficción de que es un partido que pretende arrebatar derechos a las mujeres, se haga la vista gorda con los terribles abusos y crímenes cometidos recientemente por Hamás sobre mujeres israelíes. Sorprende todavía más ver con qué naturalidad, el Gobierno de Sánchez, autodefinido como el más feminista, nada dice o lo dice en voz queda del papel que juega la mujer en el Islam, ese en cuyo seno surgió Hamás con el firme propósito de barrer a los israelíes y arrojarlos a un mar en el que no habrá pateras dispuestas.
Las manifestaciones de Sánchez también pueden tener una enorme trascendencia política, pues a las cuestiones éticas y religiosas se unen las territoriales. Además de lo humanitario, lo que está en juego en Gaza es una frontera, objetivo que persiguen en España muchos de los integrantes del frente golpista. En este contexto, si Sánchez reconociera al Estado palestino, no es descabellado pensar que Israel pudiera hacer lo propio con una Cataluña que, en ocasiones, se ha victimizado mirándose en el espejo israelí. De darse así, el doctor podría, incluso, hallar un motivo para fortalecerse ante sus incondicionales. Revestido como un héroe ético, Sánchez, acaso fingiendo cierto fatalismo, asumiría las consecuencias de una secesión; sin embargo, tanto la República de Cataluña como la España residual seguirían siendo objetivos de facciones islamistas. Al cabo, ambas fueron en su día al Andalus, cuya recuperación, como señaló en su día Bin Laden, es un deber para los hombres y mujeres sometidos y sometidas.