SONIA SCHOTT,
Los primeros antecedentes del uso de sanciones en política exterior se remontan a la antigua Grecia, cuando una ciudad llamada Mégara, se convirtió en el origen de un decreto tras una disputa con Atenas. Con el Decreto de Mégara, Atenas bloqueo comercialmente a la pequeña ciudad para, más que arrasarla militarmente, verla humillada y pasando hambre.
En la historia moderna, las sanciones económicas han precedido o acompañado a la guerra.
Los horrores de la Primera Guerra Mundial llevaron al presidente Woodrow Wilson a buscar una alternativa al conflicto armado como las sanciones económicas.
Wilson, calificó entonces “el arma económica” como “algo más tremendo que la guerra”; “un aislamiento absoluto…” …eso hace que una nación entre en razón, del mismo modo que la asfixia y elimina toda inclinación a luchar”.
Las sanciones varían e incluyen: medidas unilaterales o colectivas contra un Estado que viola el derecho Internacional, negar reconocimiento diplomático, boicot de actividades deportivas o culturales, confiscación de bienes personales o restricciones a la venta de armas o al comercio internacional.
¿Pero, son efectivas?
Desde 1962, Estados Unidos mantiene un embargo económico integral contra Cuba cuando, el presidente, John F. Kennedy, proclamó un embargo comercial bilateral, en respuesta a ciertas acciones tomadas por el régimen cubano.
Desde 1990, se utilizan las sanciones selectivas contra líderes políticos, narcotraficantes o terroristas, en un intento por evitar las consecuencias humanitarias resultantes de sanciones generales.
Según un reporte del Congreso estadounidense, desde 2005, Estados Unidos ha sancionado a personas y entidades venezolanas que han participado en actividades criminales o antidemocráticas y/o corruptas. La administración del presidente Donald Trump, amplió a sanciones por sectores y específicamente en contra del régimen de Nicolas Maduro, pero, la presión internacional ha fracasado para desalojarlo del poder.
Ante la invasión rusa de Ucrania, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otros aliados occidentales impusieron sanciones a Moscú, en ausencia de otras opciones viables, pero, no parecen haber debilitado al enemigo.
El 14 de noviembre pasado, la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro estadounidense, impuso su tercera ronda de sanciones contra personas y entidades afiliadas a Hamás luego de los ataques terroristas contra Israel el 7 de octubre, “para proteger el sistema financiero internacional del abuso de Hamás y sus facilitadores”.
Sin embargo, a medida que la guerra en Gaza entra en su novena semana, no está claro como aniquilar a Hamás, teniendo en mente a los 130 rehenes restantes, en poder de la organización terrorista.
El temor por la suerte de las mujeres aún detenidas, que puedan estar sufriendo abusos sexuales, ha aumentado la preocupación en Washington.
Portavoces, tanto del Consejo de Seguridad Nacional como del Departamento de Estado, han hablado de cómo Hamás puede estar utilizando el abuso sexual de rehenes como arma de guerra, según las imágenes publicadas por las Fuerzas de Defensa de Israel que muestran a niñas y mujeres israelíes siendo violadas y asesinadas durante el asalto del 7 de octubre.
Aunque 110 rehenes, muchos de ellos mujeres, han sido liberados tras negociaciones en Catar, el paradero preciso y el destino de los otros 130, incluidos ciudadanos estadounidenses, ha planteado al presidente Joe Biden una de las peores crisis, desde que entró a la Casa Blanca, en 2021.
¿Entonces, como debilitar al enemigo?
Biden ha enviado a altos funcionarios como el director de la CIA, William Burns, para intentar impulsar las negociaciones que fracasaron tras la reanudación de los combates entre las tropas israelíes y Hamás.
No es exagerado decir que el destino de los rehenes, podría ser un factor clave en las esperanzas de Biden de ganar un segundo mandato.
En el último debate presidencial republicano, el exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, prometió que si gana enviaría tropas estadounidenses para liberar a los rehenes.
Puede que el control de armas y la diplomacia sigan siendo estrategias esenciales para detener la guerra, pero es igualmente necesario abordar sus raíces pues el enfoque militar puede debilitar a los grupos terroristas, pero también puede aumentar el apoyo popular a su causa y poner en peligro la posibilidad de una paz duradera.